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EL PARTIDO Y LA REVOLUCIÓN


Antonio Gramsci

El Partido Socialista, con su red de secciones (que en los grandes centros industriales son, a su vez, el eje de un compacto y potente sistema de círculos de barrio), con sus federaciones provinciales, unificadas sólidamente por las corrientes de ideas y de actividad que irradian las secciones urbanas, con sus congresos anuales, que aplican la soberanía más alta del partido, ejercida por la masa de los inscritos a través de delegaciones bien definidas y limitadas de poder, congresos convocados siempre para discutir y resolver problemas inmediatos y concretos, con su dirección, que emana directamente del congreso y constituye el comité permanente ejecutivo y de control, el Partido Socialista constituye un aparato de democracia proletaria que, en la fantasía política puede fácilmente ser visto como "ejemplar".

El Partido Socialista es un modelo de sociedad "libertaria", disciplinada voluntariamente, por medio de un acto explícito de conciencia; imaginar toda la sociedad humana como un colosal Partido Socialista, con sus solicitudes de admisión, no puede dejar de suscitar el prejuicio contractual de muchos espíritus subversivos, educados más en Juan Jacobo Rousseau y en los folletos anarquistas, que en las doctrinas históricas y económicas del marxismo. La constitución de la república rusa de los sóviets se funda sobre principios idénticos a aquellos sobre los que se funda el Partido Socialista; el gobierno de la soberanía popular rusa funciona en formas sugestivamente idénticas a las formas de gobierno del Partido Socialista. No es para nada extraño que de estos motivos de analogías y de aspiraciones instintivas haya nacido el mito revolucionario, por medio del cual se concibe la instauración del poder proletario como una dictadura del sistema de secciones del Partido Socialista.

Esta concepción es por lo menos tan utópica como aquella que reconoce en los sindicatos y en las cámaras de trabajo, las formas del proceso de desarrollo revolucionario. La sociedad comunista puede ser concebida sólo como una formación "natural" adherente al instrumento de producción y de intercambio; y la revolución puede ser concebida como el acto de reconocimiento histórico de la "naturaleza" de esta formación. El proceso revolucionario se identifica por tanto, solamente con un movimiento espontáneo de las masas trabajadoras, determinado por el choque de las contradicciones inherentes a la convivencia humana bajo un régimen de propiedad capitalista. Aprisionadas en la tenaza de los conflictos capitalistas, amenazadas de una condena sin apelación a la pérdida de los derechos civiles y espirituales, las masas se alejan de las formas de la democracia burguesa, salen de la legalidad de la constitución burguesa. Sin una reacción de la conciencia histórica de las masas populares que encuentran un nuevo marco, que aplican un nuevo orden en el proceso de producción y de distribución de la riqueza, la sociedad iría a su disolución, toda producción de riqueza útil se detendría y los hombres se precipitarían en un oscuro abismo de miseria, de barbarie y de muerte. Los organismos de lucha del proletariado son los "agentes" de este colosal movimiento de masas; el Partido Socialista es indudablemente el máximo "agente" de este proceso de derrumbamiento y de nueva formación, pero no es y no puede ser concebido como la forma de este proceso, forma maleable y plasmable al arbitrio de los dirigentes. La socialdemocracia alemana (entendida en su conjunto de movimiento sindical y político) ha aplicado la paradoja de constreñir violentamente el proceso de la revolución a las formas de su organización y creyó dominar la historia. Creó sus consejos de autoridad, con la mayoría segura de sus hombres; trabó la revolución, la domesticó. Hoy ha perdido todo contacto con la realidad histórica, a no ser el contacto del puño de Noske * con la nuca del obrero, y el proceso revolucionario sigue su curso incontrolado, aun misterioso, que aflorará en desconocidos estallidos de violencia y de dolor.

Una vez obtenido el resultado de paralizar el funcionamiento del gobierno legal de las masas populares, se inicia para el partido la fase de actividad más difícil y más delicada: la fase de actividad positiva. Las concepciones difundidas por el partido actúan autónomamente en las conciencias individuales y determinaran configuraciones sociales nuevas, adherentes a estas concepciones, determinan organismos que funcionan por ley íntima, determinan aparatos embrionales de poder, en los que la masa actúa en su gobierno, en los que la masa adquiere conciencia de su responsabilidad histórica y de su misión precisa de crear las condiciones del comunismo regenerador. El partido, como formación compacta del militante de una idea da su influencia a este íntimo trabajar de nuevas estructuras, a esta laboriosidad de millones y millones de difusores sociales que preparan los rojos bancos coralíferos que un día no lejano, al salir a la superficie romperán los ímpetus de la borrasca oceánica, tranquilizarán otra vez las olas, fijarán nuevamente un equilibrio en las corrientes y en los climas; pero este influjo es orgánico, está en el circuito de las ideas, está en mantener intacto el aparato de gobierno espiritual, está en el hecho de que millones y millones de trabajadores, fundando las nuevas jerarquías, instituyendo los nuevos órdenes, saben que la conciencia histórica que los mueve tiene una encarnación viviente en el Partido Socialista, está justificada por una doctrina, la doctrina del Partido Socialista, tiene un potente baluarte, la fuerza política del Partido Socialista.

El partido sigue siendo la jerarquía superior de este movimiento irresistible de masas, el partido ejerce la más eficaz de las dictaduras, esa que nace del prestigio, que es la aceptación consciente y espontánea de una autoridad que se reconoce como indispensable para el logro de la obra emprendida. Habrá grandes líos si debido a una concepción sectaria del papel del partido en la revolución se pretende fijar en formas mecánicas de poder inmediato el aparato de gobierno de las masas en movimiento, se pretende constreñir el proceso revolucionario dentro de las formas del partido; se logrará desviar una parte de los hombres, se logrará "dominar" la historia; pero el proceso revolucionario real escapará al control y a la influencia del partido, convertido inconscientemente en organismo de conservación.
La propaganda del Partido Socialista insiste hoy en estas tesis irrefutables:

Las relaciones tradicionales de apropiación capitalista del producto del trabajo humano han cambiado radicalmente. Antes de la guerra, el trabajo italiano permitía, sin graves choques repentinos, la apropiación del 60 por ciento de la riqueza producida por el trabajo por parte de la exigua minoría capitalista y por parte del estado, mientras que las decenas de millones de la población trabajadora debían contentarse con un escaso 40 por ciento para satisfacer las exigencias de la vida elemental y de la vida superior cultural. Hoy, después de la guerra, se verifica este fenómeno: la sociedad italiana produjo sólo la mitad de la riqueza que consume; el estado adeuda sumas colosales al trabajo futuro; es decir, hace al trabajo italiano cada vez más esclavo de la plutocracia internacional. A los dos recaudadores de dividendos sobre la producción (los capitalistas y el estado) se ha agregado un tercero, puramente parasitario: la pequeña burguesía de la casta militar-burocrática que se formó durante la guerra. Ella toma precisamente esa mitad de riqueza no producida que viene cargada a la cuenta del trabajo futuro; la toma directamente como sueldos y pensiones, la toma indirectamente por su función parasitaria; presupone la existencia de todo un aparato parasitario. Si la sociedad italiana produce sólo 15 000 millones de riqueza mientras consume 30000, y estos 15 000 millones son producidos por ocho horas diarias de trabajo de las decenas de millones de trabajadores que reciben 6 ó 7 mil millones de salario, el presupuesto capitalista sólo puede ser equilibrado de una manera: obligando a la población trabajadora, a dar, por la misma cantidad de salario, una, dos, tres, cuatro, cinco horas de trabajo de más, de trabajo no pagado, de trabajo que va a enriquecer el capital, para que reconquiste su función de acumulación, que va al estado para que pague sus deudas, para que consolide la situación económica de la pequeña burguesía pensionada y la premie por los servicios prestados con las armas, al estado y al capital, para que obligue a la población trabajadora a reventar encima de las máquinas y en los surcos de la tierra.

En esta situación general de las relaciones capitalistas, la lucha de clases no puede ser dirigida a otro objetivo que a la conquista del poder del estado por parte de la clase obrera, para dirigir este inmenso poder contra los parásitos y obligarlos a regresar al orden del trabajo y abolir de un golpe la monstruosa porción de la riqueza que se llevan hoy. En esta tarea debe cooperar toda la clase trabajadora y toda la clase trabajadora debe asumir forma consciente según el orden que ella asume en el proceso de producción y de intercambio: de esta manera cada obrero, cada campesino es llamado al consejo a colaborar en el esfuerzo de regeneración, es llamado para constituir el aparato del gobierno industrial y de la dictadura: en el consejo se encarna la forma actual de la lucha de clases tendiente al poder. Y se perfila así la red de instituciones dentro de las cuales se desarrolla el proceso revolucionario: el consejo, el sindicato, el Partido Socialista. El consejo, formación histórica de la sociedad, determinado por la necesidad de dominar el aparato de producción, formación nacida por la conciencia de sí conquistada por una parte de los productores. El sindicato y el partido, asociaciones voluntarias, instrumentos de propulsión del proceso revolucionario, "agentes" y "gerentes" de la revolución; el sindicato que coordina las fuerzas productivas e imprime al aparato industrial la forma comunista; el Partido Socialista, modelo viviente y dinámico de una convivencia social que una la disciplina a la libertad y hace rendir al espíritu humano toda la energía y el entusiasmo de que es capaz.

(L'Ordine Nuovo, 27 de diciembre de 1919.)