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Crisis sistémica y depresión mundial: Las causas estructurales de la crisis financiera


x Wim Dierckxsens La Haine

Podemos distinguir, a partir de la Segunda Guerra Mundial, tres períodos que conducen a la progresiva interdependencia económica internacional que conllevaron al proceso de globalización, que hoy en día ha desembocado en una crisis del sistema capitalista que incluso implica una crisis de civilización.

A partir de esa crisis que se manifiesta hoy, se requiere construir en la práctica y la teoría un post capitalismo, es decir el socialismo sobre la base de principios que incluyen el uso sostenible de los recursos naturales y su apropiación social; dar respuestas a las necesidades de sujetos corpóreos concretos; la democracia generalizada a todas las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales, de género y la multiculturalidad, permitiendo a todas las culturas, saberes, filosofías y religiones, dar su aporte propio a la construcción de una nueva sociedad, de otra civilización.

El primer período de la posguerra es la edad de oro del comercio internacional de productos, empujado por inversiones productivas en cada país a nivel del planeta acompañado de un desmantelamiento progresivo de barreras proteccionistas en las sucesivas rondas del GATT, el antecesor de la Organización Mundial de Comercio (OMC). La integración del capital financiero desde los años setenta anuncia el período de transición hacia el neoliberalismo como segundo período. Si el primer período significó una reproducción ampliada del capital productivo a nivel planetario y con ello un impulso al crecimiento económico a nivel mundial, el segundo dio inicio a la repartición del mercado mundial existente entre las empresas transnacionales más grandes. Lo que se reparta, en otras palabras, es el pastel existente en vez de hacer más grande dicho pastel.

La tasa de ganancia en la economía neoliberal no se fundamenta en la creación de plusvalía dentro del ámbito productivo, sino se basa cada vez más en la redistribución y concentración de la riqueza ya existente. Es la época de la batalla por la repartición de los mercados existentes, de la anexión a menudo forzada de mercados con clientela ya existente. Lo anterior se expresa a través de una ola de privatizaciones, fusiones adquisiciones y tratados de libre comercio (TLC´s), sobre todo en el Sur. La lucha por el reparto del mercado mundial ha permitido el alza en la tasa de ganancia de las empresas transnacionales que salieron como los grandes triunfadores. Que al mismo tiempo hubo muchas empresas medianas y pequeñas que desaparecieron no merecía mención. De actuar así el sistema deja de preocuparse por la demanda efectiva impulsada durante el período keynesiano.

El neoliberalismo subraya la capacidad de una oferta eficiente que encontrará por su propia cuenta automáticamente la demanda. Al barrer fronteras y permitir las inversiones directas, se desarrolló una lucha desigual entre gigantes y enanos, donde los últimos son condenados a la quiebra y la ruina y son responsabilizados por su fracaso debido a la llamada ineficiencia. Este éxito transnacional conlleva al alza de las acciones de las empresas triunfantes. Todo parece un éxito. Se canta la gloria del sistema de libre juego de mercado. Sin embargo, a nivel de la economía en su totalidad esta escuela de economía devastadora y reaccionaria conlleva inevitablemente a la baja de la tasa de crecimiento económico a nivel mundial y por ende a la tasa de ganancia sin posibilidad de reajustarla.

Durante los años ochenta y sobre todo en los noventa, la cotización de las acciones de las empresas transnacionales aumentó sin cesar. Todo el mundo quería comprar acciones de esas ganadoras en el mercado mundial. La demanda superaba con creces la oferta. La especulación bursátil es la consecuencia. La situación anterior perduraba mientras avanzaba el reparto del mercado mundial a su favor. Cuando el mercado mundial se encuentra repartido, es decir, al agotarse el reparto del pastel existente, hacia fines del siglo pasado, la tasa de ganancia vuelve a bajar. Los resultados de las ganancias empresariales ya estaban bajo presión hacia finales de 1998 y en años posteriores se acentúa la caída en la tasa de ganancia. Ante la baja de la tasa de ganancia viene de pique la cotización de las acciones en la bolsa de valores. Se vislumbraban las fisuras del neoliberalismo. Se vislumbra así una alternativa por poca clara que aún fuera. Resurgen los movimientos sociales, como la lucha contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) en 1998 y la batalla de contra el OMC en Seattle en 1999, que cuestionan el neoliberalismo con fuerza creciente (Dierckxsens Wim, 1998 “Los límites de un capitalismo sin ciudadanía”, DEI: 166). Con ello se vislumbraba ya el fin del neoliberalismo y nace el grito que “Otro mundo es posible”.

Una verdadera caída en el mercado bursátil se produce entre abril 2000 y el 10 de setiembre de 2001. Después de la caída de las Torres Gemelas la caída no fue muy notoria, como nos hacen creer. En el período referido las acciones bursátiles cayeron en el mundo entero. La media mundial de la caída fue del 31%. Esta fue la caída media para la Unión Europea. La máxima caída se observó en Japón. El Nikkei cayó un 73% desde su máximo histórico. En EEUU el sector de la nueva tecnología, el Nasdaq, perdió un 65% en el período mencionado. La bolsa de Brasil perdió desde enero de 2001 al 10 de septiembre de ese año un 39% y China un 28%. Del 10 de setiembre al 10 de octubre de 2001, la situación bursátil empeoró apenas en los países centrales. Las bolsas en las economías emergentes, como China y Brasil, en cambio, al no haber sido afectados tanto en el período anterior al 10 de setiembre, si recibieron golpes más duros (Vea, Dierckxsens Wim, et al 2003, “Guerra global, resistencia mundial y alternativas” Ruth Casa Editorial: 154-155).

Se inicia a partir de 11 de setiembre una segunda fase del neoliberalismo que fomenta el (re)reparto del mundo mediante mecanismos extra-económicos, es decir, a través de la guerra contra el terrorismo. Para evitar una recesión en EEUU, la guerra global amenaza con recalcar la repartición del pastel mundial en beneficio de la ´nación elegida´, a costa de lo que sea. La guerra contra el terrorismo se inaugura a partir del atentado del 11 de setiembre de 2001. La pretensión estadounidense era que todo el mundo pagara esta guerra contra Afganistán y sobre todo Irak. Una nueva carrera armamentista se inicia en EEUU a cuenta del mundo entero. Como todo el mundo ha de pagar la adquisición de petróleo en dólares, la guerra implicaba un alza en el precio de petróleo y con ello en la demanda de dólares. Con este neokeynesianismo de guerra, EEUU proyectaba sobreponerse a la crisis interna y transferir el costo de la guerra al resto del mundo.

Hay una segunda modalidad para aumentar la demanda efectiva de los productos transnacionales y con ello su tasa de ganancia. La idea es aumentar la demanda efectiva hoy comprometiendo el ingreso futuro. Desde fines de 2001 se fomenta una burbuja hipotecaria, comprometiendo el ingreso futuro. En EEUU sobre todo pero en el mundo entero bajaron las tasas de interés para fomentar el crédito en general y el crédito hipotecario en particular. Con ello se generó una nueva burbuja especulativa aún más grande: la burbuja inmobiliaria que actualmente compromete el futuro del dólar como moneda de reserva y como moneda internacional. El boom de construcción empujó el ámbito productivo. Las viviendas aumentaron de precio al subir abruptamente la demanda de las mismas. La compra y venta suele hacerse con fines cada vez más especulativos, es decir improductivos.

La economía de guerra, financiada a pura deuda, compromete el ingreso futuro a su vez. Las altas tasas de ganancia en este sector reducen a su vez la inversión productiva en el ámbito civil. El producto final del complejo industrial militar no encadena con la economía civil. En el corto plazo genera crecimiento y ganancia. A mediano plazo su producto final no encadena con la economía civil. En el largo plazo, en vez de fomentar el crecimiento el gasto de defensa no contribuye al crecimiento económico. El efecto puede darse en ciclos de producción posteriores, pero tarde o temprano conlleva a la contracción económica. En el corto plazo, el complejo industrial militar genera ganancias extraordinarias, pero a mediano plazo resta fuerza a la economía en su conjunto. En el conjunto de la economía norteamericana prevalece entonces el carácter improductivo de las inversiones. Hacer más dinero con dinero sin vínculo con la economía civil, se torna la tónica. Tarde o temprano, esta tendencia conlleva a la contracción económica, es decir, al crecimiento negativo y de manera estructural, o sea, conlleva a la recesión como era previsible.

Ya en 1994 escribimos (Dierckxsens Wim “De la globalización a la Perestroika occidental; DEI, San José: 174-176) que el acercamiento al siglo XXI mostraría más claramente una reproducción limitada. Ya en la época de gloria del neoliberalismo era previsible una nueva depresión sin precedentes del sistema capitalista. El neoliberalismo es la crisis del keynesianismo y no representa una solución. Fue una última modalidad para salvar las ganancias individuales, pero una oportunidad autodestructora. El neoliberalismo, entonces, ya es parte de la crisis, no la superación de la misma. Con el neoliberalismo los límites del crecimiento de la economía de mercado quedan a la vista. Con el avance glorioso de la globalización, las cuentas nacionales ya no tienen nada nuevo que contar. Mediante ´cuentos nacionales´ ocultan la recesión en la que nos encontramos desde hace años. Desde 2006 EEUU está en recesión. En este sentido, la economía norteamericana incluso ya se encuentra en depresión, proceso que pronto se mundializará.

Ante esta nueva depresión mundial, el siglo XXI se demanda un cuestionamiento profundo acerca de la relación social existente. Los movimientos sociales en ascenso reflejan que nos encontramos ante un cambio de época. De nuevo están en tapete el debate sobre el socialismo y el postcapitalismo. Lo anterior nos lleva a pensar sobre lo finito de nuestro sistema. Tal reflexión demanda una visión más histórica. La crisis brindará una oportunidad de cambio ya que se requiere respuestas. En América Latina las resistencias al modelo han sido y son numerosas. Se encuentran en todos los sectores populares: campesinos, obreros, pueblos indígenas, afrodescendientes, mujeres y jóvenes. Se encuentran nuevas expresiones de tipo cultural: en la literatura, en la música, en el arte y en la religión con una relectura de la Teología de la Liberación. Es tamos en una época de miedo que a la vez es una época de esperanza.

Grandes convergencias de las resistencias se han manifestado frente al ALCA y a los Tratados de Libre Comercio. Estas convergencias se han expresado en los distintos Foros Sociales. El hecho nuevo es que en la región se pasó de las resistencias a la búsqueda de alternativas que se expresa en la construcción de nuevas institucionalidades a través de los procesos de Asambleas Constituyentes; el desarrollo de procesos de integración como la Alternativa Bolivariana para América Latina ALBA, los trabajos articulados de las redes y los instrumentos de comunicación como Telesur y el Satélite Simón Bolívar. Varios aspectos de la experiencia latinoamericana ayudan a entender como la lógica del capitalismo puede ser confrontada para entrar en un proceso de transición al socialismo. Son procesos diversos, con actores múltiples que se enfrentan a oposiciones radicales en función de intereses de clases o de grupos dominantes. Encuentran, como todos los procesos sociales dificultades de organización, de orden cultural, éticas e ideológicas. Son procesos dialécticos que exigen determinación, realismo, estrategias concretas, pero sobre todo claridad de visión (Vea, Encuentro latinoamericano del Foro Mundial de Alternativas, 1 de marzo de 2008).

Crisis financiera y ecológica: crisis de una civilización

Con el neoliberalismo el sector productivo tendió a crecer cada vez menos, el sector financiero especulativo se volvió dominante. EEUU constituye hoy el epicentro de la crisis económica, financiera, política social, militar y cultural actual. La actual crisis económica financiera se presenta a la par de una crisis ecológica y de recursos naturales. La reproducción natural no puede acompañar más la reproducción del capital, con su economía de derroche. Los recursos no son suficientes para prolongar el actual estilo occidental de vida. Actualmente el 20 por ciento de la población mundial, concentrada en el Norte, consume el 80 por ciento de los recursos naturales y con el consumo de esa minoría el globo está amenazado. La crisis que nos enfrenta es mucho más que económica. La declaración final del encuentro latinoamericano del Foro Mundial de Alternativas en Quito finales el 1 de marzo de 2008 lo señala: “Esta claro que se trata de una crisis estructural y no solamente coyuntural, es una crisis de (…) de tipo civilizacional que exige un replanteamiento de parámetros, al cual la lógica del capitalismo no puede responder.

Estamos próximos a la cima de la producción mundial de petróleo. Los inventarios muestran una tendencia clara hacia la baja. El agua y los recursos minerales se tornan cada vez más escasos. EEUU ya ha de importar el 10% del agua potable. Por otro lado, esta presente una competencia entre biocombustibles para el consumo de los autos de una minoría y alimentos que encarecen la vida cotidiana de las grandes mayorías. Lo anterior agudiza la lucha por el uso de la tierra que también escasea. El resultado es que se encarece la producción de alimentos. El alza de los precios de los alimentos básicos es una tendencia estructural, o sea, de largo plazo. La tasa de inflación de los productos agrícolas es el doble de la tasa de inflación general. La importación de alimentos, a menudo transgénicos, es un fenómeno cada vez más generalizado. Ante una crisis es fundamental garantizar la soberanía y seguridad alimentaria.

El siglo XXI es un período de agotamiento de las reservas de las materias primas, y esta realidad configura una nueva situación y un problema muy grave para la humanidad. Los precios ascendentes de los minerales conducen a una deformación de la estructura económica de los países poseedores de esos recursos. La nacionalización y control soberano sobre los recursos naturales, ha resultado un proceso muy difícil en el pasado reciente. La profundización de la crisis internacional puede brindar una mejor oportunidad para la nacionalización y socialización de los mismos. Ante una crisis más profunda, el control sobre los precios de los recursos naturales podría favorecerse a través de un acuerdo de precios Sur-Sur, siguiendo el ejemplo de la OPEP.

Las mayores reservas de recursos naturales se encuentran en el Sur y son ferozmente disputadas por los países dominantes, que ya generó guerras en el pasado reciente que tienden a ampliarse a otras regiones del planeta y amenazan hoy a América Latina. La amenaza hacia Venezuela e incluso Ecuador y Bolivia son cada vez más claras. Hay una distribución desigual de la riqueza natural que se refleja en un flujo de recursos naturales Sur-Norte. Es necesario un proceso de reasignación de dichos recursos en beneficio de los países pobres y los sectores populares. Para protegerse ante la crisis, es necesario que los países latinoamericanos reivindiquen la soberanía sobre sus recursos naturales, que tienen un peso determinante en la economía mundial y en su propia sobrevivencia. La profundización de la crisis actual es una oportunidad de desconectarse de las políticas neoliberales para así poder (re)conectarse con las necesidades y demandas populares. La crisis brinde la oportunidad de reorientar la economía hacia un desarrollo autocentrado en beneficio de las mayorías. Tratase de una política de desconexión con una re-conexión popular. La crisis, así mismo, es una oportunidad de recuperar el control sobre los flujos financieros, en beneficio de ese mismo proceso.

La agonía del patrón dólar

“Jacques Tissier, gestor de fondos de Stratege Finance expresó el 10 de agosto de 2007 en París, “Estamos en un período de depresión global causado por el sector de hipotecas de riesgo”. Esta depresión hace parte del cambio de época que vivimos, cuya manifestación más fidedigna es la muerte del patrón dólar, defunción similar a la ocurrida en 1971 con el patrón dólar oro y en 1930 con la del patrón oro. Prevaleció hasta hoy, sin embargo, el falso e ingenuo supuesto de que los gobernantes y la banca siempre lograrán balancear la economía. Hoy en día esta confianza por fin se está desmoronando.

Aunque advertida desde hace tiempo por muchos especialistas, la depresión global es oficial desde junio de 2007: Robert Samuelson y Steven Pearlstein lo anunciaron el día 13 en las páginas del Washington Post, uno de los medios más destacados de la élite monetaria estadounidense: “El colapso de la economía norteamericana ha comenzado”. Es ésta una circunstancia por la burbuja inmobiliaria (pieza maestra de la desastrosa estrategia económica de la actual administración de los Estados Unidos) y la avalancha de gastos militares, al tiempo que las reducciones fiscales autorizadas por esta misma administración. Estamos ante una tríada económica que en primera instancia empujó hacia delante su economía, inflando simultáneamente un consumo respaldado no en su desarrollo productivo sino en las importaciones. Su resultado es una deuda externa cada vez más gigantesca.

Las cifras son asombrosas: las deudas con el exterior de la mayor economía del mundo trepaban en 2007 a 10 millones de millones de dólares. Pero hay más: a este endeudamiento se suma el proveniente de créditos fáciles, en especial los destinados a bienes y raíces. Los precios pagados por las compañías y la deuda entablada por las empresas para adquisiciones son fabulosas, de modo que para finales de 2007 la deuda total estadounidense (pública, empresarial y personal) llegaba a los 50 millones de millones de dólares: más de tres veces el PBI norteamericano y superior al Producto Bruto Mundial (PBM) (Beinstein Jorge 2008, “Más allá de la recesión”:1).

En los últimos tiempos, las deudas privadas y públicas ascendieron sin cesar en todo el mundo, y no sólo en Estados Unidos. La deuda pública y privada mundial sumaba en 2001 unos 60 millones de millones de dólares, o sea, el 150 por ciento del PBM, sin dejar de crecer. Estados Unidos, sin embargo, debía más de la mitad de ese dinero. A la vez, la mitad de la deuda pública norteamericana se presenta en favor de extranjeros. Acreencias en dólares, como reservas internacionales. Este escenario implica una insostenible hipoteca sobre el futuro, a la par que amenaza de una nueva depresión en la escala mundial. La ola de pánico por el imprevisible efecto que pueda tener la crisis hipotecaria, constructora e inmobiliaria, en marcha en los Estados Unidos sobre la economía nacional, europea y global, alcanzó en este agosto los mercados financieros mundiales. Así lo evidencian las importantes caídas en las bolsas.

Los bonos del Tesoro, considerados en otro tiempo como garantía de seguridad, se hallan bajo creciente presión. La reacción a la crisis por parte de los bancos centrales de todos los países fue común: ofrecer inyecciones de dinero de miles de millones de dólares para insuflar mayor liquidez a bancos y mercados monetarios. Es cierto que los bancos centrales pueden intervenir para superar crisis económicas, y así lo han hecho en el pasado, pero no pueden evitar las crisis ni soslayar un agotamiento en la propia racionalidad económica vigente. Hoy día, los bancos, ni los bancos centrales, parecen tener una visión sobre qué institución crediticia u otro servicio financiero será el próximo en señalar pérdidas en bonos de alto riesgo. Ya nadie confía en nadie. La rueda de rumores en Wall Street y en los mercados financieros internacionales cobra nuevas víctimas cada día.

Los temores en todo el mundo no son gratuitos. Una nueva recesión mundial, en una era de globalización caracterizada por el predominio del capital especulativo al debe, sería tan profunda que generaría no solo una crisis del sistema capitalista, sino incluso de la civilización occidental. Su epicentro sucede en este momento a EEUU y su manifestación más abierta se observa en la caída inmobiliaria. En enero de 2008 se vendían en EEUU 43% casas residenciales menos de lo que todavía se vendía en diciembre de 2006. El mercado de la construcción y las ramas asociadas representan casi una cuarta parte de toda la economía norteamericana. La sola contracción en el sector inmobiliario ya tiene serias consecuencias para la economía productiva. La crisis hipotecaria que resulta de la crisis inmobiliaria sacude hoy en día el sistema financiero a nivel mundial.

Según el índice S&P Case Séller, los precios de las casas promedio en EEUU cayeron el 9% en el 2007 y el paso de declinación se está acelerando. The Economist calcula que 8.8 millones de tenedores de hipotecas de unos 52 millones en total, tienen préstamos de vivienda superiores al valor actual de su casa. Si los precios de las casas disminuyen otro 10%, como se espera, casi 14 millones de hipotecas se hundirían en el término de un año. Dado que la hipoteca común vale 225 mil dólares, el impacto financiero sería de más de 3 billones de dólares. Los remates estarían al orden del día. Dado que los costos de ejecución pueden consumir hasta el 25% del valor de un préstamo, las pérdidas financieras del sector bancario podrían alcanzar cifras de entre 1 billón y 2 billones de dólares. Lo anterior, de acuerdo a “The Economist” del 28 de febrero de 2008, implicaría una crisis del sistema bancario como un todo. En términos de Chritopher Laird (“Gold says that Central Banks stop world deleveraging” en www.prudentsSquirral.com), estamos presenciando el colapso del sistema financiero mundial.

La crisis financiera se refleja no sólo en la brutal caída de los precios inmobiliarios y en la peor contracción en la historia del mercado de la construcción y en el colapso del sistema financiero, sino también afectarán dramáticamente la economía real. Las cifras de facturación del comercio minorista y los malos resultados de la industria automotriz son su expresión más clara. Lo último que deja la gente son las necesidades básicas. La venta al detalle cayó al 1 por ciento al mes desde mediados de 2007. La venta de repuestos de automóviles, en cambio, lo hizo en un 3 por ciento. La venta de autos norteamericanos en Estados Unidos cayó en febrero de 2008 en un 10% frente a la situación un año antes. La venta de camiones livianos cayó incluso en un 23%. General Motors vio disminuir sus ventas de autos en un 12.8 por ciento; Chrysler en un 14% y Ford, en un 6.4%. (Vea, “The US market”, 3 de marzo de 2008). En otras palabras, la economía productiva de EEUU se encuentra desde hace rato en recesión.

Al hacerse cada vez más evidente la crisis, las consecuencias directas que convergerán en Estados Unidos no se dejaron esperar: aceleración del ritmo e importancia de las quiebras de las sociedades financieras, pasando de una por semana a una por día; alza espectacular de embargos inmobiliarios, con la consecuencia de diez millones de estadounidenses arrojados a la calle; desplome acelerado del precio de los bienes raíces, recesión de la economía, caída precipitada de las tasas de interés, un dólar en picada, colapso del mercado bursátil, etc. La respuesta de los países acreedores como China, no se harán esperar. En cualquier momento ponen en venta más de un billón de dólares en bonos del Tesoro norteamericano, propiciando una brutal caída del dólar frente al euro, el yuan y el yen.

El impacto y la escala de una crisis de estas proporciones serían hoy mucho mayores que las conocidas en 1929. Es inédito el desequilibrio entre la deuda acumulada versus la economía real. Es inédito igualmente el nivel de hipertrofia financiera. Es inédito el grado de interdependencia entre las grandes economías. Es inédita también la mezcla peligrosa de una crisis de sobreproducción de autos y de bio-combustibles para el consumo automotriz, con una subproducción de productos alimenticios decisivos para la supervivencia de las mayorías. De algo debemos estar seguros: esta crisis no se parece a ninguna de las ya conocidas: sería una depresión global que desembocará en una crisis civilizatoria (5).

Megaestafa para salvar el dólar


Hay un temor creciente y cada vez más generalizado de colapso del dólar. La pregunta por la capacidad de Estados Unidos para cancelar su deuda exterior, cada vez más gigantesca, se incrementa sin cesar. Ante ese temor, muchos bancos centrales están ante la decisión de deshacerse de sus dólares para adquirir monedas menos inseguras. Los países productores de petróleo consideran asimismo negociar su recurso energético en moneda más segura que el dólar. A partir del 13 de julio de 2007, Irán, por ejemplo, obligó al Japón a pagar sus compras de petróleo en yenes. Inmediatamente, el dólar cayó frente a monedas fuertes como el euro y el yen. Desde la crisis financiera en agosto de 2007, el euro no dejó de subir para subir de un nuevo máximo histórico de $ 1,38 en agosto de 2007 a más de $1,56 hacia mediados de marzo de 2008. Con un tipo de cambio ascendente entre euro y dólar, hay motivos para considerar que la desconfianza que despierta el billete verde asciende día tras día, incrementándose la evidencia de que ya entramos en la fase de una crisis financiera con carácter global.

En agosto de 2007 se sentía que el dólar podría colapsar de la noche a la mañana. Los bancos centrales del mundo, en primer lugar China, pero también los grandes países productores de petróleo anuncian ofrecer masivamente sus reservas internacionales representadas en bonos del Tesoro para obtener dinero líquido y refugiarse en otras monedas más confiables. El miedo ante un colapso de dólar es grande ya que afecta a todas las monedas, siendo el billete verde moneda de reserva. Ante esta situación, se aseguran contra la pérdida de valor de cualquier moneda, mediante la adquisición de recursos reales como oro y plata. Entre 2002 y marzo de 2008, el oro subió de $275 a más de $1000 la onza. Países como China han soltado sus dólares chatarra para adquirir toda clase de materias primas, sobre todo en África y América Latina. De esta forma transfirieron sus dólares a esos dos continentes ante el riesgo de colapsar esa moneda.

Hubo en 2007 una oferta masiva de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Ello debería haber provocado en ese año una caída libre del dólar, toda vez que nadie apetecería esos papeles, a menos que fuera por un valor muy inferior al impreso en su cara principal. Pese a la zozobra que hay en todo el mundo, esta caída del dólar no se presentaba en 2007. Entonces, ¿quiénes han comprado miles de millones de esos bonos? La Reserva Federal identificaba como supuestos compradores a los llamados “Bancos del Caribe”. La prensa financiera mencionaba los ´Off shore hedge funds´ como los principales acreedores de los Bonos. Sin embargo, hay cada vez más evidencia de que el Estado norteamericano mismo solía comprar sus propios bonos. La pregunta obvia es: ¿De dónde saca el Estado ese dinero? La respuesta más plausible sugiere que es con dinero recién impreso, es decir, dinero sin respaldo, dinero sin valor real alguno (6).

La impresión descontrolada de dinero causa inflación, lo que constituye la principal preocupación del actual presidente de la Reserva Federal, Bernanke. La inflación que la impresión masiva de dinero sin respaldo causa, se produciría dentro de los propios Estados Unidos, a menos que este país logre que tales papeles sin respaldo salgan de su territorio. Por ello, ha sido política expresa de Estados Unidos promover la demanda externa de su moneda, no así la demanda interna. Para ello bloqueaba que otros países invirtieran en grande, con sus reservas, en la economía real del país. La adquisición de riqueza real determinaría la entrada masiva de dólares (sin respaldo) para adquirir grandes empresas, complejos portuarios u otras formas de riqueza real. En 2005, por ejemplo, China intentó adquirir con sus reservas en dólares la compañía petrolera estadounidense Unocal, pero la oferta fue desestimada por el Congreso. Más recientemente, Dubai hizo una oferta para invertir en el manejo portuario de Estados Unidos y recibió la misma negativa del Legislativo. El mensaje es claro: Estados Unidos estimulaba la demanda externa de dólares sin respaldo en el exterior pero no así su oferta dentro del país.

En otras palabras, Estados Unidos exportaba el efecto inflacionario de la impresión cada vez más descontrolada de su divisa, llevándola sobre todo hacia sus principales rivales comerciales, como China. A la vez, el país oriental se prepara contra esta megaestafa mundial: transfiere muchos dólares sin respaldo a terceras naciones para transformarlos en inversiones reales. China está comprando no solo materias primas, sino también empresas en África y América Latina. En esta forma, logra que el efecto inflacionario vaya a terceras naciones. Es por la devaluación del billete verde que la economía de América Latina, en términos de dólares, atraviesa una fase expansiva que no había gozado desde la Guerra de Corea. Los países del Cono Sur y de la Comunidad Andina son los que más crecen. Encabezan el crecimiento Venezuela (9%), Argentina (8,6%), Uruguay (6%), Chile (6%), Perú (6%) y Panamá (6%) (7).

La devaluación del dólar, derivada del déficit fiscal y externo de Estados Unidos, tiene sin embargo un impacto adverso sobre las referencias de precios internacionales medidos usualmente en dólares. Es obvio que si esta moneda se devalúa, por ejemplo, un 20 por ciento con relación al resto del mundo, los medidores en dólares, para ponerlos en términos reales, deben ser ajustados en igual porcentaje. Tenemos así que el precio del cobre en auge, en divisa norteamericana, está relativamente estable en euros, y otro tanto pasa con el índice de la Bolsa de Nueva York. En otras palabras, el reciente crecimiento económico en dólares de los países latinoamericanos revela más la devaluación de esta divisa que una nueva era de prosperidad (8).

El colapso del dólar

Desde hace algunos años existe una creciente desconfianza mundial respecto al dólar como moneda internacional. La emisión masiva de dólares conduce a una depreciación del dólar a menos que las autoridades estadounidenses logren ocultar su impresión masiva y sin respaldo y exportarlo. Para que así sea, desde marzo de 2006 el Estado Federal no ha vuelto a publicar datos sobre impresión de dólares, pues no da a conocer información oficial sobre M3. Sin embargo, otras fuentes, como Global Europe Anticipation Bulletin (9), estiman que desde principios de octubre de 2006 y hasta mediados de diciembre de ese año, la Reserva Federal aumentó en 320 billones el stock monetario, es decir, cinco veces más que lo impreso en igual período de 2005.

Lee Rogers (“How low can the dollar go? Zero Value, marzo de 2008) afirma que fuentes independientes estiman su aumento anual en la oferta de dinero (M3) desde marzo de 2006 entre 16 y 17%. El dinero impreso se estima de cuatro a ocho veces la circulación monetaria que guarda relación con el tamaño de la economía de Estados Unidos (con un PIB de más o menos 13 billones de dólares) (10). Con esta tendencia, el dólar puede tocar fondo ya que hoy es una moneda basada exclusivamente en confianza sin ningún respaldo real.

Esta situación menguará tarde o temprano la confianza mundial en las finanzas internacionales. Siendo el dólar la moneda de reserva y de pago internacional, una generalizada pérdida de confianza en su capacidad no solo pone en riesgo la estabilidad financiera de Estados Unidos, sino la del mundo en general (11). Una desarticulación del sistema financiero internacional implicará la Gran Crisis Global, con una pérdida de credibilidad del Imperio, una crisis profunda no sólo en el modelo neoliberal sino también del propio sistema capitalista como tal. Los países periféricos reúnen hoy día el 70 por ciento de las reservas internacionales en dólares chatarra (12), y por tanto recibirán el impacto más directo con su colapso. Japón y China, que manejan las reservas internacionales más grandes en dólares, sufrirían serias consecuencias en sus economías. También serán afectados los países productores de petróleo. No es extraño en este sentido que Venezuela en marzo de 2008 estaba firmando contratos de entrega de petróleo en otra moneda que no sea el dólar.

Amenaza de guerra mundial

David Chapman, director del Millennium Bullion Fund, se atrevió a precisar al iniciar el año 2007 que a partir de ese año podríamos esperar un período de dos años para que se dé el colapso del dólar, cuyo resultado sería una profunda crisis bursátil y una recesión de años, es decir una depresión mundial. Lo anterior llevaría el oro a niveles superiores a 1.000 dólares, donde ya se encuentra en marzo de 2008 (13). La crisis bursátil ya es un hecho a nivel mundial en 2008. Vale recordar que con la crisis bursátil de 2001 ya existía la amenaza concreta de un colapso de la moneda norteamericana. Entre 2001 y 2003, el tipo de cambio del billete verde subió de una media anual de $0.89 a $1,13 por un Euro. La caída del dólar entre 2001 y 2003 asimismo tiene que ver con una baja relativa en la demanda de dólares. A partir de 2001, Saddam Hussein vendió el petróleo de Irak en euros e invitó a los países de la OPEC a hacer lo propio, lo que de concretarse hubiera significado una aceleración en la caída del dólar. No es extraño que en este período se dé la invasión norteamericana en Irak. El precio de petróleo subió instantáneamente y con ello la demanda relativa de dólares. Como resultado, el tipo de cambio prácticamente no varía y oscila entre 2004 y 2006 alrededor de $1.24 por Euro. Es a partir de 2007, sin embargo, que el dólar de nuevo comienza a perder terreno frente al Euro. Es en esta coyuntura que amenaza de nuevo la guerra y esta vez contra Irán.

Mientras los países continúan vendiendo el petróleo en dólares, y los bancos centrales conservan y extiendan sus reservas internacionales en igual moneda, EEUU podrá manipular la demanda de su propia divisa. A pesar de su creciente deuda privada y pública, y a pesar del costo enorme de la guerra, la demanda de la divisa se pudo mantenerse estable. La demanda subió a partir del alza constante en el precio de petróleo que pasó entre 2002 y abril de 2008 de $20 dólares el barril a $120. La consecuencia fue una sextuplicación de la demanda de dólares por compra de petróleo. Lo anterior pudo evitar una devaluación aguda del dólar hasta en 2007.

Una brusca reducción en la demanda de la divisa estadounidense significaría una fuerte caída de su precio en el mercado de divisas. Lo anterior sucedería si los países productores de petróleo cotizarían el crudo en otra moneda. Esa fue una de las consideraciones estratégicas para emprender la guerra contra Irak. Hoy es uno de los argumentos para amenazar con una posible guerra a Irán. La amenaza de guerra crece cada vez que este país proceda, como lo hizo el 13 de julio de 2007, exigir la cancelación del crudo en otra moneda. En 2008 Irán exige la cancelación de todo crudo en otra moneda que no sea el dólar. La permanente intimidación militar en Oriente Medio mantiene elevados los precios de petróleo, y EEUU es capaz de atacar a Irán con bombas atómicas para sostener la demanda efectiva de dólares. Es una ´política de estabilización´ de la divisa norteamericana a punta de misil. Mediante estas coacciones, Estados Unidos hará hasta lo imposible para que también durante el año 2008 la demanda de dólares perdure lo más que pueda. Sin embargo, al verse deslizar el dólar sin cesar a partir de mediados de 2007, los tambores de guerra suenan otra vez.

Al complicarse la perspectiva de una aventura bélica, la amenaza de un colapso del dólar se torna un verdadero riesgo. El peligro de guerra continuará siendo por este motivo la política más probable en lo que resta del segundo período de Bush. En este contexto, el exsenador republicano de Pensilvania Rick Santorum y el presidente republicano de Arkansas Dennos Milligan manifestaron la necesidad de un nuevo ataque terrorista a Estados Unidos para poder cambiar la percepción de la ciudadanía norteamericana sobre la guerra, e ir a la confrontación bélica contra Irán (14). Si así fuera, lo que no pudo resolver la Reserva Federal lo intentará solucionar el complejo militar-industrial con su enésima guerra. Opción difícil de concretar por la inmensidad de consecuencias para la humanidad, pero consideración acariciada una y otra vez por los halcones del Pentágono. El incremento del creciente peso de Rusia y China en todo el mundo está de por medio. Estamos en una nueva guerra fría que hace menos probable una internacionalización de la guerra aunque no constituye ningún seguro. De traducirse en un ataque con armas nucleares, propiciaría el colapso económico mundial, poniendo a la vista el agotamiento del sistema capitalista y demandando más que nunca un cambio civilizatorio a nivel del planeta Tierra.

Una cosa está clara. Después de una crisis generalizada, para el capital productivo ya no hay mayor fututo en el Norte. La sustitución cada vez más acelerada de la tecnología ha elevado los costos de innovación a tales niveles que no puede ser compensado por la reducción en el costo de mano de obra al introducir esa tecnología. Pero este cambio no se dará sin una crisis política y de hegemonía profunda que muy seguramente implicará incluso conflictos internacionales. La democracia de Occidente está en peligro porque, como hemos visto en otros momentos de la historia lejana y reciente, la vía autoritaria y la guerra resultan ser la solución última para una "minoría de elegidos". De ahí que una nueva amenaza de guerra en Oriente Medio se hace cada vez más concreta al agotarse las modalidades económicas de dominación. La amenaza de una ampliación de la guerra en esa área tiene más que ver más con China y Rusia que con el propio Irán e implicarán una internacionalización del conflicto.

Los tambores de guerra suenan cada vez más en EEUU. "Estamos llegando a una fase de capitalismo autoritario", afirma Robert Reich, ex asesor del presidente Clinton (Het superkapitalisme, 2007). El 17 de octubre de 2007, Bush, haciendo referencia a Irán, advirtió sobre una posible Tercera Guerra Mundial. John McCain, precandidato republicano de Estados Unidos, afirmó el pasado 29 de enero, en medio de su campaña electoral, que habrá más guerras. A mediados de enero de 2008 primero Estados Unidos y pocos días después Rusia, anunciaron la posibilidad del uso preventivo de un ataque nuclear. El 4 de febrero, la Casa Blanca le pidió al Congreso que apruebe un presupuesto para el Departamento de Defensa por un monto de 515 miles de millones de dólares, lo cual significaría, tomando en cuenta la inflación, el presupuesto más elevado desde la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas marinas y de aviación rusas están en el Mediterraneo y en el Océano Atlántico. La reunión de la OTAN en abril de 2008 en analiza al tema de un posible ataque nuclear preventivo contra Irán. El Vicepresidente de EEUU visita a sus aliados en Medio Oriente en marzo. En abril los vientos soplarán otra vez hacia el oriente y el escenario de un ataque a Irán se torna una posibilidad cada vez más concreta.

Hay un pero en todo este escenario. Estados Unidos carece de la economía necesaria para una guerra de escala mundial. Para su realización, dependería de enormes créditos del exterior, e irónicamente de sus propios enemigos. En semejante coyuntura, puede darse la decisión internacional de dejar de prestarle a Estados Unidos, lo que significaría en la práctica la caída libre del dólar. Este gobierno así como el próximo tendrá que afrontar la cruda realidad que no habrá dinero para la próxima guerra ni quien quiere prestar dinero con un dólar cada vez más depreciado (Vease, Nicholas von Hoffman, “Economic Chaos, political consecuentes” en www.deepjournal.com).

La guerra pensada por los halcones ha de ser corta e impactante para atemorizar al mundo entero y así salvar al imperio. La concreción de un ataque nuclear preventivo no se puede descartar pero corre el riesgo de internacionalizarse. Rusia y China no quedarán pasivas. Irán golpeará el estrecho de Hormutz y el mundo entero queda con escasea grave de petróleo. La recesión mundial será instantánea. Irán asimismo golpeará a Bagdad e Israel; Venezuela enviará su petróleo a China y ya no a EEUU. Es de esperar que ante el creciente caos financiero y la pérdida de hegemonía de EEUU aparezca un Gorbachov estado-unidense para encaminar sin conflagración mundial unja Perestroika en Occidente que ya señalamos en 1994 como una necesidad previsible cuando se celebraba “El Fin de la Historia”, al desintegrarse la Unión Soviética. La opción opuesta de una conflagración atómica internacional no se puede descartar, pero una ampliación tal de la guerra conduciría a la autodestrucción del imperio, no sólo en términos militares sino también en el plano económico, político y cultural. Lo anterior no hace imposible la guerra pero la hace menos probable. En todo caso de antemano se sabe que nadie se salvará. El principal perdedor serrá Occidente en general y Estados Unidos en particular. Ante la amenaza concreta de tal barbarie una nueva civilización será demandada mundialmente.

Notas

1 Richard Cook, 7 de julio de 2007, The crashing US economy held hostage, en www.globalresearch.com.

2 Beinstein, Jorge, La profecía de Alan Greenspan: Estados Unidos: la irresistible llegada de la recesión. Editorial País, 2007.

3 AEST, julio de 2007, “US sales in biggest fall since August 05 y “Big 3 see share of US market fall below 50% for the first time”, julio de 2007, en www.msnbc.msn.com.

4 Cansados de las presiones de Estados Unidos para que revalúen el yuan, y frente a la posibilidad de que el Congreso estadounidense adopte una ley para sancionar a China comercialmente si no lo hace, el Partido Comunista de Beijing ya amenazó con recurrir a lo que llaman la “opción nuclear”: venta masiva de casi un millón de millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense que posee el Banco Central Chino.

5 íbid.

6 Ellen, Hodgson Brown, Spiralling US federal debt triggers decile of dollar: a non inflationary solution of the federal debt crisis, Editorial País, 11 de julio de 2007.

7 Alterinfos América Latina “Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe”, 2006.

8 Ugarteche, Oscar. La deuda y la arquitectura financiera internacional en el nuevo siglo; ALAI, Ecuador, julio 2007, pp. 1-5

9 Global Europe Anticipation Bulletin 10, diciembre de 2006, Finantial Crisis: systemic crisis in 2007.

10 Adrian Salbuchi, “Death and resurrection of the US dollar”, en www.globalresearch.ca.

11 Finantial crisis: systemic crisis in 2007, another bubble close to bursting, en Global Europe Anticipation Bulletin Nº 10, diciembre 2006.

12 The Economist, 16 de setiembre de 2006, país, pag.

13 “Forecast 2007”, Editorial País.

14 Paul Joseph Watson, 7 de julio de 2007, Sanatorum suggest new terror attacks will change view of war, en www.prisonplanet.com.

www.observatoriocrisis.org