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Cambios “inesperados” en la coyuntura mundial, tres aspectos decisivos. Y el regreso de la revolución en América Latina


Jorge Beinstein
Espai Marx

El siglo XXI aparecía como el despegue de una larga era global norteamericana, así lo pintaba una avalancha mediática abrumadora. Luego de un pequeño traspié recesivo a comienzos de la década los Estados Unidos aparentemente ascendía de manera irresistible los peldaños de su destino imperial. Había encontrado un “enemigo” que llenaba el vacío dejado por el fin de la guerra fría.

El “terrorismo internacional” adornado con un cierto matiz islámico cumplía a la perfección un triple objetivo: en primer lugar enfocar su dispositivo militar hacia el Medio Oriente y otras zonas de la franja eurasiática que va desde Afganistán hasta Yugoslavia, espacio decisivo en juego global de los recursos energéticos. En segundo término el carácter difuso de dicho enemigo le permitía desplegar a voluntad un abanico de intervenciones en la periferia incluso más allá del mundo islámico como América Latina, África o Europa del este donde siempre es posible “detectar” gobiernos y movimientos populares supuestamente aliados o cómplices de las fuerzas satánicas combatidas por Bush y sus halcones.

Tercero, la necesidad así planteada de establecer sólidos sistemas defensivos contra un enemigo a la vez astuto y malvado le permitía introducir mecanismos policiales de control interno en la sociedad norteamericana que irían reduciendo las libertades públicas conformando un nuevo sistema institucional con fuertes rasgos autoritarios.

En el plano económico Bush había introducido una política de reactivación apoyada en la baja de impuestos a los ricos, la reducción de tasas de interés y el aliento al consumo lo cual infló una burbuja inmobiliaria que reanimó rápidamente el mercado interno. A ello se agregó la acentuación de la escalada de gastos militares iniciada hacia finales de la era Clinton coincidente con la guerra de Kosovo. Ese conflicto se inscribía en una suerte de estrategia implícita de conquista del corazón energético de Eurásia comenzada por Bush padre cuando implotaba la URSS (primera Guerra del Golfo), seguida por Clinton con el bombardeo permanente de Irak y la ofensiva final sobre Yugoslavia (flanco izquierdo de la franja eurasiática).
La decadencia del Imperio

La primera “sorpresa” de este comienzo de siglo es la evidencia de la declinación de los Estados Unidos. Bush hijo acentuó al extremo la batalla por Eurasia convirtiéndola en el eje de su estrategia de dominación global. Los atentados (o autoatentados) del 11 de Septiembre de 2001 dieron el gran impulso al proceso de militarización, la conquista de Afganistán por su rapidez y eficacia daba la señal de lo que aparecía como la instauración arrolladora de un Imperio mundial con sede en Washington, la nueva Roma del siglo XXI según lo vaticinaban numerosos expertosy comunicadores. Siguió Irak, ocupada en unas pocas semanas, el siguiente paso debió haber sido (pero no fue) las invasiones de Irán y Siria.

Por otra parte las medidas económicas habían dado aparentemente buen resultado, el Producto Bruto Interno volvía a crecer aunque lo hacia acumulando déficits (fiscales y de comercio exterior) y enormes deudas públicas y privadas.
Al promediar la década actual las buenas señales empezaron a cambiar de signo. La ocupación de Irak se había convertido en un pantano y hacia finales de 2006 ya hay consenso en los altos mandos militares de los Estados Unidos de que una “victoria” es imposible, al mismo tiempo la rápida irakización de Afganistán hace prever una doble derrota del Imperio a no muy largo plazo. El gobierno norteamericano y sus opositores del Partido Demócrata aunque con diferentes enfoques saben que no podrán quedarse mucho tiempo más en Irak, en los últimos meses los ataques de la resistencia han aumentado en progresión geométrica, son cada vez más eficaces, amplias regiones del país escapan completamente al control de los ocupantes. Pero también saben que la retirada producirá efectos catastróficos para su sistema de dominación en Medio Oriente y aun más allá de esa zona. Empezando por la franja eurasiática que pretendían conquistar y extendiéndose al conjunto de Asia, e impactando sobre África y América Latina. Retirarse es para ellos extremadamente difícil y complejo pero quedarse no es mejor, están atrapados en la ciénaga. Para sectores decisivos del sistema de poder ha llegado la hora de los diseños retorcidos, de los juegos diplomáticos embrollados, las operaciones de inteligencia, destinados a fragmentar la resistencia, incentivar las rivalidades religiosas y regionales, la intervención de países vecinos, etc., todo destinado a cubrir una suerte de retirada honorable de la que piensan (todavía) obtener algún botín residual.

Además la efímera prosperidad económica se está agotando, la burbuja inmobiliaria ha comenzado a desinflarse y el consumo se enfría, el ritmo de crecimiento del PBI desciende. Algunos analistas consideran que la recesión está próxima, sus repercusiones mundiales serán inevitables.

En el último cuarto de siglo la economía norteamericana funcionó cada vez más como un parásito global. Su cultura productiva fue decayendo mientras se expandía la especulación financiera y el consumismo sobre todo en las clases medias y altas, en consecuencia el proceso de concentración de ingresos corrió paralelo a la caída del ahorro interno. Se fueron acumulando déficits fiscales y de comercio exterior. El déficit de la cuenta corriente del Balance de Pagos llegó a un nivel tal que hacia 2005 representaba el 70 % de la suma de todos los déficts de cuenta corriente del mundo. Entre 2000 y 3000 millones de dólares de fondos ingresan a diario en la trama financiera estadounidense, sin ellos la misma entraría en crisis. Los norteamericanos han estado cubriendo sus importaciones y deudas emitiendo dólares, en principio se trató de una suerte de estafa, de pillaje del resto del mundo que le entregaba mercancías a cambio de papeles-dólares que se fueron devaluando con el correr del tiempo. Pero al reingresar estos dólares a los Estados Unidos convertidos en inversiones externas directas fueron desnacionalizando gradualmente la economía imperial, ahora por cada dólar de inversiones estadounidenses en el exterior existen dos dólares de inversiones extranjeras en los Estados Unidos, en 2006 por primera vez en las últimas nueve décadas el saldo de este juego de inversiones ha sido negativo para el Imperio: el círculo vicioso del endeudamiento infinito está instalado, los norteamericanos pagan sus deudas y las salidas netas de fondos con más deudas. La deuda pública federal llega a los 8,5 billones de dólares cifra que engrosa una deuda total (pública y privada) del orden de los 43 billones de dólares.

Los halcones creían que la guerra en Eurasia los iba a sacar de la decadencia, controlando los recursos energéticos mundiales, imponiendo la hegemonía del dólar, acorralando a China, Rusia y la Unión Europea, doblegando hasta la mínima resistencia en la periferia. Pero el planeta resultó ser demasiado grande para la sociedad norteamericana, el aparato militar demostró su incapacidad para satisfacer de manera rápida y con costos controlables las múltiples necesidades planteadas por su estrategia de dominación mundial. La era imperial que creían haber inaugurado Bush y sus halcones entró en crisis en menos de un lustro.

De todos modos deberíamos ser prudentes respecto de los vaivenes de la decadencia, su ritmo es incierto y a lo largo de su camino puede todavía brindarnos no pocos sobresaltos, zarpazos desesperados, después de todo ¿que fue sino un manotón de ahogado la arremetida militar de Bush en Asia y su combinación con una orgía de endeudamientos llamada reactivación?.

El efecto Ezbollah

La segunda sorpresa es que los empantanamientos estadounidenses en Irak y Afganistán y la derrota israelí en Líbano expresan mucho más que simples reveses militares. Probablemente nos estarían señalando el fin de una larga travesía de la guerra moderna marcada por la expansión incesante de los grandes estructuras militares en torno de equipos de combate crecientemente caros y sofisticados: tanques, aviones, sistemas de comunicación y vigilancia, misiles, explosivos de alto poder hasta llegar a los artefactos nucleares, etc. Ese mega aparatismo habría entrado ahora en una crisis profunda tal vez la más importante y decisiva de su historia.

Desde fines del siglo XIX y atravesando todo el siglo XX el poderío bélico de las grandes potencias se apoyó en el desarrollo (militarización) de gigantescos complejos industriales y científicos. La primera guerra mundial significó la consagración del proceso de integración entre ciencia, industria y sistemas de armas consolidado en la segunda guerra mundial y la posterior guerra fría. La victoria de los Estados Unidos sobre la URSS marcó el punto más alto de dicha tendencia, en la guerra no declarada entre las dos superpotencias venció la que pudo desplegar un nivel de sofisticación-despilfarro tecnológico inalcanzable para la otra (Guerra de las Galaxias lanzada por Reagan, etc.), ganó el aparato más grande y caro.

La hipertrofia militar-industrial fue una de las causas decisivas del derrumbe de la URSS aunque era la espina dorsal de su sistema, el centro motor (y al mismo tiempo el gran parásito) de su economía, fuente irreemplazable de autoridad y prestigio. En el caso norteamericano curiosamente llegamos a paralelismos notables con el proceso soviético aunque en base a una lógica económica diferente (capitalista imperialista occidental), desde la Segunda Guerra Mundial el complejo estatal,militar,industrial y financiero fue una pieza clave del equilibrio y expansión de la economía de mercado, sus gastos improductivos permitieron cada vez más compensar las falencias de la demanda interna e internacional absorbiendo excedentes de capitales, operando como motor de una amplia gama de actividades científicas y tecnológicas de punta.

Ejerció una coerción global que le permitió imponer la hegemonía financiera imperial, apropiarse de mercados, fuentes de materias primas y producciones industriales del resto del mundo.

El “instrumento” fue creciendo, imponiendo su cultura a segmentos decisivos del sistema de poder estadounidense en una suerte de interpenetración elitista y mafiosa de la que emergieron visiones aparatistas y “geopolíticas”, formas ideológicas reaccionarias fundadas en la sobrestimación de las megaestructuras de represión y control (y en las sofisticaciones tecnológicas que suelen acompañarlas) y en la subestimación de los seres humanos concretos pertenecientes a las clases inferiores locales y a las sociedades periféricas, sus comunidades, culturas, considerados objetos fácilmente manipulables.

La experiencia histórica nos señala que esta no es la primera vez que una elite decadente poseedora de una maquinaria de guerra desmesurada arremete con toda su parafernalia contra los que aparecen como pequeños enemigos y se estrella contra la realidad, en ese momento se zambulle en una crisis de percepción que marca el fin de su reinado y también de su cultura militar. Se trata de señales claras del inicio de grandes mutaciones civilizacionales.

En 2003 el Imperio se lanzó a una “guerra fácil” en Irak pero poco después de la conquista se vio sumergido en un extraño hormiguero donde las minúsculas hormigas subdesarrolladas no eran tales sino seres inteligentes, creativos, con buen nivel educativo. El Imperio partió de la base de que la destrucción del estado irakí dejaría indefensa a una sociedad civil pobre, atrasada y aplastada por una larga tiranía. Pero resulta que Irak estaba habitado por una población que ha experimentado una intensa modernización que dejó atrás la subcultura colonial. No se trata de un caso aislado, el grueso de la periferia vivió durante el siglo XX procesos similares; revoluciones nacionalistas, más o menos democratizantes, a veces auto proclamándose “socialistas”, etc., desarrollaron industrias, universidades, ejércitos, burocracias estatales, sindicatos, tejidos empresarios, clases medias urbanas y otras componentes de la modernidad. Son por lo general sociedades poco articuladas, con fuertes concentraciones de ingresos e importantes áreas de pobreza, corrupción gubernamental, etc., es decir “subdesarrolladas”. Sin embargo el “subdesarrollo” ha ido cambiando, esas poblaciones disponen hoy de grados de iniciativa autónoma e información que las hace cualitativamente distintas de las de hace medio siglo. Más aún, muchas veces la destrucción o la crisis aguda de sus estados libera energías civiles de un potencial inesperado.

Resultado: las tropas invasoras exhibiendo sus equipos sofisticados fueron desestabilizadas primero y colocadas a la defensiva después por miles de agresiones de una resistencia sin comando central, plural, integrada por una red de grupos de todo tamaño armadas con instrumentos de combate baratos (lanzagranadas, bombas de fabricación casera, coches-bomba, kalashnikovs).

En Líbano el desenlace fue mucho más espectacular por su rapidez y la enorme desproporción (aparente) entre los contendientes. Israel puso en movimiento aviones, tanques y un sistema de control satelital de última generación (suministrado por los Estados Unidos) y unos 30 mil hombres inmediatamente desplegables sobre el terreno.

Desataron una ola demoledora de bombardeos destinada a hundir en el pánico a la población invadida y así aislar a los grupos de resistencia. Frente a esa maquinaria de guerra considerada invencible se alzó la organización Ezbollah que disponía de una pequeña milicia de menos de tres mil combatientes, aunque sólidamente enraizada en la población. Del lado israelí aparecía un aparato militar del primer mundo muy sensible a las bajas, del lado libanés una guerrilla de la periferia dispuesta al martirio cuyos combatientes poseen un nivel cultural que les permite funcionar de manera muy descentralizada con alto nivel de iniciativa. Conformaron una suerte de “red floja” con pocas comunicaciones de arriba hacia abajo y viceversa cuyo sencillo armamento era suficiente para neutralizar a los tanques y los despliegues protectores de helicópteros y producirle muchas bajas a las tropas israelíes si estas llegaban a ser lanzadas al combate. Por otra parte la extrema descentralización operativa de la guerrilla reducía al mínimo la utilidad militar tanto de los controles satelitales como de los bombardeos masivos.

Si nos apoyamos en la cultura militar convencional lo que está ocurriendo en Irak y lo sucedido en Líbano es aberrante; fuerzas resistentes sin mando central o con conducción muy alejada de las iniciativas de los grupos operativos, pertenecientes a sociedades “atrasadas” han sido capaces de poner en jaque a fuerzas altamente sofisticadas poseedoras de los más avanzados sistemas de información. Pero ocurre que el siglo XX ha quedado atrás, ahora estamos en el siglo XXI, se ha producido un salto cualitativo en segmentos decisivos de las poblaciones urbanizadas y modernas de la periferia. La ocupación real de esos territorios por parte de fuerzas armadas del primer mundo empieza a ser vista como una meta extremadamente difícil, cada vez menos posible. En ese sentido la victoria de la guerrilla Ezbollah contra el ejercito profesional de Israel marcará un hito en la historia asociado a una fenómeno más prolongado: la derrota norteamericana en Irak. Ambos acontecimientos constituyen una linea divisoria en la evolución de la cultura militar universal como lo fue en Europa la batallas de Crecy (1346) y luego la de Agincourt (1415) donde la pesada (e invencible) caballería feudal fue derrotada por la infantería. Por supuesto Crecy tuvo antecedentes y muchas décadas después la vieja caballería todavía era temible y producía estragos pero su ciclo se estaba agotando y con el la sociedad feudal que constituía su base. La guerrilla moderna tuvo antes (mucho antes) de Irak-Libano victorias memorables como la de la resistencia yugoslava contra el todopoderoso ejercito alemán durante la segunda guerra mundial y sobre todo la guerra de Vietnam, pero son los acontecimientos de comienzos del siglo XXI los que marcan el punto de inflexión coincidente con la decadencia del Imperio estadounidense centro motor de la degradación parasitaria (financiera) del capitalismo global (y el descrédito creciente de los complejos industrial-militares).

Despolarización


La tercera sorpresa es que la decadencia de los Estados Unidos no parece abrirle el camino a otro imperio (unipolaridad de remplazo) ni tampoco a una nueva bipolaridad o multipolaridad capaz de repartirse la totalidad del planeta. La diferencia con el siglo XX es notable, en esa época la decadencia del Imperio británico trato de ser aprovechada por los imperialismos alemán y japonés, que fracasaron, para dar lugar luego de la segunda guerra mundial a la bipolaridad soviética-norteamericana que se prolongó hasta fines de los años 1980.

Pero esa bipolaridad comenzó a derrumbarse en 1991 (implosión de la URSS) y hacia 2006 es evidente que la declinación de los Estados Unidos ha comenzado. No se trata solo de la caída de un poderosos “competidor” o de un acaparador de materias primas sino principalmente del primer mercado del mundo, el declive de su capacidad de compra impactará (ya está impactando) a las otras grandes potencias. China coloca en Estados Unidos cerca de un tercio de sus exportaciones y otro tercio en países cuyos ritmos exportadores tiene una alta dependencia respecto de las compras norteamericanas, en primer lugar Japón que se verá directamente afectado por ese desinfle de demanda. La Unión Europea ya comienza a sufrir los impactos negativos del fenómeno lo que sin duda afectará a su gran abastecedor de energía: Rusia, que consiguió en los últimos años fuertes tasas de crecimiento gracias a las exportaciones de gas y petróleo a Europa (las ventas externas de petróleo representan el 50 % de los ingresos fiscales rusos). El hundimiento del gigante estadounidense arrastra a todas las potencias, su mercado no puede ser remplazado por otros. Ello significa que la crisis crónica de sobreproducción global que venía siendo frenada desde hace algo más de tres décadas por una combinación parasitaria de saqueos financieros y engordes consumistas, en especial el de los Estados Unidos, estaría por ingresar en una nueva etapa mucho más degradada, con mayores turbulencias y caídas recesivas. En ese contexto no habrá lugar para imperios vigorosos y ascendentes. El horizonte más probable es el de un aflojamiento imperialista generalizado que, como ocurrió durante las guerras mundiales y las grandes crisis económicas del siglo XX, posibilitará rebeldías periféricas e independencias mas o menos significativas de países pobres.

Esta nueva realidad mundial naciente puede ser caracterizada como “despolarización”, incluye desde multipolaridades débiles hasta tentativas más o menos hábiles o brutales de recuperación de poder mundial por parte de los Estados Unidos. Y sobre todo la presencia (inestable) en importantes zonas de la periferia de países y regiones con cierto juego propio, aprovechando márgenes de no-control (o relativamente débil control) externo (imperialista). Aclaremos que se trata de una tendencia visible, con altos y bajos, plagada de ambigüedades y panoramas confusos.

Si dicho aflojamiento o decadencia imperialista (del conjunto de grandes potencias) llegara a extenderse durante mucho tiempo nos encontraríamos ante un viraje histórico decisivo. El capitalismo (en tanto civilización burguesa occidental) ha sido imperialista desde sus orígenes con las primeras cruzadas hace algo menos de un milenio, pasando por la conquista de América, África, etc.. Basó su reproducción ampliada en el largo plazo y a nivel mundial en sucesivas rapiñas periféricas; la declinación del poder imperial del capitalismo estaría señalando el agotamiento de la civilización burguesa devenida planetaria.

Ello plantea la cuestión de la reproducción capitalista en esas nuevas condiciones en especial en la periferia. Últimamente se ha puesto de moda el tema del “BRIC” (Brasil, Rusia, India, China) en tanto futuras grandes potencias, en realidad ese cuarteto es mucho menos poderoso de lo que la fantasía de los comunicadores quiere presentar. Todos ellos están atravesados por fuertes contradicciones internas sociales y regionales, son altamente dependientes de los mercados occidentales y disponen de sistemas estatales extremadamente corruptos. El resto de naciones periféricas expresan versiones más o menos pobres y subdesarrolladas de estos pretendidos “paradigmas”.

El regreso de la revolución

El destino del Imperio norteamericano se está jugando en Eurásia, más precisamente en Irak y en menor medida en Afganistán. Los efectos del fracaso estratégico de los Estados Unidos ya se hacen sentir en todas partes, por ejemplo en América Latina. Allí se combina el impacto del debilitamiento global estadounidense con el fin del auge neoliberal que precipitó una sucesión de rebeliones populares desde fines de la década pasada, expresiones radicalizadas del fenómeno de descontento general en la región. El mismo hundió en el desprestigio a la mayor parte de los dirigentes políticos tradicionales, no se trató de simples “crisis de representatividad” al interior de sistemas medianamente sólidos sino de manifestaciones de la degradación profunda de las instituciones y de los esquemas económicos vigentes. Más aún, dicho deterioro aparece como el fin de la euforia liquidadora de una larga sucesión de experiencias desarrollistas más o menos populistas, democráticas, nacionalistas o pro norteamericanas que desde los años 1940 habían construido o expandido administraciones públicas, industriales, estructuras de educación y salud, sistemas de transporte, etc. En suma, diversas formas de modernización burguesa que al fracasar dejaron la vía libre al pillaje financiero planteando una crisis estructural cuya magnitud no tiene precedentes en América Latina. En ese sentido es válido afirmar que lo que hace agua no es solo el neoliberalismo sino la totalidad de la historia del capitalismo latinoamericano.

Semejante encrucijada no puede como es evidente ser superada por “reformas” de sistemas burgueses profundamente podridos. Sin embargo hasta ahora el panorama general es el de la conjunción paralizante de dos impotencias: en primer lugar de las elites dominantes para restaurar su legitimidad perdida y en segundo término de las masas sumergidas para barrer con esos regímenes. Tal vez la expresión más dramática de esta doble impotencia se produjo en Bolivia cuando luego de una sucesión de levantamientos populares desde el comienzo de la década la derecha demostró ser incapaz de gobernar pero las bases sociales insurgentes se detenían en la puerta del poder. Prevaleció entonces una “solución intermedia”, ensayo reformista protagonizado por Evo Morales cuya verborragia se corresponde con la dimensión de la catástrofe pero cuyos actos concretos de gobierno son un pálido reflejo de su discurso. La nacionalización de los hidrocarburos no ha sido más que una simple reglamentación de la legislación neoliberal. la reforma agraria un reparto de tierras marginales dejando intacta la gran propiedad rural, además privatizó uno de los mayores yacimientos de hierro del mundo (Mutún) y mantuvo la política fiscal y de ingresos de la era conservadora. Sin embargo un inmenso show indigenista y nacionalista le ha permitido hasta ahora preservar la gobernabilidad del régimen. Manifestaciones mucho o poco menos grotescas de esta corriente se estan produciendo con otros gobiernos progresistas de la región. Todos ellos se caracterizan por la preservación de los resortes básicos del subdesarrollo heredados de la etapa neoliberal clásica a los que recubren con actos mediáticos izquierdizantes. Se trata de soluciones transitorias a las crisis, es difícil que estos equilibrios puedan sostenerse durante largos períodos. En otros países donde la rigidez política ha sido mucho mayor ni siquiera se produjeron experiencias progresistas, en Colombia, Perú o México no es exagerado aventurar futuras turbulencias.

De todos modos hacia el final de los caminos centroizquierdistas y derechistas duros las crisis de gobernabilidad reaparecerán (están apareciendo) con un dramatismo muy superior al del primer lustro de la década actual.

Tomando en consideración ese horizonte de profundización de la crisis regional empujada por la acentuación de la crisis global, es posible localizar en el devenir histórico próximo la irrupción de nuevas y más extendidas insurgencias populares que pondrán (están poniendo) a la orden del día el tema de la revolución, es decir del cambio radical de sociedad. ¿Será ese período futuro el escenario de nuevas impotencias?, todo dependerá de la capacidad de aprendizaje de los pueblos, de sus sectores más avanzados. No se trata solo de aprender del pasado cercano sino de toda la experiencia revolucionaria del último medio siglo. En este punto corresponde hablar de la revolución cubana y de lo más reciente (y novedoso) como lo es la revolución venezolana o de la persistencia de la insurgencia colombiana. Sin embargo me parece sumamente útil destacar las experiencias revolucionarias de los años 1960-1970 consideradas fracasadas desde una óptica “progresista” (es decir conservadora) pero que vistas en el largo plazo histórico podrían ser vistas como experiencias pioneras, primeros ensayos, de rebeldías mucho mayores que pueblan el futuro.

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El autor es economista e intelectual revolucionario, doctor de Estado en Ciencias Económicas (Universidad de Franche Comté – Besançon, Francia), fue titular de cátedras de economía internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina. Actualmente es profesor titular de las cátedras libres "Globalización y Crisis" en las universidades de Buenos Aires y Córdoba (Argentina) y de La Habana (Cuba). Ha escrito diversos libros y artículos como:
- LARGA CRISIS DE LA ECONOMIA GLOBAL
- La autofagia del capitalismo
-La declinación de la economía global
- Escenarios de la crisis global
- La Gran mutación del capitalismo
- La vida después de la muerte. La viabilidad del postcapitalismo
- Pensar la decadencia. El concepto de crisis a comienzos del siglo XXI, etc.