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Marx contraataca: ¿Regular las finanzas o sobrepasar el capitalismo?


Lucien Sève
Para Kaos en la Red

Casi nos habían convencido: la historia estaba terminada, el capitalismo, para satisfacción general, constituía la forma definitiva de organización social, la «victoria ideológica de la derecha», palabra de primer ministro, estaba consumada, sólo algunos incurables utópicos agitaban aún la bandera de no se sabe bien que otro futuro.


El fantástico seísmo financiero de octubre de 2008 destruyó con un solo golpe esta idealización. En Londres, el Daily Telegrah escribe: «El día 13 de octubre de 2008 quedará en la historia como el día en que el sistema capitalista británico reconoció haber fracasado»[i]. En Nueva York, manifestantes blanden ante Wall Street pancartas afirmando que «¡Marx tenía razón!». En Frankfurt, un editor anuncia que su venta de El Capital se triplicó. En París, una conocida revista examina, en un dossier de treinta páginas, a propósito de aquel que era señalado como definitivamente muerto, «las razones de un renacimiento»[ii]. La historia se reabre…

Zambulléndose en Marx, todos pueden hacer descubrimientos. Unos escritos hace siglo y medio parecen hablar de nosotros con una agudeza arrebatadora. Ejemplo: «Por el hecho de que la aristocracia financiera dicte las leyes, dirija la gestión del Espado, disponga de todos los poderes constituidos, domine de hecho la opinión pública en la práctica y a través de la prensa, veíamos reproducirse en todas las esferas, desde la corte hasta el café mal afamado, la misma prostitución, la misma mentira sin vergüenza, la misma sed de enriquecerse, no a través de la producción, sino por el robo de la riqueza de otros…»[iii]. Marx describía allí el estado de cosas en Francia en vísperas de la revolución de 1848… Da para soñar.

Pero más allá de las semejanzas obvias, las diferencias de época vuelven falaz cualquier transposición directa. Es mucho más en el fondo que se sitúa la actualidad de nuevo flagrante de esta magistral «Crítica de la Economía Política» que continúa siendo El Capital de Marx. ¿De donde viene, efectivamente, la enorme dimensión de la actual crisis? Al leer lo que ha sido la explicación dominante, habría que poner en entredicho la volatilidad de los productos financieros sofisticados, la impotencia del mercado de capitales para regularse a si mismo, la poca moralidad de los hombres de dinero… Resumiendo, solo fallas en el sistema que regía lo que, frente a la «economía real», es designado por «economía virtual» – como si no hubiésemos acabado de verificar cuán real es ella.

No obstante, la crisis inicial de los subprimes nació de la creciente falta de dinero de millones de hogares americanos ante el endeudamiento que surgió al volverse candidatos a la propiedad. Lo que obliga a admitir que, al fin de cuentas, el drama de lo «virtual» tiene sus raíces en lo «real». Y lo «real», en el acontecimiento, es el conjunto globalizado de los poderes de compra populares. Por bajo del reventón de la burbuja especulativa formada por el delirio de las finanzas está el acaparamiento universal por el capital de la riqueza creada por el trabajo; y por bajo de esta dislocación, en que la parte destinada a los salarios disminuyó más de diez puntos –baja colosal-, está un cuarto de siglo de austeridad para los trabajadores en nombre del dogma neoliberal.

¿Falta de regulación financiera, de responsabilidad de la gestión, de moralidad en la bolsa? Sin duda. Pero reflexionar sin tabúes nos fuerza a ir mucho más lejos: a poner en cuestión el dogma celosamente preservado de un sistema en sí mismo por encima de cualquier sospecha, a meditar en esa razón última de las cosas que Marx designa como «ley general de acumulación capitalista». Donde las condiciones sociales de la producción son propiedad privada de la clase capitalista, el demuestra, «todos los medios que tienden adesarrollar la producción se transforman en medios de dominio e de explotación del productor», sacrificado por el acaparamiento de la riqueza por parte de los que tienen poder, acumulación que se alimenta de sí misma y tiende por eso a enloquecer. «La acumulación de riqueza en un polo» tiene por reverso necesario una «acumulación proporcional de miseria» en el otro polo, de donde renacen inexorablemente las premisas de crisis comerciales y bancarias violentas[iv]. Esto tiene realmente que ver con nosotros.

La crisis estalló en la esfera del crédito, pero su poder devastador se formó en la producción, con la parte cada vez más desigual de los valores incrementados entre trabajo y capital, maremoto que un sindicalismo de aguas calmadas, y que incluso acompañó a una izquierda socialdemócrata donde Marx era tratado como un perro exhausto, no fue capaz de impedir. Se entiende entonces lo que pueden valer las soluciones para la crisis de «moralización» del capital, «regulación» de las finanzas — pregonadas por políticos, gestores e ideólogos que aún ayer fustigaban la simple sospecha en relación a la pertinencia del liberalismo sin freno.

¿«Moralización» del capital? Esta consigna merece un premio de humor negro. Si hay, efectivamente, una orden de consideraciones que volatiliza cualquier régimen donde impere la sacrosanta libre competencia, ella es la consideración moral: la eficacia cínica gana este juego a cualquier precio, tan seguramente cuanto la mala moneda expulsa la buena. La preocupación «ética» es publicitaria. Marx resolvía la cuestión en pocas líneas de su prefacio a El Capital: «Yo no pinto de modo alguno en tonos rosas el personaje del capitalista y del propietario de tierras», pero «menos aún podría mi perspectiva —en la cual el desarrollo de la sociedad en cuanto formación económica es comprendido como un proceso de historia natural— hacer al individuo responsable por las rotaciones de las que él es socialmente un producto…»[v] He aquí porque no va a bastar distribuir algunas bofetadas para «refundar» un sistema en el que el beneficio continúa siendo el único criterio.

Alienación: un concepto actual

No es que se deba ser indiferente al aspecto moral de las cosas. Muy al contrario. Pero, para ser tomado en serio, el problema no puede ser confundido con la delincuencia de patrones-bandidos, la inconsciencia de negociantes locos o incluso la indecencia de paracaidistas dorados. Lo que el capitalismo tiene de indefendible bajo este aspecto, más allá de cualquier comportamiento individual, es su propio principio: la actividad humana que crea las riquezas porta en sí un estatuto de mercancía, siendo por ello en él tratada, no como un fin en sí mismo, sino como simple medio. No es necesario haber leído a Kant para ver ahí la fuente permanente de amoralidad del sistema.

Si quisiésemos moralizar de hecho la vida económica, es necesario tener verdaderamente en cuenta lo que lo vuelve amoral. Eso pasa seguramente —curioso redescubrimiento de muchos liberales— por la reconstrucción de regulaciones estatales. Pero invertir en esta vía en el Estado sarkoziano del escudo fiscal para los ricos y de la privatización de correos va más allá de los límites de la ingenuidad — o de la hipocresía. Si se pretende atacar la cuestión de la regulación, es imperativo regresar a las relaciones sociales fundamentales— y aquí, de nuevo, Marx nos ofrece un análisis de inabarcable actualidad: la de la alienación.

En su primer sentido, elaborado en textos célebres de la juventud[vi], el concepto designa esa maldición que constriñe al asalariado del capital a solo producir riqueza para otro produciendo su propia miseria material y moral: tiene que perder su vida para ganarla. La deshumanización multiforme de que son víctimas en masa los asalariados hoy[vii], de la explosión de las patologías del trabajo a los despidos globales, pasando por la de los bajos salarios, ilustra muy cruelmente la pertinencia que tal análisis conserva.

Pero, en sus trabajos de madurez, Marx da a la alienación un sentido aún más vasto: en la medida que el capital reproduce incesantemente la separación radical entre medios de producción y productores —fábricas, oficinas y laboratorios no pertenecen a los que en ellos trabajan—, sus actividades productivas y cognitivas, no colectivamente dominadas en la base, son entregadas a la anarquía del sistema de competencia, donde se convierten en inabarcables procesos tecnológicos, económicos, políticos e ideológicos, gigantescas fuerzas ciegas que los subyugan y aplastan.

Los hombres no hacen su historia, es la historia quien los hace. La crisis financiera ilustra de forma aterradora esta alienación, como lo hace la crisis ecológica y lo que tenemos que designar por crisis antropológica, la de las vidas humanas: nadie quiso esta crisis, pero todo el mundo sufre sus consecuencias.

Es de este «despojamiento generalizado» llevado al extremo por el capitalismo que surgen sin llamada las ruinosas fallas de regulación concertada. De la misma forma, todos los que se alaban de «regular el capitalismo» son seguramente charlatanes políticos. Regular en serio exigirá mucho más que la intervención estatal, por muy necesaria que sea: ¿y quién regulará el Estado? Es necesario que los productores materiales/intelectuales, finalmente reconocidos por lo que son, vuelvan a tomar el control sobre los medios de producción, ya que no son los accionistas los creadores de riqueza social, teniendo por esa cualidad un derecho inexcusable de tomar parte en las decisiones de gestión donde se decide su propia vida.

Frente a un sistema cuya flagrante incapacidad para regularse nos cuesta un precio exorbitante, es necesario, de acuerdo con Marx, iniciar sin demora un camino que permita superar el capitalismo, larga marcha en dirección a otra organización social donde los humanos, en formas nuevas de asociación, controlarán en conjunto sus fuerzas sociales hechas enormes. Todo lo demás es polvareda en los ojos y, por tanto, la promesa de una trágica desilusión.

Se viene repitiendo que Marx, fuerte en la crítica, no tendría credibilidad en relación a las soluciones, porque su comunismo, «ensayado» en el Este, habría fracasado rotundamente. Como si el difunto socialismo estalino-brejneviano hubiese tenido alguna cosa en común con la perspectiva comunista de Marx, cuyo verdadero sentido, por otro lado, casi nadie busca conocer, y que está en las antípodas de lo que la opinión corriente designa por «comunismo». De hecho, es de una forma completamente diferente la que se esboza bajo nuestros ojos lo que podrá ser, en el verdadero sentido marxiano, la «superación» del capitalismo en el siglo XXI[viii].

Pero, llegados aquí, alguien vendrá a decirnos: querer otra sociedad sería una utopía asesina, porque no se cambia el hombre. Y «el hombre», el pensamiento liberal sabe perfectamente lo que es: un animal que heredó esencialmente sus características no del mundo humano sino de sus genes, un calculador movido únicamente por su interés de individuo –Homo œconomicus –, con lo cual no es por tanto posible sino una sociedad de propietarios privados en competencia «libre y no falseada».

Ahora bien, esta forma de pensar también entró en quiebra. Bajo el espectacular derrocamiento del liberalismo práctico se consuma con menor ruido la quiebra del liberalismo teórico y de su Homo œconomicus[ix]. Doble quiebra. En primer lugar, científica. Cuando la biología se libera de un geneticismo exagerado, las ingenuidades de la idea de «naturaleza humana» saltan a la vista. ¿Dónde están los genes, antiguamente anunciados al son de trompetas, de la inteligencia, de la fidelidad o de la homosexualidad? ¿Qué espíritu cultivado pude creer aún que la pedofilia, por ejemplo, es congénita?

Y quiebra ética. Porque lo que desde hace siglos viene apadrinando la ideología del individuo competencial es una ideología deshumanizante del «hazte un asesino», una liquidación programada de las solidaridades sociales no menos dramática que el derretimiento de los hielos polares, un completo retroceso de civilización provocado por la locura del dinero fácil que debería enrojecer a los que osan anunciar una «moralización del capitalismo». Debajo del naufragio histórico donde la dictadura de las finanzas se hunde y nos hunde, está el discurso liberal sobre «el hombre».

Y esta es la más inesperada de las actualidades de Marx. Porque este formidable crítico de la economía es también, a la vez, el iniciador de una verdadera revolución en la antropología. Es una dimensión increíblemente desconocida de su pensamiento que no podemos exponer en veinte líneas. Pero su sexta tesis sobre Feuerbach revela su espíritu en dos frases: «La esencia humana no es una abstracción inherente al individuo aislado. En su realidad, es el conjunto de las relaciones sociales». Al contrario de lo que imagina el individualismo liberal, «el hombre» históricamente desarrollado es el mundo del hombre. He ahí por ejemplo, y no en el genoma humano, que reside el lenguaje. He ahí donde nacen nuestras funciones síquicas superiores, como demostró de forma soberbia ese marxista tremendamente desconocido que fue uno de los grandes sicólogos del siglo XX, Lev Vygotski, abriendo así el camino a otra visión de la individualidad humana.

¿Será Marx actual, incluso más de lo que se piensa? Sí, si realmente queremos actualizar la imagen tradicional que demasiadas veces se tiene de él.

Lucien Sève fue miembro del Comité Central do PCF desde 1961 hasta 1994. Es autor de obras como Cambiar el futuro, Comenzar por los fines, Para una crítica de la razón bioética.

Artículo aparecido en el blog de Coimbra: Os Bárbaros

14 de Diciembre de 2008.

Traducción directa del portugués de José André Lôpez Gonçâlez

[i] The Daily Telegraph, Londres, 14 de Octubre de 2008.

[ii] Le Magazine littéraire , nº. 479, París, Octubre de 2008.

[iii] Karl Marx, Les Luttes de classes en France , Éditions sociales, Paris, 1984, pp. 84.85; citado en Manière de voir , nº 99 («L'international des riches»), Junio-Julio de 2008.

[iv] Karl Marx, Le Capital, Libro 1, Éditions Sociales, 1983 ou Presses Universitaires de France, Paris, 1993, p. 724.

[v] Le Capital, Libro I, p.6.

[vi] «Le travail aliéné», Manuscrits de 1844 , Flammarion, Paris, 1999.

[vii] Léase: Christophe Dejours, Travail, usure mentale, Bayard, Paris, 2000; Actuel Marx , nº 39, («Nouvelles aliénalions») , Paris, 2006.

[viii]Em Un futur présent: l'aprés capitalisme (La Dispute, Paris, 2006), Jean Sève traza un cuadro impresionante de estos embiones de superación observables en dominios muy diversos.

[ix] Leer, entre otros, Tony Andréani, Un être de raison, Critique de l' Homo œconomicus , Syllepse, Paris, 2000.