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La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica

lunes, 24 de noviembre de 2008


Ernest Mandel

Versión de una conferencia dictada por Ernest Mandel en el seminario "Marxismo crítico", celebrado en Atenas en junio de 1983 y organizado por el Círculo político cultural PROTAGORA. Traducido de la Revista Sous le drapeau du socialisme, París, núm. 97-98, junio de 1984, editado en Coyoacan, revista marxista latinoamericana, -n.17/18-México Enero-junio 1985. Lo reedita Globalización,Revista de Economía, Sociedad y Cultura,en julio del 2003 como una contribución a las discusiones sobre la actual crisis mundial.http://www.rcci.net/globalizacion/2003/fg360.htm

Marx no tuvo tiempo de elaborar en forma sistemática una teoría de las crisis. Había reservado esta elaboración para uno de los tomos no escritos de El Capital, el tomo dedicado al mercado mundial. Pero en el tomo 3 de El Capital, en las Teorías de la plusvalía, en diferentes contribuciones periodístico-descriptivas, así como en su correspondencia, Marx y Engels han incluído suficientes pasajes que tratan del ciclo industrial y de la crisis como para que se pueda hablar de una verdadera teoría marxista de las crisis, sin forzar los textos o falsificar su pensamiento.

La explicación marxista de las crisis

La teoría marxista de las crisis rechaza toda concepción monocausal. Las crisis no se deben exclusivamente al exceso de capitales (sobreacumulación) o, lo que es equivalente, a la insuficiencia de la masa de plusvalía producida corrientemente. No se deben exclusivamente a la insuficiencia del poder de compra por parte de las masas. Tampoco se deben exclusivamente a la desproporción entre los dos departamentos fundamentales de la producción, el departamento de bienes de producción y el departamento de bienes de consumo. Todas estas causas desempeñan un papel en el desencadenamiento de las crisis y en su reproducción cíclica, pero ninguna de ellas determina, por sí sola, el estallido regular de las crisis.

La razón por la cual Marx rechaza toda explicación monocausal de las crisis es que considera al ciclo industrial y a las crisis de sobreproducción en las cuales aquél desemboca regularmente, como inherentes al modo de producción capitalista mismo. Este modo de producción está basado sobre la producción mercantil generalizada. Es del hecho de que los medios de producción (incluídas las tierras) y la fuerza de trabajo se han convertido en mercancías, de donde se desprende la relación capital/trabajo asalariado, es decir el modo de producción capitalista.

Ahora bien, producción mercantil generalizada implica un trabajo no inmediatamente social, implica contradicción entre trabajo pri¬vado y trabajo social, disposición fragmentada de los medios de pro¬ducción (es decir propiedad privada en el sentido económico y no puramente jurídico del término), fluctuaciones de las inversiones en el tiempo, contradicción entre valor de uso y valor de cambio, con¬tradicción entre mercancía y dinero. De ahí se desprende la oposi¬ción fundamental de Marx a la "Ley de equilibrio" de J.B. Say y a errores paralelos de Ricardo. Para Marx, la producción no crea automáticamente su propia demanda, rechazo de las tesis que son retomadas por los monetaristas y los economistas "supply-side" de hoy. Del mismo modo, la demanda no crea automáticamente su propia producción, rechazo de las ideas que son retomadas por los neo-keynesianos de hoy.

La crisis hunde sus raíces en el hecho de que las condiciones de producción de la plusvalía no implican automáticamente las condiciones de su realización (no coinciden automáticamente con ellas).

En este sentido, en el marco de la teoría marxista de las crisis, la crisis es a la vez una crisis de superproducción de capitales y una crisis de superproducción de mercancías. En su preparación y en su estallido intervienen todas las contradicciones internas del modo de producción capitalista. Se puede representar la crisis como deter¬minada fundamentalmente por la caída tendencial de la tasa media de ganancia en la medida en que las fluctuaciones de la tasa de ganancia resumen el conjunto de estas contradicciones.

Por su esencia misma, la crisis capitalista es entonces una crisis de superproducción de valores de cambio. En esto, ella se contra¬pone a las crisis de las sociedades precapitalistas y a las crisis en las sociedades post-capitalistas, que son esencialmente crisis de subpro¬ducción de valores de uso. Estas crisis se combinan allí, en grados diferentes, con fenómenos ligados al mercado, en la medida en que la producción mercantil se desarrolla o sobrevive en estas sociedades. Por el otro lado, mientras subsiste el modo de producción capitalista, y la economía continúa siendo regida por la ley del valor, las crisis de sobreproducción son inevitables.

La explicación marxista de la crisis actual


La recesión 1980-1982 ha sido la vigesimoprimera crisis de super¬producción desde el "nacimiento del mercado mundial de mercan¬cías industriales", como lo llama Marx, nacimiento que se sitúa hacia 1825. Esto da una media de duración del ciclo industrial de 15 años, divididos por 21, es decir de 7.5 años, confirmación total de una hipótesis de Marx. La naturaleza misma del ciclo. industrial implica que no hay "crisis permanente". Después de la recesión viene la recuperación, aunque sea vacilante, poco profunda, de duración relativamente limitada y no sincronizada. Creemos que una recupera¬ción comenzó ya en 1983, por lo menos en Estados Unidos, en la República Federal Alemana, en Gran Bretaña, en Canadá, así como hubo una recuperación entre la recesión de 19741975 y la recesión de 1980-1982.

Nosotros definimos las crisis después de la segunda guerra mun¬dial -en la época del capitalismo tardío- como recesiones, porque son crisis combinadas con una inflación permanente que atenúa parcialmente sus efectos. La inflación del crédito, es decir de la moneda fiduciaria, de la "moneda bancaria", permite vender más mercancías que con el poder de compra efectivamente creado durante el proceso de producción. Permite acumular más capitales que con la plusvalía efectivamente producida en el curso del proceso de producción y realizada en el curso del proceso de circulación.

A pesar de toda la demagogia de los monetaristas y todas las medidas deflacionistas tomadas por los gobiernos burgueses (tanto de "dere¬cha" como de "izquierda"), la inflación subsiste en el curso del actual ciclo industrial, aunque ella haya sido reducida con relación a los años 70 (pero. no con relación a los años 50 y 60).

Pero el capitalismo tardío no puede atenuar durante un período limitado sus contradicciones internas por medio de la inflación per¬manente sin pagar un precio elevado -a la larga insoportable- por esta tendencia: la desorganización creciente de su sistema monetario internacional, los crecientes riesgos de hundimiento de todo el sistema bancario y de todo el sistema de crédito internacional.

Hipócritamente, los capitalistas y sus ideólogos concentran su fuego, a este respecto, sobre las deudas de los países llamados "del Tercer Mundo" y de los Estados llamados socialistas (que nosotros preferimos llamar Estados obreros burocratizados o Estados post¬-capitalistas). Pero en realidad, el capitalismo atravesó un imprevisto boom económico después de la segunda guerra mundial flotando sobre un océano de deudas que desbordan hacia cuatro orillas: 1) las empresas capitalistas privadas, incluidas las firmas multinacionales; 2) los países del Tercer Mundo; 3) los gobiernos imperialistas; 4) los gobiernos de los Estados obreros burocratizados. De estas cuatro masas de deudas, la más importante es la primera y no la segunda. La tercera ya superó a la cuarta y puede superar a la segunda.

Los detonadores de las recesiones de 1974-1975 y de 1980-1982 fueron los detonadores clásicos y su desarrollo fue un desarrollo clásico: superproducción en los sectores clave de la expansión precedente (automóvil, construcción inmobiliaria, acero, petroquímica, etc.), baja de la tasa media de ganancia, agravación de las tendencias especulativas e inflacionistas, obligación para la burguesía de iniciar una política deflacionista, desocupación en rápido ascenso y, debido a esto, contracción del mercado interior, concurrencia interimperialista e interimperialista acentuada, con ascenso del proteccionismo y contracción del mercado mundial.

Ciclo industrial y ondas largas

El hecho de que Marx haya puesto en descubierto los mecanismos fundamentales, estructurales, de las crisis de superproducción capitalista, implica que hay rasgos fundamentales, estructurales, comunes entre todas estas crisis. Pero no implica' que todas las crisis son estrictamente idénticas. Cada crisis representa de hecho una combinación de rasgos generales y de rasgos particulares. El mismo Marx analizó en detalle los rasgos particulares de una serie de crisis que él vivió, como la crisis de 1857-1858 y su aspecto monetario, y la de 1861, ligada a las consecuencias de la Guerra de Secesión en Estados Unidos.

No puedo analizar en detalle todos los rasgos particulares de las crisis de 1970-1971, de 1974-1975 y de 1980-1982. Pero quiero insistir sobre un aspecto esencial de esta combinación de rasgos particulares y rasgos generales de las crisis actuales: la combinación entre el ciclo industrial septenal o sexenal, y la onda larga de tendencia depresiva que comenzó manifiestamente hacia el fin de los años 60. Esta sucedió a una onda larga expansiva que se extiende de 1948-1949 a 1968 (salvo en los países anglosajones, donde comenzó sin duda hacia 1940).

Esta combinación entre ciclo industrial clásico y onda larga depresiva tiene consecuencias considerables sobre la evolución económica a medio y largo término. Tiene consecuencias igualmente importantes en el plano social y político.
La onda larga depresiva actualmente en curso se caracteriza por la "vulgarización" de las innovaciones tecnológicas iniciadas durante la onda larga expansiva precedente, lo cual es por otra parte una característica general de las ondas largas de estas dos tonalidades fundamentales diferentes.

En la práctica esto quiere decir tres cosas: 1) mantenimiento de una tasa de crecimiento anual, bastante elevada, de la productividad; 2) baja y hasta desaparición de la "renta tecnológica", de las sobreganancias monopolísticas de los grandes trusts, incluidas las "multinacionales", lo cual contribuye a deprimir la tasa media de ganancia; 3) descenso considerable de la tasa media de crecimiento de la producción, que permanece durante largo tiempo inferior a la tasa de crecimiento de la productividad. El resultado es claro: a la vez, el aumento de la desocupación y la ofensiva de austeridad de la burguesía se mantendrán durante un largo período, independientemente de lai, fluctuaciones cíclicas de la producción anual.

Para no hablar más de la desocupación de los países imperialistas: subió de 10 millones en 1970 a 15 millones en 1975, a 20 millones en 1978, a 30 millones en 1980, a 35 millones en 1983, y alcanzará 40 millones en 1985, independientemente de la recuperación en curso. Por otra parte se trata de estadísticas que subevalúan fuertemente la realidad, pues no incluyen a todos aquellos y aquellas que, como lo dicen tan elegantemente los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, "han abandonado el mercado del trabajo" habiendo perdido toda esperanza de encontrar un empleo. Se trata ante todo de las mujeres rechazadas hacia los hogares, y de los trabajadores inmigrados rechazados hacia su país de origen.

En el marco de la onda larga depresiva, ha habido desincronización cíclica entre la crisis que castiga a los países imperialistas, y la crisis que castiga a los países semicolóniales y los países dependientes semindustrializados. Especialmente estos dos últimos han podido mantener una tasa de crecimiento relativamente elevada, sobre todo en México, en Brasil, en Corea del Sur, en India, en Taiwán y en una serie de los países de la OPEP. Pero a partir de 1980, la situación cambió radicalmente. Hoy los países llamados del "Tercer Mundo" leven golpeados duramente por la crisis.

Para los menos subdesarrollados de entre ellos esto significa un cambio de clima socioeconómico y político completo con relación a los diez años precedentes, una pérdida de credibilidad de los proyectos de industrialización (de desarrollo) en el marco del capitalismo internacional, de los proyectos nacionalistas-populistas, etc., con una caída brutal del nivel de vida de las masas. Para los más pobres de entre ellos lo que se está desarrollando es una tragedia de dimensiones históricas, de la cual, para vergüenza común de todos nosotros, vanguardia revolucionaria internacional, para no hablar ya del movimiento obrero internacional, no se ha tomado la menor conciencia. Se puede resumir esta tragedia en una fórmula: la onda larga depresiva provoca una pauperización absoluta en los países semicoloniales más pobres que lleva el poder de compra de los salarios medios hacia el nivel de las raciones de alimentos de los campos de concentración nazi.

La función política y social de las diferentes interpretaciones de la crisis


La defensa de la teoría marxista de las crisis no es sólo un deber de honestidad científica, de capacidad de comprender, de explicar y prever la marcha de la economía mundial. Desempeña también un papel preciso en la lucha ideológica que se desarrolla hoy en el seno de la opinión pública, es decir de la -lucha de clases política, de la lucha de clases en el sentido más directo. Desempeña un papel aún más preciso en las líneas divisorias en el interior del movimiento obrero internacional, entre aquellos que, bajo las formas más diversas y con las excusas más contradictorias, aceptan a la crisis como inevitable y se contentan con proponer recetas para administrar esta crisis con dosis graduales de austeridad, y aquellos que quieren organizar, ampliar y generalizar el rechazo de toda política de austeridad, la resistencia militante y activa contra la ofensiva del capital, la lucha contra la desocupación mediante la introducción inmediata de la semana de 35 horas sin reducción de salario semanal y con contratación obligatoria, la lucha por una alternativa anticapitalista de conjunto a la política de austeridad. Esta línea divisoria contrapone en último análisis a todos los defensores de la colaboración de clases y a todos los partidarios irreductibles de la independencia política de clase del proletariado, por la cual Marx se batió toda su vida a partir de 1850.

Sin poder hacer una lista exhaustiva de todas las "explicaciones" de recambio de la crisis con relación a la explicación marxista, mencionaremos los esquemas ideológicos siguientes:

• La crisis sería el resultado inevitable del alza excesiva de los salarios directos e indirectos durante la fase de expansión precedente. Hay una versión derechista de esta "explicación" (la explicación neoclásica, monetarista: "The workers priced themselves out of the labor market"). Hay también una versión de "izquierda" de esta explicación: la teoría del "profit squeeze", que volviendo de Marx a Ricardo, reduce la caída de la tasa de ganancia a la caída de la tasa de plusvalía, es decir que explica la crisis por el alza de los salarios.
• La crisis sería el resultado inevitable de la inflación, considerablemente aumentada por el alza de los precios del petróleo en 1973 y en 1979.
• La crisis sería el resultado de una conspiración de las multinacionales, o de una conspiración del imperialismo norteamericano, para « restablecer (o consolidar) su hegemonía sobre la economía capitalista internacional, incluso sobre la economía mundial.
• La crisis no sería más que un mecanismo normal de relanzamiento y de redespliegue internacional de la acumulación de capital, que el capitalismo sería capaz de realizar y qué por otra parte estaría ya en vías de realizarse.
La función de estas "explicaciones" es política y social, no científica. A veces, su aspecto irracional adquiere una dimensión grotesca: así, según algunos en Francia (¡y no sólo en Francia!), serían sucesivamente el alza del precio del petróleo y su baja posterior lo que habría causado -o agravado considerablemente- la crisis. Pero una vez descartada la pretensión científica de estas "explicaciones", que es nula, no debemos sacar la conclusión de que carecen de importancia. Tienen una importancia muy grande, pues son un instrumento de la burguesía para obtener resultados sociopolíticos precisos:
• culpabilizar a la clase obrera y al movimiento obrero como responsables de la crisis;
• culpabilizar a los jeques del petróleo o, más generalmente, a los países del Tercer Mundo, como responsables de la crisis;
• presentar la crisis como una fatalidad, a la cual nadie puede sustraerse;
• justificar las concesiones declaradas inevitables a los imperativos de la austeridad, es decir a los imperativos de la ganancia.
Todos estos resultados que persiguen tienen un objetivo central: ejercer una enorme presión sobre la clase obrera para que ésta no reconozca que el capitalismo, y solamente el capitalismo, es responsable de la crisis, y que toda lucha real y eficaz contra las consecuencias desastrosas de las crisis para las masas trabajadoras debe ser una lucha contra el capitalismo, una lucha anticapitalista. Es una presión para impedir el surgimiento de una alternativa anticapitalista, socialista, a la crisis, por la cual amplias masas estar{ian dispuestas a combatir.

La crisis y el porvenir de la humanidad

Estamos convencidos de que la depresión es muy grave, y que en realidad es, en el contexto de la crisis del sistema imperialista y del sistema social, la crisis más profunda que el capitalismo haya conocido desde su nacimiento. Para retomar una fórmula de Marx, es en la crisis donde se expresa la tendencia del capitalismo a transformar periódicamente las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Ahora bien, la amplitud de la crisis determina la amplitud del potencial destructor desencadenado por la "solución" capitalista de la crisis. Para salir de la crisis de los años 30 sin salir del capitalismo, la humanidad pagó el precio de 100 millones de muertos, el precio de Auschwitz y de Hiroshima.

Con el nivel alcanzado actualmente por el armamento -ante todo, pero no sólo, el armamento nuclear-, con los procesos de destrucción del medio ambiente en curso, con el ascenso del hambre en el mundo, este potencial destructor debería hoy ser multiplicado por lo menos por cinco. Esto implica el riesgo real de destrucción de la infraestructura material y humana sobre la tierra.

Desde 1914, la humanidad está confrontada con el dilema: socialismo o barbarie. Dos guerras mundiales, innumerables guerras locales, el ascenso periódico de dictaduras sanguinarias fascistas, semifascistas, militares, la extensión de la tortura en más de sesenta países; todo esto prueba que la noción de "barbarie" no es propagandística, ni mistificadora, ni abstracta, sino que está cargada de un contenido real cada vez más dramático. Pero hoy, con el armamento y el sobrearmamento nuclear, el dilema "socialismo o barbárie" adquiere una nueva dimensión más precisa todavía. Hoy, la victoria mundial del socialismo se ha convertido en una cuestión de supervivencia física del género humano. Hoy, a largo término, el dilema es: "socialismo o destrucción del género humano".

Digo "a largo término". A corto término, y a medio término, el capital internacional choca con obstáculos y resistencias inmensas para aplicar un curso hacia la reconquista de los mercados perdidos, es decir un curso hacia la tercera guerra mundial. Entre estos obstáculos y estas resistencias está ante todo la fuerza del movimiento obrero y del movimiento antiguerra en los países imperialistas y la fuerza del movimiento antimperialista en los países semicoloniales y en los países dependientes. Hoy, lo que la remilitarización pone al orden del día en lo inmediato, son guerras contrarrevolucionarias locales, como la agresión al Líbano contra la revolución palestina, la agresión contra la revolución centroamericana, la agresión contra la revolución en Africa Austral. Antes de que puedan ser infligidas derrotas muy severas al movimiento obrero y al movimiento de masas de los principales países del mundo capitalista, la tercera guerra mundial no estará al orden del día.

Pero justamente en función de la gravedad y de la duración de la depresión, el riesgo de tercera guerra mundial tenderá a aumentar en la medida en que la ofensiva de austeridad y de remilitarización consiga debilitar o desarticular el movimiento de masas y la reorganización de masas en los principales países capitalistas del mundo.

Para nosotros, esto no es algo que ya está resuelto: las batallas decisivas están. ante nosotros, no tras de nosotros. Si queremos referirnos, con todos los riesgos inherentes a las analogías históricas, a las etapas preparatorias de la segunda guerra mundial, estamos hoy en 1929 y no en 1933 o en 1938. La marcha hacia la segunda guerra mundial habría podido ser invertida si Hitler no hubiera tomado el poder, si Franco hubiera sido derrocado, si el ascenso revolucionario en Francia no hubiera sido ahogado por el Frente Popular. Las grandes batallas de clase que vendrán en Europa occidental, en Brasil, en México, en Argentina, en India, en Canadá, en Africa del Sur, en Japón y sin duda finalmente en Estados Unidos, decidirán la marcha hacia la tercera guerra mundial y, en consecuencia, la suerte de la humanidad.

Es posible plantearse la cuestión: ¿es racional para el capitalismo, incluso dirigido por un personal político de derecha y de extrema derecha, considerar una "solución" a la crisis a través de la guerra nuclear mundial? La pregunta en sí misma está mal planteada. La sociedad burguesa en su conjunto se caracteriza por una combinación sui géneris de racionalidad parcial y de irracionalidad global. La misma característica se aplica a los armamentos.

Pero en la medida en que efectivamente existe un fondo irracional en el proyecto de guerra nuclear, esto no implica en modo alguno que este proyecto sea irrealizable. Auschwitz era igualmente irracional desde el punto de vista de los intereses de conjunto del imperialismo alemán, incluso desde el punto de vista de una guerra imperialista que buscará obtener la victoria. Sin embargo, Auschwitz fue realizado. Es la presencia del acostumbramiento político e ideológico de las masas a lo irracional y a lo monstruoso lo que es decisivo en la etapa actual para el imperialismo en la perspectiva de la preparación de la guerra.

Este es el objetivo central de la ofensiva, no. solamente anticomunista, antimarxista, antisocialista, en los medios de comunicación de masas y en las universidades burguesas, sino también de una campaña contra la ciencia, contra la razón, contra los ideales de la revolución burguesa y del Siglo de las luces, incluso contra los ideales igualitarios elementales presentes en la tradición religiosa judío-cristiana. La barbarie de las ideas precede la barbarie de los hechos. Por eso es preciso desencadenar una ofensiva teórica vigorosa para defender contra la bestialidad de frente de toro, pero dotado de formidables medios materiales de difusión y de presión, al marxismo, al socialismo, a la ciencia, a la razón, los derechos iguales de todos los hombres y de todas las mujeres que habitan nuestro planeta.

Esta contraofensiva se ve hipotecada por una realidad objetiva: la situación real, económica, social, política, ideológica, cultural, moral en los países del Este, las sociedades burocratizadas de transición entre el capitalismo y el socialismo, los Estados obreros burocratizados. Evidentemente rechazamos toda noción de un "socialismo realmente existente" en cualquier lugar del mundo que sea. Del mismo modo, rechazamos toda noción según la cual Marx sería responsable de la práctica de la burocracia soviética, o de la práctica de la burocracia social-demócrata reformista. En cambio, registramos un hecho que pesa sobre todos nosotros. Cuando la crisis de los años 301 había una casi unanimidad en el movimiento obrero mundial alrededor de la unidad central: el capitalismo está en crisis; la solución, es la planificación socialista. Hoy, la casi totalidad del proletariado mundial, incluidos miembros de los Partidos comunistas, ya no encuentran suficiente esta respuesta.
La razón fundamental que explica este cambio no es la propaganda imperialista, ni la presión de medios pequeño burgueses desmoralizados y escépticos, aunque no haya que subestimar la importancia de estos factores. La razón fundamental es la comprensión, tardía pero saludable, por parte de la clase obrera internacional, de la realidad económica y social de los países del Este, tal como ella se ha revelado en forma clamorosa con el ascenso de la revolución y de la contrarrevolución política en Polonia. La crisis económica y social en el Este es un factor constitutivo de la crisis mundial. No es ella idéntica a la crisis capitalista, aunque se vea influida por ella. Es una crisis específica de esas sociedades. Tiene un peso muy grande sobre la conciencia media del proletariado internacional. En la teoría y en la práctica, los marxistas del mundo entero deben tomarla a su cargo francamente.

Es seguro que una respuesta puramente teórica y propagandista jamás dará satisfacción suficiente a las grandes masas. Mientras no exista, en los hechos, un "modelo" de sociedad de transición que trascienda en forma decisiva los abusos, las aberraciones, los desastres, las desigualdades, las opresiones que existen hoy en el Este, nuestra respuesta no convencerá a todo el mundo. Pero esto no significa que haya que esperar la victoria de la revolución socialista de Occidente y de la revolución política en el Esté, para defender en forma resuelta la planificación socialista como la respuesta socialista a la crisis capitalista.

Nosotros decimos que la economía y la sociedad fundadas en la ciencia y la técnica contemporáneas se han vuelto demasiado complejas y demasiado preñadas de catástrofes para ser administradas por algunos "expertos" -por otra parte, cada vez menos competentes- por algunas minorías elitistas, sean ellas burguesas del Oeste o burocráticas en el Este. Del mismo modo, creemos que esta crisis mundial es demasiado grave para que se la deje a la merced de "las leyes objetivas del mercado" que se cumplen a espaldas de la humanidad.

Esta crisis sólo será resuelta si las masas toman en sus manos la gestión de sus propios asuntos, de la economía, del Estado, de la sociedad. Esta crisis sólo será resuelta por la socialización de los grandes medios de producción, su puesta en funcionamiento planificada sobre la base de objetivos prioritarios fijados democráticamente con el pluralismo político indispensable a la democracia, por la masa de los productores-consumidores mismos, por la gestión de la economía por los productores asociados, por la creación de una Federación Socialista Mundial, basada en el poder de los trabajadores, el poder de los consejos obreros y populares en el mundo entero.

1 de junio de 1983

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Aspectos teóricos de la crisis capitalista


Reinaldo A. Carcanholo
Herramienta.org

La sociedad capitalista vive actualmente una crisis estructural. Esa es una afirmación que constituye punto de partida para la interpretación de algunos autores actuales que se sitúan en el amplio campo del pensamiento crítico. En este momento, por otra parte, desarrollase, en ámbito mundial, una crisis económico-financiera cuyo elemento detonador fueron los créditos subprime norteamericanos, en el interior de una situación de sobreendeudamiento de las familias consumidoras norteamericanas.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la actual crisis económica mundial generada por los créditos subprime no es, en verdad, la crisis estructural del sistema capitalista. No puede ser confundida con ella. Constituye simplemente una de sus manifestaciones; la más notoria en los últimos meses debido al destaque dado a ella por la prensa del mundo entero y, además, por el hecho de que afecta directamente el conjunto de países del centro del capitalismo, en particular su sistema financiero y el mercado de capitales.

Al lado de la crisis financiera actual, cuyo seguimiento en los próximos meses no es previsible, convivimos con otras manifestaciones de la crisis estructural: la del desempleo, la energética, la ecológica, la de los alimentos y, con esta última, el agravamiento de la miseria de enormes contingentes de la población mundial.

Esas manifestaciones de la crisis estructural del sistema capitalista, incluyendo las de carácter directamente económico, no son tan difíciles de ser reconocidas como tales, de ser identificadas. Basta un mínimo de sentido crítico y podemos llegar a un consenso más o menos amplio sobre la existencia de ellas. Incluso, en lo que respecta a sus causas más inmediatas, no es tan difícil encontrar personas, aún con ciertas diferencias de enfoque científico, que lleguen a un mínimo de acuerdo.

Algo mucho más difícil ocurre con la crisis estructural, en particular, con la crisis económica estructural. Su misma existencia, aunque aceptada por algunos, es ampliamente discutida por aquellos que se sitúan en una perspectiva teórica o ideológica distinta. Y es eso lo que ocurre actualmente. No son tantos los que tienen la osadía de sostener su existencia y de caracterizarla en toda su complejidad. Además de eso, la verdad es que no son muchos aquellos que, desde un punto rigurosamente científico, están en condiciones de antever las perspectivas futuras de un sistema que padece de una crisis estructural, como es el sistema capitalista actual.

Desde un punto de vista en que predomine nuestra emoción y nuestra perspectiva ideológica, nuestra formación y principios humanistas, es fácil hablar de esa crisis y de sus eventuales consecuencias trágicas; no es difícil pensar en el derrumbe del sistema y de su sustitución por una nueva sociedad en la que predomine la justicia, la solidaridad, la igualdad y la verdadera y no formal democracia, en una sola palabra, no es difícil creer que después de la tragedia advendrá el socialismo.

Sin embargo, una actitud como esa, aunque adecuada para el trabajo político, especialmente el de divulgación y agitación ideológica, no es lo que más nos interesa aquí, ni es el especial propósito que deben tener aquellos que quieran mantenerse en el campo científico.

Aquí, queremos una actitud que sin negar la necesaria divulgación de las ideas para amplias camadas de la población esté basada en una perspectiva realmente rigurosa y en fundamentos teóricos serios.

Siendo así ¿por qué estamos en condiciones de sostener científicamente que el capitalismo actual sufre una crisis económica estructural? ¿Cuál es la teoría que está por detrás de nuestra convicción sobre la existencia de esa crisis? ¿Cuáles son los elementos esenciales de esa teoría? ¿En que medida hay una cierta homogeneidad entre quienes defienden, en líneas generales, esa misma teoría? ¿Cuáles son los aspectos sobre los que teóricamente tenemos algunas divergencias y en cuáles de ellos podemos avanzar en nuestras discusiones para una mejor comprensión del sistema, de sus contradicciones y de sus perspectivas para el futuro?

De partida hay que decir que no se puede pretender una homogeneidad de pensamiento entre tantas personas que pueden aportar significativamente para la tarea de explicación de la actual etapa capitalista, aún cuando se sitúen en el mismo campo teórico. Sin embargo hay una cosa que es fundamental y es que en cada una de las posiciones que se presente, en cada manifestación que ocurra, en cada texto que se escriba, en cada posición que se defienda, no se escamotee, no se niegue la teoría que está por detrás y que sostiene cada una de esas expresiones. Cuando la perspectiva teórica no esté presente de manera explícita, es tarea nuestra preguntarnos por ella, identificarla y explicitarla.

Con la explicitación de la base teórica que sostiene cada una de nuestras interpretaciones o conclusiones, auque no se pueda pretender encontrar una identidad, una homogeneidad teórica, es posible que logremos una aproximación a ella, por lo menos entre los que nos situemos en la misma tradición científica.

Por nuestra parte, hay algunos aspectos teóricos que nos parecen fundamentales y que deben ser explicitados. En primer lugar está nuestra convicción de que el sistema capitalista es único y global. De la misma manera que la economía alemana y la norteamericana son dos de sus elementos, y en el caso, elementos fundamentales, la realidad económica de Etiopía y del Haití, también son sus elementos, y elementos indispensables para que se pueda adecuadamente comprender el sistema como un todo. Las características económicas y sociales de Etiopía y del Haití, en líneas generales, no son el resultado de un no desarrollo capitalista o de un subdesarrollo. Al contrario, son consecuencias directas e inevitables del pleno desarrollo del régimen mundial del capital; esenciales para que la Alemania y los USA sean lo que son. Desarrollo económico de unos y subdesarrollo de otros son dos caras del mismo proceso global.

En ese sentido nos identificamos totalmente con la perspectiva de la teoría de la dependencia, en su tendencia representada especialmente por los trabajos de Ruy Mauro Marini[1]. ¿Cuáles son los aspectos centrales de esa teoría? En ella se destaca la cuestión de la transferencia de riqueza-valor desde los países dependientes, a través de varios mecanismos, siendo uno de ellos el sistema internacional de precios, es decir, el conocido fenómeno del intercambio desigual y el deterioro de los términos de ese intercambio. Íntimamente relacionado con eso se encuentra el concepto de superexplotación, fenómeno característico de la dependencia.

Es importante destacar aquí que la teoría de la dependencia no es solamente relevante para la comprensión del "subdesarrollo" de los países periféricos, sino que también lo es para la interpretación del conjunto del sistema capitalista contemporáneo y, por lo tanto, de la riqueza de los estados centrales. La dependencia y el imperialismo son dos caras de la misma moneda; dos aspectos complementares de una misma teoría.

Para muchos de nosotros, aceptar los aspectos centrales de la teoría de la dependencia es un punto de poca o ninguna dificultad, pues no parecen existir mayores diferencias o divergencias en ese aspecto en nuestras perspectivas.

Ahora bien, la perspectiva de la dependencia es sólo un aspecto de la teoría que establece la base de nuestra interpretación sobre el capitalismo, y sobre el capitalismo contemporáneo. Creemos que el aspecto decisivo de nuestra perspectiva teórica es la adhesión incondicional a los principios científicos de la teoría dialéctica del valor trabajo. En verdad, la teoría de la dependencia, entendida adecuadamente, presupone esa visión dialéctica del valor y de la riqueza económica.

Al contrario de lo que muchos pueden pensar, la teoría del valor, dentro de esa perspectiva, no es una teoría de los precios, de la determinación de los precios en condiciones de equilibrio. Posee una mucho más grande significación. La teoría dialéctica del valor, en primer lugar, considera el trabajo humano como concepto central en el análisis del sistema capitalista; dicho concepto es determinante en lo que se refiere al origen de la riqueza económica en cualquier análisis económico, ya sea más coyuntural o estructural. La tecnología o, mejor, el avance tecnológico, no es un aspecto que deba ser desechado, pero se refiere sobre todo al contenido material de la riqueza capitalista y menos a su forma social, que es el aspecto decisivo. Así, para esa teoría, la ganancia solo puede ser el resultado de la explotación del trabajo[2].

Esa perspectiva teórica exige, de partida, la respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿quién y cómo se produce la riqueza? por un lado, y por otro, ¿por quién y cómo es apropiada esa riqueza producida?. Dichas preguntas, como es obvio, suponen la fundamental distinción entre los conceptos de producción y apropiación de la riqueza económica producida por el trabajo y exigen que sean identificados los mecanismos de transferencia desde aquellos que producen hacia los que finalmente se apropian o apropiarán de ella.

En verdad, radicalizar la perspectiva dialéctica sobre el valor económico implica entender que la riqueza capitalista exige especial atención tanto en su contenido material cuanto en su forma de social, es decir, presupone considerarla en su doble determinación.

En lo que se refiere al contenido material, sería absolutamente fuera de propósito desconocer el papel del avance tecnológico en la producción de la riqueza capitalista contemporánea. Sin duda que el avance tecnológico es el responsable por el crecimiento desmedido de esa riqueza material pero, al mismo tiempo, también es el responsable por su contrafaz, por la expansión, profundización y exacerbación de la miseria en muchas partes constitutivas de la estructura mundial del sistema. Y eso justamente por la desigual distribución espacial del desarrollo tecnológico.

Desde el punto de vista del contenido material, el trabajo, en los espacios donde se presenta el desarrollo tecnológico, es altamente productivo. Y, por el contrario, en aquellos espacios del sistema de poco o ningún avance tecnológico, el trabajo, como creador de riqueza material, es poco efectivo.

Sin embargo, desde el punto de vista de la forma social, la cosa es muy diferente. Si radicalizamos la perspectiva dialéctica de la teoría del valor y, así, reconocemos que la riqueza económica es una relación social entre seres humanos, relación esa de dominación, tendremos forzosamente que sostener que no importa el grado diferenciado de desarrollo tecnológico de la región en que se encuentre o del sector que se trate, el hecho es que cualquier trabajo subsumido al sistema capitalista produce, en un determinado tiempo, la misma cantidad de valor y por tanto de riqueza capitalista. Si ese trabajo está o no subsumido directamente al capital, poco importa; es suficiente que exista alguna forma o tipo de subsunción. La única condición para que lo anterior sea correcto es que ese tipo de trabajo sea necesario para el sistema, aporte al mismo, y no sea totalmente marginal.

Marx es muy claro en cuanto a eso, aún en el capítulo sobre la mercancía, en El Capital:

Por el contrario, los cambios operados en la capacidad productiva no afectan de suyo el trabajo que el valor representa. Como la capacidad productiva es siempre función de la forma concreta y útil de trabajo, es lógico que tan pronto como se hace caso omiso de su forma concreta, útil, no afecte para nada a éste. El mismo trabajo rinde, por tanto, durante el mismo tiempo, idéntica cantidad de valor, por mucho que cambie su capacidad productiva [3].

Es verdad que podemos encontrar en el mismo libro de Marx lo que parece ser una contradicción en términos, eso en el capítulo 10 (tomo I), cuando el autor se refiere a la plusvalía extraordinaria:

El trabajo, cuando su fuerza productiva es excepcional, actúa como trabajo potenciado, creando en el mismo espacio de tiempo valores mayores que el trabajo social medio de la misma clase[4].

Sin embargo, en otra oportunidad tuvimos la posibilidad de esclarecer esa aparente contradicción en términos[5]. Digamos aquí, en resumen, que Marx se siente obligado, en esa parte de su exposición, a hacer una breve referencia a algo que sólo podrá explicar adecuadamente en un momento posterior. Nos referimos a la plusvalía extraordinaria, cuya comprensión exige la clara diferenciación entre producción y apropiación de valor, diferenciación esa que Marx aún no había considerado. Por eso, el autor se vale de una salida provisoria y, en verdad, inadecuada.

Así, la conclusión dialéctica sobre la cuestión tiene dos caras y es la siguiente. Por una parte, del punto de vista del contenido material, el trabajo menos productivo, como consecuencia del nivel tecnológico en que opera, produce en determinado tiempo menos riqueza que el trabajo que opera con tecnología superior; y eso parece más o menos obvio. Sin embargo, por otra parte, del punto de vista de la forma social y dentro de los límites necesarios para el sistema, aquel trabajo "menos productivo" en el mismo tiempo produce, lo que puede parecer un absurdo, la misma magnitud de riqueza que el trabajo "más productivo". Esa aparente contradicción en términos se explica justamente porque estamos tratando de dos puntos de vista distintos: produce menos riqueza dsde el punto de vista del contenido material (valores de uso), pero por otra parte, produce la misma magnitud de riqueza desde el punto de vista de la forma social (valor).

Destaquemos un aspecto esencial: en el capitalismo actual, ampliamente desarrollado, el polo dominante es la forma social. Así, cuando consideramos la tasa de ganancia o, en particular, la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, por ejemplo, lo que interesa del punto de vista de la teoría dialéctica del valor es el punto de vista de la forma y no el del contenido material, pues este último trata exclusivamente de la dimensión de valores de uso de la riqueza.

En relación con la tecnología, es importante decir que aunque ella no tenga significación directa desde el punto de vista de la forma social sobre la magnitud de la riqueza producida, llega a determinar la magnitud de la plusvalía por intermedio de la plusvalía relativa y, además, tiene significativa importancia como instrumento de apropiación por quien la detiene; opera, por medio del sistema de precios, como elemento que impone transferencia de riqueza. La plusvalía extraordinaria y la renta de monopolio constituyen los mecanismos fundamentales de esa apropiación.

Así, dentro de una perspectiva de la teoría dialéctica del valor, ¿cómo interpretar la actual etapa capitalista?

El Capitalismo Especulativo

Nuestra perspectiva privilegia la contradicción producción/apropiación de valor para interpretar la actual etapa del capitalismo.

Hay un cierto consenso en el sentido de que el capitalismo desde los años 70 vive una nueva etapa, muy distinta de la anterior. Llamamos a ella de capitalismo especulativo.

No pocos autores que se colocan en el terreno del pensamiento crítico sostienen que la característica principal de esa etapa capitalista es la financiarización[6], es decir, un cierto predominio de las finanzas sobre las actividades realmente sustantivas del capital, sobre las que realmente producen riqueza. Es el caso, por ejemplo de François Chesnais, Gerard Duménil y muchos otros.

Consideramos que desde el punto de vista de la teoría dialéctica del valor esa es una perspectiva adecuada, aunque es indispensable destacar las diferencias que nos alejan de otras interpretaciones similares.

Es también verdad que algunos autores que sostienen la idea del dominio de las actividades financieras pasaron a hacer uso, con un grado mayor o menor de profundidad teórica, de la categoría marxista de capital ficticio, para entender la naturaleza del llamado capital financiero. Sin embargo, la dificultad para la utilización adecuada de esa categoría científica se encuentra en el hecho de que ella supone un satisfactorio conocimiento de la teoría de Marx y, más específicamente, exige una adecuada interpretación de la teoría dialéctica del valor, raramente presente. Sin eso, la categoría de capital ficticio pierde significación y capacidad de explicar correctamente la realidad.

Si dicha categoría es entendida de manera satisfactoria, la conclusión debe ser, en primer lugar, que el capital ficticio es a la vez ficticio y real, según la dimensión observada. Además, se debe concluir que ese tipo de capital exige remuneración y nada contribuye, a diferencia del capital a interés, para la producción del excedente económico, para la extracción de la plusvalía. Así, el capital ficticio es parasitario. De esa manera, y de forma inevitable, caemos en las mencionadas preguntas fundamentales de la teoría dialéctica del valor, que parten de la distinción entre la producción y la apropiación de la riqueza capitalista, ésta desde el punto de vista de la forma social.

Entonces, si es cierto que la "financiarización" es una de las características significativas de la actual etapa capitalista y si la naturaleza del capital dominante es el capital ficticio, plantease la pregunta fundamental: ¿quién y cómo se produce la plusvalía suficiente para atender las exigencias de remuneración del capital, incluyéndose la del capital ficticio? Esa pregunta alcanza mayor significación si consideramos que lo que se conoce como reestructuración productiva en el capitalismo contemporáneo habría significado una reducción del papel del trabajo en la producción, por lo menos en lo que se refiere al trabajo formal y aquel relacionado directamente con las actividades productivas industriales del capital.

En verdad, la contradicción principal y básica de la actual fase del capitalismo y que se profundiza cada vez más, en nuestra opinión, es la contradicción entre la producción y la apropiación del valor, del excedente mercantil, de la plusvalía en sus diferentes formas. Es justamente por esa razón que la categoría de trabajo productivo (entendido como aquel que produce plusvalía o excedente en la forma mercantil y apropiable por el capital) llega a tener mucha relevancia teórica en los días actuales.

Es verdad que algunos autores, aunque consideran la financiarización como característica fundamental de la actual etapa capitalista, identifican como su contradicción principal la que existiría entre la propiedad y la gestión del capital, y no la que existe entre la producción y la apropiación. Consideran como relevante y aún fundamental la contradicción entre aquellas fracciones de la sociedad poseedoras de las diversas formas de títulos de propiedad sobre el capital y otra que sería la encargada de la gestión profesional de las empresas productivas; también sería mas significativa la contradicción entre empresas gestoras do capital parasitario y las empresas realmente productivas.

Sin negar la existencia de contradicciones entre los intereses de sectores propietarios y gestores del capital, se puede afirmar que es un error considerar que la oposición entre el capital sustantivo y el capital ficticio tiene como contraparte la existencia claramente diferenciada de sectores representantes de esas formas distintas de capital. Sin lugar a dudas, los gestores son también propietarios de capital y de ambas formas de capital. La verdad es que pensar la existencia de intereses claramente contradictorios y hasta antagónicos entre tales fracciones sociales propietarias y gerenciales del capital y la consideración de que se trata de la contradicción principal del sistema lleva a la posibilidad de propuestas de salidas reformistas para las dificultades del capitalismo actual.

Aunque la mencionada oposición entre propiedad y gestión de alguna manera se relacione con la contradicción entre producción y apropiación de valor, y sea la primera derivada de la segunda, esta última tiene implicaciones mucho más significativas.

Hagamos ahora un resumen de nuestra interpretación sobre la actual etapa del capitalismo, interpretación que hemos presentado ya en otros trabajos. Podemos decir que la tendencia a la baja de la tasa de ganancia tuvo una notoria manifestación en los años 70 y hasta el comienzo de los 80, especialmente en los EE.UU. y en Europa. Las nuevas inversiones sustantivas, es decir en capital industrial (productivo y comercial) se presentaban con una perspectiva de reducida remuneración y, por eso, los capitales, en magnitud considerable, buscaron como salida la especulación. Esa circunstancia se ha visto favorecida y, más que eso, ha quedado sancionada por las políticas neoliberales (políticas esas que expresan directamente los intereses del capital especulativo) y han tenido como contraparte indispensable la inestabilidad cambiaria y la deuda pública creciente de los estados (tanto en el primer mundo, cuanto en los periféricos). El capital, de esa manera, creyó haber encontrado su paraíso: rentabilidad sin necesidad de ensuciar sus manos con la producción. Y eso, de hecho, fue lo que ha ocurrido; lamentablemente, para él, por poco tiempo.

Es verdad que las remuneraciones del capital, a partir del inicio de los años 80 tendieron a crecer. Y aquí, para esa interpretación, parece existir una dificultad. ¿Cómo eso ha sido posible? Si, por un lado, el ritmo de la acumulación de capital sustantivo se redujo y si, al mismo tiempo, se amplió asustadoramente la tasa de crecimiento de la masa de capital ficticio, especulativo y parasitario en el mercado mundial, ¿cómo fue posible el crecimiento de las tasas de remuneración de los capitales, tanto la de los capitales sustantivos cuanto la de los parasitarios? ¿Qué factores llegaron a contrarrestar la tendencia a la baja de la tasa general de ganancia?

La explicación de eso, para ser coherente con la teoría dialéctica del valor, sólo puede ser encontrada, como factor principal, en el aumento de la explotación de trabajo. Y aquí nos debemos preocupar especialmente con la explotación del trabajo productivo, aunque también podemos hablar de la explotación del trabajo no productivo. Es cierto que el incremento de este último no implica aumentar la magnitud del excedente o plusvalía producidos, sin embargo al reducirse la parcela de la riqueza apropiada por los trabajadores improductivos, se amplía el margen disponible para la remuneración del capital.

De esa manera, para nosotros la explicación estaría en la elevación, a niveles sin precedentes, de la explotación del trabajo, sea por medio de la plusvalía relativa, sea por de la plusvalía absoluta (extensión de la jornada, múltiples jornadas, intensificación del trabajo), o mediante la superexplotación de los trabajadores, además de explotación de los trabajadores no asalariados.

No hay que olvidar, para la cuestión mencionada, el significativo crecimiento de las transferencias de valor desde la periferia y también el hecho de que, en el período, pudo haber contribuido de manera significativa el incremento de la rotación del capital. Este último aspecto es fundamental si tenemos en consideración el concepto de tasa anual de ganancia.

Sin embargo, todo eso no nos parece que sea suficiente para explicar el significativo incremento de la tasa general de remuneración del capital global (incluyendo en él la creciente parcela especulativa y parasitaria) observado a partir del inicio de los años 80.

Nuestra explicación para eso es que, al mismo tiempo que se amplió exageradamente la explotación del trabajo en todo el mundo (países centrales y periféricos) y se incrementó la rotación del capital, surgió de manera considerable algo nuevo, nuevo por lo menos en lo que se refiere a su magnitud y a su persistencia. Lo nuevo en el capitalismo actual es la magnitud que las ganancias ficticias adquieren en el total de la remuneración del capital.

Las ganancias ficticias no son algo sui generis en la lógica capitalista. Surgen naturalmente en períodos de especulación exacerbada, pero rápidamente desaparecen con el fin de ellos. Además, no logran alcanzar magnitudes muy elevadas. Pero en la etapa actual del capitalismo, la situación es diferente. Han persistido por prolongado período y han presentado volúmenes nunca antes observados, como consecuencia del dominio del capital especulativo y de la extensión de esa etapa, garantizada que estaba y sigue estando por la política de los estados más importantes del planeta. Justamente por eso, porque no han tenido relevancia en periodos anteriores, las ganancias ficticias no han sido incorporadas, hasta ahora, como categoría en el interior de la teoría dialéctica del valor[7].

En verdad, ese tipo de remuneración del capital, con dimensión ficticia, no se diferencia en la práctica de las ganancias derivadas de la explotación del trabajo, aunque no tenga ese origen. Por lo menos eso es cierto desde un punto de vista del acto aislado e individual, es decir, desde el punto de vista del mercado. No es posible saber cuánto de una determinada masa de ganancia de un capital es ficticio o real. Más que eso, desde ese punto de vista, no hay la más mínima diferencia práctica. No tiene sentido preguntarse por la dimensión ficticia. El monto de ganancia es absolutamente homogéneo.

La distinción entre lo que es excedente real apropiado como ganancia por el capital y las ganancias ficticias sólo es comprensible y significativo de un punto de vista global, desde una perspectiva macro. Eso significa que, del punto de vista individual, todo capital puede dar a sus ganancias, si quiere, un destino efectivamente real, sea el consumo o la inversión. Pero eso no es posible para el conjunto del capital. Aquella parte de su remuneración que tiene origen ficticio no puede ser convertida en algo sustantivo. Sólo puede incrementar la magnitud total del capital ficticio. Y aquí está el problema.

De esa manera, para nosotros y en resumen, la actual etapa capitalista especulativa se caracteriza por el hecho del dominio del capital especulativo y parasitario, que crece como resultado de un período de aguda manifestación de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Los capitales, huyendo de las bajas remuneraciones, encuentran salida en la especulación, que se fortalece con por las políticas económicas adoptadas por los diferentes estados.

Paradójicamente esa salida, que incrementa el capital parasitario a costa del productivo, favorece los mecanismos que permiten contrarrestar la baja de la tasa general de ganancia. Eso porque resulta en crecimiento de la explotación de los trabajadores de todo el mundo, en incremento de la rotación del capital productivo y comercial y, especialmente, en el surgimiento en magnitud muy elevada de las ganancias ficticias.

Sin embargo, en economía no puede haber soluciones milagrosas. El problema está justamente en el hecho de que las ganancias ficticias resuelven circunstancialmente las dificultades del capital, ampliando la parcela especulativa del capital global, parcela esa que, por ser creciente exige cada vez mayor parcela de la remuneración que se destina al capital y, como antes mencionado, en nada contribuye para la producción del excedente, de la plusvalía.

Así, resuelven el problema en el momento, pero solo logran hacerlo amplificando la contradicción principal (producción/apropiación) y, por tanto, amplificando el problema para el futuro, una vez que las ganancias ficticias solo pueden traducirse en ulterior incremento del capital especulativo y parasitario.

Por todo eso, nuestra conclusión es de que la crisis económica estructural del sistema tiene como trasfondo la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y que la fase especulativa del capitalismo que vivimos es el intento del capital de darle una respuesta. Dicha respuesta es el dominio del capital parasitario, el incremento a niveles sorprendentes de la explotación y el mantenimiento de magnitudes elevadas y crecientes de ganancias ficticias.

Esa etapa especulativa solo puede tener vida corta. Es verdad que la incorporación significativa de nuevos espacios para la explotación capitalista, como es el caso de China y de los países del ex-bloque soviético, le garantiza, por cierto tiempo, una adicional supervivencia. Y los niveles de remuneración del trabajo en esos espacios son suficientemente bajos para garantizar magnitudes significativas de excedente capitalista producido.

Sin embargo, y a pesar de eso, la vida corta está determinada por el hecho de que en algún momento el crecimiento desproporcionado del capital ficticio, como consecuencia de la relevancia año a año, de las ganancias ficticias, tiene que detenerse. La actual etapa capitalista especulativa, sólo sobrevive y seguirá sobreviviendo por más un tiempo sobre la base de un adicional incremento de la explotación de trabajo; pero eso tiene un límite. Y no estamos lejos de él.

Obviamente que el fin de esta etapa capitalista especulativa no necesariamente significa el fin del capitalismo y, como consecuencia, su sustitución por una forma social nueva. El capitalismo podrá sobrevivir sustituyendo eventualmente esa etapa por una de nuevo tipo, reconstruyendo la predominancia del capital sustantivo. Pero para lograr eso no sería por medio de un proceso fácil ni indoloro. Ello supondría niveles insospechables de explotación del trabajo, superior en mucho los niveles actuales, no sólo como forma de contrarrestar el bajo nivel de la tasa general de ganancia, pero también como resultado de una crisis capaz de inducir la desaparición del capital ficticio, por lo menos en gran medida.

¿Cómo se daría ese proceso? ¿Por medio de una explosiva crisis financiera y económica, de amplitud mundial y de magnitud superior, como consecuencia de la crisis estructural? ¿Sería la actual crisis de los créditos subprime el punto de partida para esa explosiva crisis financiera? ¿O el proceso podría darse, como está ocurriendo, por un largo proceso de estancamiento económico, sembrado de crisis aquí y allí, de magnitudes variables? Cualquiera que sea la respuesta, una cosa es cierta, la tragedia humana que ya vivimos se manifestará con aún más profundidad en el futuro.

Creer en la posibilidad de un retorno a un capitalismo más humano, si es que eso existió en algún momento, o por lo menos no tan violento como el actual, es en verdad creer en ilusiones. La perspectiva reformista nunca ha sido tan engañosa.

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·· Profesor del "Programa de Pós-Graduação em Políticas Sociais" y del Departamento de Economia de la Universidad Federal do Espírito Santo (UFES) -E-mail: reinaldo.carcanholo@terra.com.br- Página web: http://sites.uol.com.br/carcanholo

[1] Véase por ejemplo: Marini, R. M. Dialéctica de la dependencia, Ediciones Era, México, decimoprimera reimpresión, 1991.

[2] Más adelante se hará referencia al concepto de ganancias ficticias que, como podremos observar, aun no siendo resultado de la explotación del trabajo, no violenta la teoría dialéctica del valor. Es justamente por eso que son ficticias.

[3] Marx, K. El Capital. Tomo I. México, FCE, 1966. p. 13.

[4] Idem, pp. 255-256.

[5] Véase: Carcanholo, R.A. "Sobre o conceito de mais-valia extra em Marx" (versão preliminar). V Encontro Nacional de Economía Política. Brasil, Fortaleza, 21 a 23 de junho de 2000.

[6] Es verdad que también existen, en ese medio, autores que contestan dicha interpretación.

[7] Chesnais en el último trabajo que le conocemos hizo breve mención a ellas, pero sin la amplitud que le damos.Véase:. Chesnais, F. "El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera", en Herramienta Nº 37, Buenos Aires, marzo de 2008. pp. 07 a 36.

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La economía y la política de la dictadura del proletariado

sábado, 22 de noviembre de 2008



V. I. Lenin

Tenía proyectado escribir para el segundo aniversario del Poder soviético un pequeño folleto sobre el tema indicado en el título. Pero con el ajetreo del trabajo diario no he logrado hasta ahora ir más allá de la preparación preliminar de algunas partes. Por eso, he resuelto tratar de hacer una exposición breve y sumaria de las ideas más esenciales, a mi modo de ver, en esta cuestión. Naturalmente, el carácter resumido de la exposición encierra muchas dificultades e inconvenientes. Pero quizás para un pequeño artículo periodístico puede ser realizable este objetivo modesto: plantear la cuestión y sus fundamentos para su discusión por los comunistas de los diferentes países.

1

Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede dejar de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún.

La necesidad de toda una época histórica, que se distinga por estos rasgos del período de transición, debe ser clara por sí misma, no sólo para un marxista, sino para toda persona instruida que conozca de una u otra manera la teoría del desarrollo. Y, sin embargo, todos los discursos que sobre la transición al socialismo escuchamos de labios de los actuales representantes de la democracia pequeñoburguesa (tales son, a pesar de su pretendida etiqueta socialista, todos los representantes de la II Internacional, incluyendo a gentes del corte de MacDonald y Jean Longuet, de Kautsky y Friedrich Adler) se distinguen por el completo olvido de esta verdad evidente. A los demócratas pequeñoburgueses les son propios la aversión a la lucha de clases, los sueños sobre la posibilidad de prescindir de ella, la aspiración a atenuar, conciliar y limar sus agudas aristas. Por eso, los demócratas de esta especie o se desentienden de cualquier reconocimiento de todo un período histórico de transición del capitalismo al comunismo o consideran que su tarea es inventar planes para conciliar ambas fuerzas en pugna, en lugar de dirigir la lucha de una de estas fuerzas.

2

En Rusia, la dictadura del proletariado tiene que distinguirse inevitablemente por ciertas particularidades en comparación con los países avanzados, como consecuencia del inmenso atraso y del carácter pequeñoburgués de nuestro país. Pero las fuerzas fundamentales -- y las formas fundamentales de la economía social -- son, en Rusia, las mismas que en cualquier país capitalista, por lo que estas particulariclades pueden referirse tan sólo a lo que no es esencial.

Estas formas básicas de la economía social son: el capitalismo, la pequeña producción mercantil y el comunismo. Y las fuerzas básicas son: la burguesía, la pequeña burguesía (particularmente los campesinos) y el proletariado.

La economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado representa la lucha que en sus primeros pasos sostiene el trabajo mancomunado al modo comunista -- en escala única de un enorme Estado -- contra la pequeña producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra el que revive sobre la base de esta producción.

El trabajo está mancomunado en Rusia a la manera comunista por cuanto, primero, está abolida la propiedad privada sobre los medios de producción y, segundo, porque el Poder proletario del Estado organiza en escala nacional la gran producción en las tierras y empresas estatales, distribuye la mano de obra entre las diferentes ramas de la economía y entre las empresas, distribuye entre los trabajadores inmensas cantidades de artículos de consumo pertenecientes al Estado.

Hablamos de los "primeros pasos" del comunismo en Rusia (como lo dice también el programa de nuestro Partido aprobado en marzo de 1919), ya que estas condiciones las hemos realizado sólo en parte, o dicho con otras palabras: la realización de estas condiciones se encuentra sólo en su fase inicial. De una vez, con un solo golpe revolucionario, se ha hecho todo cuanto puede, en general, hacerse de un golpe: por ejemplo, ya el primer día de la dictadura del proletariado, el 26 de octubre de 1917 (8 de noviembre de 1917), fue abolida la propiedad privada de la tierra y fueron expropiados sin indemnización los grandes propietarios de la tierra. En unos meses fueron expropiados, también sin indemnización, casi todos los grandes capitalistas, los dueños de fábricas, empresas de sociedades anónimas, bancos, ferrocarriles, etc.

La organización de la gran producción industrial por el Estado, el tránsito del "control obrero" a la "administración obrera" de las fábricas y ferrocarriles, está ya realizado en sus rasgos más importantes y fundamentales; pero con respecto a la agricultura esto no ha hecho más que empezar (las "haciendas soviéticas", grandes explotaciones organizadas por el Estado obrero sobre las tierras del Estado).

Igualmente apenas ha comenzado la organización de las diferentes formas de cooperación de los pequeños labradores, como tránsito de la pequeña producción agrícola mercantil a la agricultura comunista*. Lo mismo cabe decir de la organización estatal de la distribución de los productos en sustitución del comercio privado, es decir, en lo que atañe al acopio y al envío de cereales a las ciudades y de los artículos industriales al campo por el Estado. Más abajo daremos los datos estadísticos que poseemos sobre esta cuestión.

La economía campesina continúa siendo una pequeña producción mercantil. Hay aquí para el capitalismo una base extraordinariamente amplia y dotada de raíces muy profundas y muy sólidas. Sobre esta base, el capitalismo se mantiene y revive de nuevo, luchando de la manera más encarnizada contra el comunismo. Las formas de esta lucha son: la venta clandestina y la especulación contra los acopios estatales de cereal (al igual que de otros productos) y en general contra la distribución estatal de los productos.

3

Para ilustrar estas tesis teóricas abstractas, citaremos datos concretos.
El acopio estatal de cereales en Rusia, según datos del Comisariado del Pueblo de Abastecimiento, ha dado, desde el 1.ƒ de agosto de 1917 al 1.ƒ de agosto de 1918, cerca de 30 millones de puds. Al otro año, cerca de 110 millones de puds. En los primeros tres meses de la campaña siguiente (1919-1920), los acopios alcanzarán, por lo visto, cerca de 45 millones de puds, contra 37 millones en los mismos meses (agosto-octubre) del año 1918.

Estas cifras revelan claramente un lento pero constante mejoramiento en el sentido de la victoria del comunismo sobre el capitalismo. Se obtiene este mejoramiento a pesar de las inauditas dificultades motivadas por la guerra civil, que los capitalistas rusos y extranjeros organizan poniendo en tensión todas las fuerzas de las potencias más poderosas del mundo.

Por eso, por más que mientan y calumnien los burgueses de todos los países y sus cómplices francos o encubiertos (los "socialistas" de la II Internacional), es indudable que, desde el punto de vista del problema económico fundamental de la dictadura del proletariado, en nuestro país está asegurada la victoria del comunismo sobre el capitalismo. Si la burguesía de todo el mundo está enrabiada y enfurecida contra el bolchevismo, si organiza invasiones armadas, complots, etc., contra los bolcheviques, es precisamente porque comprende muy bien lo inevitable de nuestra victoria en la reestructuración de la economía social, a menos que nos aplaste por la fuerza militar. Pero no consigue aplastarnos por ese procedimiento.

El cuadro que sigue a continuación permite ver en qué medida, precisamente, hemos vencido ya al capitalismo, en el poco tiempo que nos fue concedido y entre las dificultades sin precedentes en que nos hemos visto obligados a actuar. La Dirección Central de Estadística acaba de preparar para la prensa datos sobre la producción y el consumo de cereales no de toda la Rusia Soviética, sino de 26 provincias solamente.

Así, pues, aproximadamente la mitad de los cereales para las ciudades la da el Comisariado de Abastecimiento; la otra mitad, los especuladores. La investigación exacta de la alimentación de los obreros de las ciudades en 1918 ha dado precisamente esta proporción. Advirtamos que los obreros pagan por el cereal proporcionado por el Estado la novena parte que por el de los especuladores. El precio de especulación es equivalente al décuplo que el precio del Estado. Así lo dice el estudio concienzudo del presupuesto de los obreros.

4

Los datos citados, si se piensa bien en ellos, proporcionan un material exacto acerca de todos los rasgos fundamentales de la economía actual en Rusia.
Los trabajadores han sido liberados de sus opresores y explotadores seculares, los terratenientes y capitalistas. Este paso de la verdadera libertad y de la verdadera igualdad, paso que por su grandeza, magnitud y rapidez no tiene precedente en el mundo, no ha sido tomado en consideración por los partidarios de la burguesía (incluidos los demócratas pequeñoburgueses), los cuales hablan de la libertad y de la igualdad en el sentido de la democracia burguesa parlamentaria, proclamándola falsamente "democracia" en general o "democracia pura" (Kautsky).

Pero los trabajadores toman en consideración precisamente la verdadera igualdad, la verdadera libertad (la que implica verse libre de terratenientes y capitalistas), por eso apoyan con tanta firmeza al Poder soviético.

En este país campesino, han sido los campesinos en general los primeros en salir favorecidos, los que más han ganado y los que de golpe han gozado los beneficios de la dictadura del proletariado. Bajo el régimen de los terratenientes y capitalistas, en Rusia los campesinos padecían hambre. En el transcurso de largos siglos de nuestra historia, los campesinos jamás tuvieron la posibilidad de trabajar para sí: pasaban hambre, entregando cientos de millones de puds de trigo a los capitalistas, a las ciudades y al extranjero. Bajo la dictadura del proletariado, el campesino por primera vez trabaja para sí y se alimenta mejor que el habitante de la ciudad. El campesino ha visto por primera vez la libertad de hecho: la libertad de comer su propio pan, la libertad de no pasar hambre. Se ha establecido, como es sabido, la igualdad máxima en el reparto de las tierras: en la gran mayoría de los casos, los campesinos reparten la tierra "por el número de bocas".

Socialismo significa la abolición de las clases.

Para abolir las clases, es preciso, primero, derribar a los terratenientes y a los capitalistas. Esta parte de la tarea la hemos cumplido, pero es sólo una parte y, ademas, no es la más difícil. Para abolir las clases, es preciso, en segundo lugar, suprimir la diferencia entre los obreros y los campesinos, convertir a todos en trabajadores. Esto no es posible hacerlo de golpe. Esta es una tarea incomparablemente más difícil y, por la fuerza de la necesidad, de larga duración. No es una tarea que pueda resolverse con el derrocamiento de una clase cualquiera.

Sólo puede resolverse mediante la reorganización de toda la economía social, pasando de la pequeña producción mercantil, individual y aislada, a la gran producción colectiva. Este tránsito es, por necesidad, extraordinariamente largo, y las medidas administrativas y legislativas precipitadas e imprudentes sólo conducirían a hacerlo más lento y difícil. Solamente cabe acelerarlo prestando a los campesinos una ayuda que les permita mejorar en enorme medida toda la técnica agrícola, transformándola de raíz.

Para resolver esta segunda parte de la tarea, la más difícil, el proletariado, después de haber vencido a la burguesía, debe aplicar inalterablemente la siguiente línea fundamental en su política con respecto a los campesinos: el proletariado debe distinguir, diferenciar a los campesinos trabajadores de los campesinos propietarios, al campesino trabajador del campesino mercader, al campesino laborioso del campesino especulador.

En esta delimitación reside toda la esencia del socialismo.

Y no es extraño que los socialistas de palabra y demócratas pequeñoburgueses de hecho (los Mártov y los Chernov, los Kautsky y Cía.) no comprendan esta esencia del socialismo. La delimitación aquí indicada es muy difícil, pues en la vida práctica todos los rasgos propios del "campesino", por variados y contradictorios que sean, forman un todo único. No obstante, la delimitación es posible, y no sólo posible, sino que emana inevitablemente de las condiciones de la hacienda y de la vida del campesino. El campesino trabajador ha estado oprimido durante siglos por los terratenientes, los capitalistas, los mercaderes, los especuladores y su Estado, incluyendo a las repúblicas burguesas más democráticas. El campesino trabajador ha ido formando durante siglos su odio y su animosidad contra estos opresores y explotadores, y esta "formación", producto de la vida misma, obliga a los campesinos a buscar la alianza con los obreros contra el capitalista, contra el especulador, contra el mercader. Pero, al mismo tiempo, las circunstancias económicas, las circunstancias de la economía mercantil, convierten de modo inevitable al campesino (no siempre, pero sí en una gran mayoría de casos) en mercader y especulador.

Los datos estadísticos arriba citados muestran con claridad la diferencia que existe entre el campesino trabajador y el campesino especulador. Los campesinos que en 1918-1919 dieron a los obreros hambrientos de las ciudades 40 millones de puds de cereal, a los precios de tasa fijados por el Estado y a través de los organismos estatales, a pesar de todos los defectos de estos organismos, defectos perfectamente conocidos por el gobierno obrero, pero irremediables en el primer período de transición al socialismo, estos campesinos son unos campesinos trabajadores, unos camaradas de los obreros socialistas con todos los derechos, sus aliados más seguros, sus hermanos carnales en la lucha contra el yugo del capital. Pero esos otros campesinos que vendieron a escondidas 40 millones de puds de cereal a un precio equivalente al décuplo que el fijado por el Estado, aprovechándose de la penuria y del hambre del obrero de la ciudad, defraudando al Estado, aumentando y engendrando por todas partes el engaño, el pillaje y las maniobras fraudulentas, esos campesinos son unos especuladores, unos aliados del capitalista, unos enemigos de clase del obrero, unos explotadores. Pues tener sobrantes de cereal recolectado en las tierras que pertenecen al Estado, con la ayuda de aperos en cuya creación fue invertido, de uno u otro modo, no sólo el esfuerzo del campesino, sino también el del obrero, etc., tener sobrantes de cereal y especular con ellos significa ser un explotador del obrero hambriento.

Vosotros violáis la libertad, la igualdad, la democracia, nos gritan desde todos lados, señalando la desigualdad entre el obrero y el campesino en nuestra Constitución, la disolución de la Asamblea Constituyente, las requisas forzosas de los excedentes de cereal, etc. Nosotros replicamos: no ha habido en el mundo Estado que haya hecho tanto para eliminar la verdadera desigualdad y la verdadera falta de libertad que ha padecido durante siglos el campesino laborioso. Pero jamás reconoceremos la igualdad con el campesino especulador, como no reconoceremos la "igualdad" del explotador con el explotado, del harto con el hambriento, la "libertad" del primero de robar al segundo. Y a aquellos hombres instruidos que no quieran comprender estas diferencias, nosotros los trataremos como a los guardias blancos, aunque se llamen demócratas, socialistas, internacionalistas, los Kautsky, los Chernov, los Mártov.

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El socialismo es la supresión de las clases. La dictadura del proletariado ha hecho en este sentido todo lo que estaba a su alcance. Pero no se puede suprimir de golpe las clases.

Y las clases han quedado y quedarán durante la época de la dictadura del proletariado. La dictadura dejará de ser necesaria cuando desaparezcan las clases. Y sin la dictadura del proletariado las clases no desaparecerán.

Las clases han quedado, pero cada una de ellas se ha modificado en la época de la dictadura del proletariado; han variado igualmente las relaciones entre ellas. La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado, lo único que hace es adoptar otras formas.

El proletariado, bajo el capitalismo, era una clase oprimida, una clase que había sido desprovista de toda propiedad sobre los medios de producción, la única clase opuesta directa e íntegramente a la burguesía, y por eso la única capaz de ser revolucionaria hasta el fin. El proletariado, al derrocar a la burguesía y conquistar el Poder político, se ha convertido en la clase dominante: tiene en sus manos el Poder del Estado, dispone de los medios de producción ya socializados, dirige a los elementos y las clases vacilantes, intermedios, aplasta la resistencia de los explotadores, que se manifiesta con energía creciente. Todas éstas son las tareas especiales de la lucha de clases, tareas que antes el proletariado no se las había planteado ni podía planteárselas.

La clase de los explotadores, los terratenientes y capitalistas, no ha desaparecido ni puede desaparecer de golpe bajo la dictadura del proletariado. Los explotadores han sido derrotados, pero no aniquilados. Aún tienen una base internacional, el capital internacional, del cual son una sucursal. Aún tienen, en parte, algunos medios de producción, aún tienen dinero, aún tienen amplios vínculos sociales.

Precisamente a causa de su derrota, se ha multiplicado en cien y en mil veces su fuerza de resistencia. El "arte" de la administración estatal, militar y económica les da una superioridad, una superioridad muy grande, de modo que su importancia es inconmensurablemente mayor que su proporción numérica en la población. La lucha de clases que libran los explotadores derrocados contra la victoriosa vanguardia de los explotados, es decir, contra el proletariado, se ha vuelto incomparablemente más encarnizada. Y no puede ser de otra manera, si se trata de una revolución, si no se reemplaza este concepto (como lo hacen todos los héroes de la II Internacional) por ilusiones reformistas.

Por último, el campesinado, como toda la pequeña burguesía en general, ocupa bajo la dictadura del proletariado una situación intermedia: por un lado, representa una masa de trabajadores, bastante considerable (y en la Rusia atrasada, una masa inmensa), unida por el interés, común a los trabajadores, de emanciparse del terrateniente y del capitalista; y por otro lado, son pequeños patronos, propietarios y comerciantes aislados. Tal situación económica provoca inevitablemente su oscilación entre el proletariado y la burguesía. Y en las condiciones de la lucha agudizada entre estos últimos, de la ruptura extraordinariamente brusca de todas las relaciones sociales, ante la máxima costumbre de lo viejo, lo rutinario, lo invariable, tan arraigada precisamente entre los campesinos y los pequeños burgueses en general, es lógico que observemos inevitablemente entre ellos evasiones de un campo a otro, vacilaciones, virajes, inseguridad, etc.

En relación a esta clase -- o a estos elementos sociales --, al proletariado le incumbe la tarea de dirigir, de luchar por la influencia sobre ella. Conducir tras sí a los vacilantes e inestables es lo que debe hacer el proletariado.

Si confrontamos todas las fuerzas o clases fundamentales y sus relaciones mutuas modificadas por la dictadura del proletariado, veremos qué ilimitado absurdo teórico, qué estupidez constituye la opinión pequeñoburguesa en boga entre los representantes de la II Internacional de que se puede pasar al socialismo "a través de la democracia" en general. La base de este error reside en el prejuicio, heredado de la burguesía, de que la "democracia" tiene un contenido absoluto, independiente de las clases. Pero, de hecho, la democracia pasa a una fase absolutamente nueva bajo la dictadura del proletariado, y la lucha de clases se eleva a un grado superior, sometiendo a su dominio todas y cada una de las formas políticas.

Las frases comunes sobre la libertad, la igualdad y la democracia equivalen en el fondo a una repetición ciega de conceptos plasmados por las relaciones de la producción mercantil. Querer resolver por medio de estas frases comunes las tareas concretas de la dictadura del proletariado, significa pasarse en toda la línea a las posiciones teóricas y de principio de la burguesía. Desde el punto de vista del proletariado, la cuestión se plantea sólo así: ¿liberación de la opresión ejercida por qué clase?, ¿igualdad entre qué clases?, ¿democracia sobre la base de la propiedad privada o sobre la base de la lucha por la supresión de la propiedad privada?, etc.

En su Anti-Dühring, Engels aclaró hace tiempo que la noción de igualdad ha sido moldeada por las relacioncs de la producción mercantil; la igualdad se transforma en prejuicio si no se comprende como la abolición de las clases [**]. Esta verdad elemental relativa a la diferencia de la concepción democraticoburguesa y la socialista sobre la igualdad es olvidada constantemente. Cuando no se la olvida resulta evidente que el proletariado, al derrocar a la burguesía, da con ello el paso más decisivo hacia la supresión de las clases, y que para coronar esto el proletariado debe continuar su lucha de clase utilizando el aparato del Poder del Estado y aplicando diferentes métodos de lucha, de influencia, de acción con respecto a la burguesia derrocada y a la pequeña burguesia vacilante.
(Continuará )[***]
30 de octubre de 1919.


NOTAS
* El número de "haciendas soviéticas" y de "comunas agrícolas" en la Rusia Soviética es de unas 3.536 y 1.961 respectivamente; el número de arteles agrícolas es de 3.696. Nuestra Dirección Central de Estadística efectua en la actualiclad un censo excacto de todas las haciendas soviéticas y comunas. Los primeros resultados serán conocidos en noviembre de 1919.
**Véase F. Engels, Anti-Dühring, Parte primera, X.
*** El artículo quedó sin terminar. (N. de la Ed.)


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"Marx nos ayuda a enfrentar los desafíos de la crisis actual del capitalismo"



Jorge Insunza Becker
Rebelión

Este libro sale a luz en un momento especialmente oportuno. No digo que Alejandro lo haya previsto pero… en una de esas….

La síntesis del primer tomo de El Capital, hecha rigurosa y exclusivamente con textos de Marx, es un trabajo serio. Da cuenta de una compenetración profunda de los contenidos originales. Debiese ser un vehículo para que muchos, en especial muchos trabajadores y muchos jóvenes, accedan a la comprensión de la sociedad que sostienen con su trabajo y que, aunque sin ellos sería inviable, los maltrata.
Leyendo la síntesis me ha conmovido, como en la primera lectura de El Capital hace ya años, la profundidad de la elaboración de Marx. La vigencia de sus descubrimientos, permanece. Será una torpeza asumir que es el non plus ultra, que allí terminó la creación teórica. Pero más torpe aún es afirmar que esta creación es asunto del pasado. Marx escribió ya entonces que “ En la economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado”.

Está en curso una crisis económico financiera de inmensas proporciones. Los economistas serios evitan evaluaciones taxativas sobre su prolongación y profundidad. Pero todos, en un grado u otro, se remiten a la gran depresión de 1929 -33.

A parejas con sus dramáticos efectos materiales, se ha generado otro efecto, inesperado y preocupante para los sostenedores del sistema: el sorprendente incremento del interés por el pensamiento de Marx. La venta de El Capital en muchos países y de modo especial en su patria ha subido hasta en 300%. El Mercurio se preocupa: dice que el libro que se vende es el del Obispo Marx. Dios lo guarde!

Es que los engendros ideológicos, hijos del neoliberalismo, del tipo de fin de la historia, muerte del comunismo y tantos otros, que tienen por cierto seguidores en Chile, (hace pocos días, el 5 de Octubre, Patricio Aylwin repitió estas monsergas) se desmoronan.

Ya en el tomo que recoge esta síntesis, Marx desnuda las razones de este curso inevitable del capitalismo: periódicas e inevitables crisis que genera el desequilibrio estructural, inscrito en la matriz de sistema, entre su enorme capacidad de expansión de las fuerzas productivas, (puesto ya de relieve en El Manifiesto) y su incapacidad intrínseca de distribuir la renta acorde con esa expansión. El origen de ese desequilibrio es en último análisis la apropiación de la plusvalía generada por el asalariado en el proceso de producción por una minoría de capitalistas.

En la realidad de su tiempo, Marx constata que en la producción en los marcos del capitalismo “el curso característico....(es) de un ciclo decenal de períodos de animación media, producción a todo vapor, crisis y estancamiento” (227)

La AFP Cuprum, a página plena en El Mercurio, tratando de convencer a sus afiliados de mantenerse en los fondos que más potencian el juego especulativo con los dineros de los trabajadores, que es su gran negocio, dice “las crisis económicas y/o ajustes a burbujas en los mercados bursátiles ocurren cada cierto tiempo. En este período de 38 años se observan 7”, vale decir casi el doble de la frecuencia en los tiempos de Marx. ¿Esto desmiente o confirma los descubrimientos del fundador del socialismo científico? Quién quiera asumir el marxismo como un dogma podrá dar una respuesta positiva. Quien asuma, como Marx, que el futuro crea nuevas realidades y nuevos conocimientos rechazará tal afirmación como una tontería.

No fue Marx, por ejemplo, quién descubrió los llamados ciclos largos. Fue, decenios después, otro economista marxista, el economista ruso Kondratieff, quién descubrió este fenómeno: ciclos largos que enmarcan los ciclos cortos en períodos en que las curvas de descensos y subidas de esos ciclos cortos apuntan en su recuperación hacia arriba o hacia abajo, es decir a expansiones o estancamientos en los marcos de esos ciclos largos. Es este un gran logro teórico que profundiza el descubrimiento de Marx y confirma a la vez el hecho esencial: el capitalismo en cualquiera de sus formas no puede evitar el desequilibrio entre producto y consumo que la apropiación capitalista de la plusvalía genera y que provoca obligatoria y permanentemente crisis.

¿Qué es una crisis capitalista? Para definirla un cronista (Alba Rico) razonó poniendo de relieve en primer lugar lo que no es una crisis capitalista. Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista. Tampoco que haya 4.750 millones de pobres, que haya 1.000 millones de desempleados, que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos. Menos aún que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, que 16.306 especies estén en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos. Hoy se reconoce que hay crisis no por esa segregación brutal de la humanidad provocada por la acumulación capitalista desenfrenada sino porque pese a ella y en verdad por ella, el tipo de economía impuesta no es suficientemente rentable para unas 1.000 empresas multinacionales y 2 millones 500 mil millonarios.

Gente de buen corazón ha denunciado la codicia como factor desencadenante de la situación actual. Ese mismo buen corazón les dificulta aceptar que la codicia es la forma necesaria de existencia del capital. “El capital no tiene mas que un instinto vital: el instinto de acrecentarse, de crear plusvalía, de absorber, con su parte constante, los medios de producción, la mayor masa posible de trabajo excedente” dice Marx Y agrega “el capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, mas que succionando trabajo vivo” (104), esto es la fuerza de trabajo asalariada.

Para fundar el nuevo sistema desde la vieja sociedad, el capital no vaciló ante nada para despojar a decenas de millones de hombres y mujeres de la posibilidad de subsistir de su trabajo independiente. Para ello las guerras internas o coloniales fueron requisito del parto. La acumulación originaria es no solo acumulación de dinero sino, a la vez, la generación de despojados que deben vender su fuerza de trabajo para vivir. Sin ellos el capitalismo no podría existir pues el capital no es una cosa, dinero o medios de producción, sino una relación social.

La capacidad de succionar riqueza es frenética. Los avezados capitalistas ingleses no les bastaba apropiarse del trabajo excedente de sus trabajadores. Agregaron a ello las pulperías donde recortaban una parte adicional del salario percibido por estos. Se dirá: eso es pasado. Cierto. Hoy no hay pulperías: han sido reemplazadas por las tarjetas de crédito. 21 millones de tarjetas no bancarias con intereses de 51% anual y transacciones que sumaron 3.000 millones de dólares sólo el último trimestre de 2007. El capital financiero por esta vía toma una parte sustancial de lo pagado como salarios.

Conquistada ya la hegemonía del sistema de acumulación capitalista, emerge una etapa diferente que Marx conoció y vivió: ya no basta expropiar al trabajador independiente, el desarrollo impone la necesidad de expropiar a directamente a unos capitalistas por otros.

Cito a Marx:: “Esta (nueva forma de) expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de los capitales. Cada capitalista desplaza a otros muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación consciente de la ciencia, la explotación sistemática y organizada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista.” (224)

Como dice Alejandro ¿Qué hizo Marx en ese párrafo, escrito hace más de 140 años, sino describir el mundo económico de hoy?

El proceso de internacionalización que Marx subraya trae consigo la guerra por los mercados que incorpora también el recurso de la fuerza. Dos guerras mundiales y las aún interminables invasiones de estados soberanos, los golpes de estado, las desestabilizaciones, confirman esta realidad. El actual proyecto norteamericano de control militar del planeta se funda en la convicción que la fuerza es indispensable para garantizar el éxito de la globalización a dominio del gran capital, esto es, en su forma neoliberal. La tesis de la guerra preventiva en cualquier oscuro lugar del mundo es funcional a esa concepción de dominio.

La crisis en curso es la consecuencia directa de las concepciones más ortodoxas del capitalismo en su expresión neoliberal, de los adversarios jurados del marxismo.

El final del ciclo largo expansivo de la segunda posguerra vio convertirse el desfase entre producción y consumo en capital financiero, proceso potenciado por la supremacía de un modelo que impuso la desregulación, las privatizaciones, la flexibilización laboral, el ajuste fiscal, el crecimiento hacia fuera en los países subordinados ligado a un menosprecio total por el desarrollo del mercado interno, políticas que en Chile la dictadura aplicó a sangre y fuego y que en todo lo esencial, cierto que con algunos parches, permanecen hasta hoy.

Será impropio eludir el peso que en este cuadro tiene los errores e insuficiencias que llevaron a la derrota en muchos países de una forma de socialismo que, pese a sus defectos, contenía la avidez del capital. El desmoronamiento del llamado campo socialista arrastró consigo, por ejemplo, los estados de bienestar, concesiones del capital para prevenir cambios revolucionarios y con ello su desplazamiento y abrió camino a la intensificación extrema del empleo de las agresiones militares imperialistas.

A nivel mundial se impuso la hegemonía radical del capital financiero, que potenció su capacidad de especulación. Impuesta la globalización a dominio capitalista más del 90% de los movimientos económicos se dan no en la esfera de la producción o del comercio de bienes, sino en la compra y venta de papeles.

A principios de los ochenta, el total de activos financieros (acciones, bonos, préstamos, hipotecas) era aproximadamente igual al Producto Interno Bruto mundial, es decir, igual a la riqueza creada en el planeta. Al final del 2005, era equivalente a 3,7 veces el PIB mundial. En ese mismo período, el valor nominal de los derivados financieros –que son instrumentos que, para decirlo con el primer ministro inglés, crea el ingenio del mercado- representó tres veces el valor del total de dichos activos, es decir, mas de 10 veces el PIB mundial (Lynn Walsh). Estas maniobras, que aprovechan la desregulación impuesta por el neoliberalismo para generar inmensas ganancias especulativas, provocan las denominadas burbujas que resultan ser verdaderas bombas nucleares económicas como queda en evidencia en estos días. Hay quienes se enriquecieron inmensamente mientras la gran mayoría paga sus desmanes. En el caso de Chile es emblemático el caso de los trabajadores empujados a las AFP: han perdido mas de una quinta parte de sus fondos, mas de 25 mil millones de dólares, pero los dueños de las AFP han ganado millones en el camino porque se pierden los fondos pero no las comisiones ya cobradas y embolsadas. Hace 15 días el señor Velasco afirmó sin sonrojarse “los ahorros de los trabajadores chilenos están a buen recaudo”.

Los primeros estallidos de la crisis en curso datan de Julio del año pasado pero nuestros economistas dominantes lo ignoraron. Pocos días antes de la agudización del proceso, simbólicamente el 11 de Septiembre, el Banco Central de Chile en su informe de política monetaria afirmó “al menos los riesgos de un colapso financiero sistémico parecen haber sido controlados a tiempo para afirmar enseguida que “el crecimiento mundial mantendrá su dinamismo”. Suscribe esto José de Gregorio, economista que naturalmente se cuenta entre los que creen en el fin de la historia y en la obsolescencia de Marx. Habrá que enviarle de regalo un ejemplar del libro que presentamos.

En cambio, Paul Krugman, reciente Premio Nobel de Economía evalúa que “todo apunta a un receso económico que será desagradable, brutal y largo”. Y agregaba “Está políticamente en boga despotricar contra el gasto gubernamental … pero exactamente ahora un mayor gasto público es justo …debe proporcionar más beneficios a los desempleados…es también un buen momento para involucrarse en gastos serios en infraestructura…”. No es la opinión de nuestros economistas dominantes.

En las páginas finales de este primer tomo, Marx expresa su convicción de la inevitable superación del capitalismo y el paso de la humanidad a un nuevo estado social. Allí está ese párrafo conmovedor que expresa su convicción de la veracidad de su análisis y su profundo amor por la humanidad: “La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista… Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”

Muchos revolucionarios confirman, como es lógico, sus convicciones en medio de las crisis más cuando constatan los dramas que el sistema genera en los pueblos y se empeñan con mayor ardor en el impulso del cambio. Fue así en el período de la gran depresión de los 30 y en otros momentos.

El análisis razonado, fundado en la aproximación científica a la economía política es un potente recurso. Pero, no basta tener la razón. A la ciencia hay unir el arte. La vida ha enseñado que la salida progresista a las crisis requiere el despliegue de organización de energías de las fuerzas populares capaces de imponer el nuevo rumbo. Para eso hay que ir con Marx mas allá de Marx, asumiendo las realidades nuevas de nuestro tiempo como él lo hubiese hecho.

Me detengo un minuto antes de terminar en uno o dos aspectos de muchos que debemos reflexionar. La crisis cursa y se extiende en la globalización a dominio imperialista. Podemos y debemos luchar para convertirla en un momento de cambio hacia una mundialización que haga valer los derechos y necesidades de los pueblos. Un camino para ello es, en nuestro espacio, el potenciamiento de la integración latinoamericana.

Es también un momento propicio para que el Estado asuma no el papel de pagador del desfalco de los que privatizaron las ganancias, pero imponen la socialización de las pérdidas sino de impulsor de un nuevo proyecto nacional de desarrollo. Para ello se debe emplear los recursos de los fondos soberanos y de las AFP en el desarrollo de inversiones productivas que reviertan los efectos recesivos. La crisis de los 30 y el Frente Popular en Chile dio a luz CORFO. Hoy debemos abordar con creatividad y en concordancia con la realidad de este tiempo la instalación de ese nuevo proyecto nacional. Eso requiere una incidencia en la formación de la subjetividad social que contraste el aplastante dominio del gran capital en su formación que usa, entre otros medios, la educación o el abrumador dominio en los medios de comunicación de masas.

Es evidente que las crisis no tienen sólo una salida. El capital despliega todos sus recursos para evitar su derrota. En los 30 emergieron los Frentes Populares que significaron la superación de un período sectario del movimiento comunista y uno conciliador de la social democracia. Pero también, empleando una demagogia desenfrenada pero eficiente, combinada con el empleo de la violencia contrarrevolucionaria, el capital promovió la emergencia del fascismo a posiciones de poder estatal.

Los desafíos que tenemos por delante se agrandan por tanto. La posibilidad palpable de un empeoramiento de las condiciones de vida de las masas, la miserable reacción de los dogmáticos neoliberales de fuera y dentro del gobierno, la urgencia que tiene la creación de propuestas movilizadoras para conquistar cambios de fondo, están a la orden del día. Y no es una propuesta que emane solo de la izquierda: para muestra un botón: el día de ayer el senador Mariano Ruiz Esquide planteó la necesidad de nacionalizar las AFP.

Debemos y podemos impulsar la creación de un frente amplio alternativo al capitalismo salvaje que se ha impuesto desde hace ya casi 40 años y para llevarlo adelante se requiere una amplia unidad en la diversidad.

La difusión de este libro será una contribución que nos debe comprometer a todos.

- Jorge Insunza Becker es miembro de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile.

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