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Georges Labica. Un humanista revolucionario que amaba la palabra, el pensamiento y la vida



x Miguel Urbano Rodrigues La Haine

Fue por teléfono que hablamos por primera vez hace unos diez años. Yo estaba en Paris con Henri Alleg y le pedí que encontrara editor para el libro de una amiga chilena. El me dijo: expondrás el caso a un camarada más indicado que yo para eso.

Cogió el teléfono y llamó a Georges Labica, intercambiaron unas palabras y me pasó el aparato. Yo conocía dos o tres de sus libros, y lo admiraba, pero sentí algún apocamiento con la situación, que luego se desvaneció. Tuve la extraña sensación de hablar con alguien muy próximo, por el tono de casi intimidad que imprimió a nuestro breve diálogo. Fue el prólogo de una futura amistad que no paró de crecer.

Georges visitó el Alentejo por primera vez en 2004. Llegó para participar en el Primer Encuentro Civilización o Barbarie, en Serpa. La vieja ciudad de la margen izquierda del Guadiana produjo en él un efecto de deslumbramiento. Las murallas medievales, las callejuelas tortuosas, el caserío blanco, la transparencia del cielo azul, la vastedad silenciosa de los montes, la atmósfera humana, lo fascinaron. Nadya, su mujer, una Kabila que a los setenta años hace pensar, por la belleza e por la figura, en una princesa de las Mil y Una Noches, también se sintió infatuada.

A Georges y Nadya les gustó tanto que volvieron. Él regreso a Serpa para dar una conferencia, y posteriormente para intervenir en el Segundo Encuentro Civilización o Barbarie.

-Sabes –me confió una tarde, mientras sorbía lentamente un café en el patio de la casa donde se hospedaba –, encontrarme en una ciudad gobernada por comunistas desde hace tres décadas, donde la fraternidad nos envuelve desde el amanecer hasta la noche, me sumerge en un mundo soñado cuyas puertas no fuimos capaces de abrir. Los comunistas de tu Alentejo me hacen regresar a la juventud, cuando creíamos que transformaríamos rápidamente el mundo e íbamos a concretar el proyecto de Marx.

Las visitas de Georges Labica a Portugal fueron ignoradas por los medios de comunicación social local, con excepción de un pequeño semanario de Beja: el “Alentejo Popular”, que lo entrevistó. Esta actitud no es sorprendente. Los llamados periódicos de referencia y los canales de TV portugueses no vieron ningún interés noticioso en la visita al país de un intelectual de la talla del autor del “Diccionario Crítico del Marxismo”.

EL FILÓSOFO Y LA OBRA

Georges Labica, fue en mi opinión, uno de los filósofos marxistas más creativos del siglo XX.

Su contribución como profesor y pensador fue importantísima para que sucesivas generaciones – primero en la Universidad de Argel, después en la Sorbona, en Paris y Nanterre – profundizaran en la comprensión de la obra, la ideología y el proyecto del autor de “El Capital”.

En su vastísima obra, libros como “El estatuto marxista de la filosofía”, “El paradigma del Grand-Hornu. Ensayo sobre la ideología”, “De Marx al Marxismo”, “Frederick Engels, sabio y revolucionario”, y sobre todo el “Diccionario Crítico del Marxismo” son trabajos fundamentales en una época en que el final de la URSS funcionó como estímulo para la capitulación de miles de intelectuales progresistas, y transformó en moda la satanización del marxismo.

Pensador consciente de que la reflexión sobre el ser humano y la transformación de la vida exigen la apertura a lo universal, Labica adquirió desde la juventud una cultura humanista que le permitió escribir sobre acontecimientos y personalidades muy diferentes que intervinieron, a veces decisivamente, en el movimiento de la historia, influenciando su rumbo. En ese sentido están los ensayos Ibn Kaldhoun, las Tesis de Marx sobre Feuerbach, Lenin, Robespierre, Labriola y otros.

Esa faceta de su personalidad ayuda a comprender la trayectoria del pensador para el cual la participación militante en las luchas sociales de su tiempo era complemento indispensable del trabajo creador del filósofo. No se limita como otros a la reflexión sobre la obra de Marx. Al aplicar el marxismo a la comprensión del mundo contemporáneo, y utilizar el método del maestro para el entendimiento de fracasos en la transición del capitalismo al socialismo, y para el análisis del presente, innova y revela una poderosa creatividad.

El fin de de su actividad docente le permitió intensificar las colaboraciones en revistas y otros medios de comunicación progresistas y participar con más frecuencia en congresos y seminarios internacionales promovidos por partidos y movimientos revolucionarios. Anduvo entonces por el mundo, de Europa a África, de La Habana a Medio Oriente. Fue en esa fase de su vida que cimentamos la amistad que nos unía

EL REVOLUIONARIO

Comunista desde la juventud, se distanció del PCF por no verse más en un partido que, participando en el gobierno de la gauche plurielle, avalara una política neoliberal tan reaccionaria que –recordaba- privatizó más empresas que los gobiernos de derecha de Balladur y Juppé juntos. “Dejé el partido –le oí confesar un día- ¡para continuar siendo comunista!”

Respetado incluso por los enemigos, Labica conseguía con frecuencia en sus intervenciones en encuentros internacionales, transmitir mensajes ideológicos de gran rigor teórico que concluían con un llamado a la acción revolucionaria.
He conocido poco comunistas como él, con los que me haya sentido tan plenamente identificado en los terrenos de la ideología y la praxis.

Hizo de la ética en la política, como en la vida cotidiana, una exigencia permanente. Esa fidelidad difícil a los principios y valores revolucionarios le creó a lo largo de la vida, dificultades y antipatías, incluso entre camaradas. Era un marxista incómodo.

Como comunista no callaba críticas a los más altos dirigentes revolucionarios cuando las creía necesarias. Era, en concreto, incompatible con todas las modalidades de populismo, y con opciones tácticas que implicaban concesiones ideológicas. Recordaba una opinión de Lenin para quien el tacticismo era una forma de oportunismo. Más de una vez le vi permanecer sentado en actos públicos mientras que casi la totalidad de personas aclamaba con entusiasmo a un líder carismático cuyo discurso resbalaba hacia la demagogia.

EL HUMANISTA

Georges Labica desarrolló un gran afecto por América Latina. Hablaba un castellano fluido, conocía bien la historia atormentada del período colonial y la historia de las revoluciones del siglo XX en el continente, desde la mexicana hasta la venezolana, y obviamente la cubana. Esa intimidad con el pasado remoto y reciente, de sociedades tan diferentes a las europeas, le permitía un contacto directo con las personas tanto en las ciudades como en los medios rurales.

Coincidimos más de una vez en Caracas o México, cuando visitábamos la casa de Frida Khalo y Diego Rivera que todos admirábamos y, después, aquella otra donde vivió y fue asesinado Trotsky. Horas como esas abrían puertas para interminables conversaciones posteriores, sobre la bella e inquietante aventura del ser humano, llevado hoy hacia el abismo por un sistema de poder monstruoso, que amenaza la propia continuidad de la vida sobre la Tierra.

En el Palacio Nacional ubicado en la gigantesca Plaza del Zócalo, la contemplación de los frescos de Rivera, como maravilloso lienzo de la historia terrible y maravillosa de su pueblo, invitan, casi obligan, a una meditación serena y enriquecedora sobre la vida, las grandezas y miserias del ser humano, en su camino hacia un futuro insondable y de sus miedos, impotencias e insignificancia.

Conversar con Georges ayudaba a transformar el conocimiento en cultura, en un proceso de asimilación difícil de comprender y explicar.

Es difícil porque él fue también un pensador que amó con pasión la palabra. Podría haber sido como otros, un filósofo grande y un revolucionario íntegro y ético, y un mal escritor. Pero Georges Labica, al lanzar puentes armoniosos entre las ideas y el lenguaje que las expresa, creó y dominó un estilo que hizo de él un gran escritor. Leer algunos ensayos de su último libro, La teoría de la violencia, recuerda los grandes clásicos franceses del siglo XVIII, porque la forma y la esencia del pensamiento se funden armoniosamente, inseparables.

Al final de un almuerzo en su apartamento de St. Germain, en Laye, donde cuadros y objetos de arte conducen a quien lo visita, a imaginar la caminata de George por las calles del mundo, Nadya hizo una confesión que guardo en la memoria:

-Cuando lo vi por primera vez en un aula del liceo donde él era profesor, yo era una joven de la Kabilia que recién salía de la adolescencia, pero pensé “este joven va a ser el hombre de mi vida”, y así fue, estamos casados desde hace medio siglo y lo amo como en los años de juventud.

Por mí, hablo de la amistad que creció con la admiración. Aprendí con el correr del tiempo que el sentimiento de la amistad es muy diverso. Incluyo el que me unía a Georges Labica entre los menos comunes.

Él tenía el poder de transmitir confianza cuando me escribía, manifestando aprecio por mis modestos escritos, e identificación con posiciones e ideas que yo asumiera.

Es confortante la certeza de que la obra y el ejemplo de George Labica van a sobrevivir a su desaparición física.

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