I.- Julio Antonio Mella nació el 25 de marzo de 1903 en Cuba. En la mayor de las Antillas sucedía el primer experimento neocolonial a nivel planetario: conservó el estatuto de país dominado a favor de una metrópoli y fue laboratorio para estructurar en el siglo xx la condición más general del desarrollo capitalista dependiente. En su ámbito familiar, Mella nació como hijo «bastardo» de la relación extramatrimonial entre un sastre acaudalado, Nicanor Mella Breá, y la joven irlandesa Cecilia McPartland Diez. Su abuelo paterno fue general de las luchas por la independencia de Dominicana. Ninguno de estos datos es gratuito para comprender la formación de su personalidad: conoció la discriminación de los hijos «naturales», siendo un adolescente pudo viajar en primera clase, recorrer geografías, quiso y hubiese podido estudiar en México, fue el estudiante mejor vestido de la Universidad de La Habana al tiempo que el mayor promotor de la reforma universitaria; fue señalado por algunos como mestizo pero fue admitido en clubes exclusivos para blancos; creció bilingüe a la escucha de las historias de próceres independentistas latinoamericanos y del eco, débil en la voz de la madre, de las luchas sociales irlandesas; trabó amistad, por vía familiar, con Eusebio Hernández, veterano de la guerra de independencia cubana y después insigne profesor universitario; fue discípulo del poeta, periodista y político mexicano Salvador Díaz Mirón, se formó políticamente en el seno de un pujante movimiento obrero, bajo hegemonía anarcosindicalista, en un país con presencia significativa de proletariado urbano y con los agudos problemas propios del campo subdesarrollado, pudo llamar «Maestro» a un anarcosindicalista antisectario como Alfredo López, uno de los pocos que podía dialogar y reconocer a los «enemigos fraternos», los comunistas; forjó su ideario democrático y socialista en la lucha contra una dictadura y contra la opresión neocolonial, en medio de la emergencia de las vanguardias artísticas, del movimiento estudiantil, del femenino y del obrero propiamente dicho, vio sufrir a su esposa mientras su hija dormía en la tapa de una maleta de viaje, sostuvo una relación personal y política muy intensa con una artista de vanguardia y combatiente internacionalista como Tina Modotti y conoció la brutalidad de las necesidades del exilio.
Esa amalgama le otorgaría importantes ventajas a Mella: leer los textos del marxismo en sus traducciones inglesas, cuando eran aún muy escasas en español; moverse entre diversos estratos sociales y contextos culturales, estar bien situado históricamente para comprender la trama revolucionaria de la independencia anticolonial cuando el marxismo vivía confusiones trágicas respecto a «lo nacional», introducir la estrategia política, inédita en Cuba, de movilizar a la nación a través de una huelga de hambre, hecho que le llegaba en su tradición irlandesa; combatir el sectarismo e imaginar alianzas políticas impensables para la corrección revolucionaria de su momento; ser dogmático y después superarse con tanta agilidad como hondura, comprender el legado de la esclavitud y formular las reivindicaciones de la racialidad como derechos ciudadanos, contribuir a convertir definitivamente el antingerencismo en antimperialismo, considerar el marxismo como una filosofía que no pretende inventar un mundo sino dar cuenta de la transformación del realmente existente, inaugurar un nuevo pensamiento sobre José Martí y sobre la tradición liberal revolucionaria cubana y un largo etcétera. Entre otras cosas por esto es útil leer a Mella: para comprender cómo elaboró una obsesión —la libertad—, y alcanzó una estrategia —el socialismo.
2.- Julio Antonio Mella es uno de los principales exponentes de la generación fundadora del marxismo latinoamericano. Sin embargo, en 2009 la puerilidad de algunas de sus tesis inspira compasión. Mella repitió con entusiasmo escolar varias de las posiciones del pensamiento positivista y determinista que pasó durante décadas como «marxismo soviético». En particular, siguió la ruta del determinismo que confiaba el futuro a las reglas inexorables de la historia: «El desenvolvimiento de la historia está determinado por las fuerzas de producción, por el juego fatal de las fuerzas económicas».[1] Se equivocó a gritos en la comprensión sobre la cuestión indígena, asumiendo posturas del marxismo prohijado por Stalin, en una célebre polémica con Víctor Raúl Haya de la Torre. Comprendió de modo esquemático el perfil de los intelectuales y de su función en una política revolucionaria, y reclamó «deberes» del intelectual respecto a la cuestión social con un lenguaje y un tono que hoy producen, por lo menos indiferencia, después de haber causado pavor. Su pensamiento contiene varias contradicciones sin solución. Habiendo sido separado de la dirección de los dos partidos comunistas en los que militó, el cubano y el mexicano, siguió defendiendo el concepto del «partido de vanguardia», inspirado en la socialdemocracia kaustkiana, y continuado en parte por el leninismo, que comunica desde un afuera ideológico —la vanguardia, la elite, el líder, el jefe— la conciencia política a las masas y subordina todo el desarrollo de estas al ritmo y al perfil del movimiento de esa vanguardia, al tiempo que defendió la praxis como la única fuente de la conciencia revolucionaria. Después de considerar la fábrica, a la manera de Gramsci, como «el dinamo generador de la energía industrial, social y política» de la Revolución, «la parte […] fundamental del laboratorio donde se prepara la sociedad comunista»[2], y de haber elogiado los consejos obreros, y la propia forma sovietista como la manera de organizar el régimen del trabajo, agrega que «la reorganización de una fábrica socialista nada tiene que envidiar, en cuanto a perfección técnica y administrativa, a esas maravillas de la industria estadounidense» y que «toda la perfección industrial del capitalismo se la ha asimilado el primer Estado socialista».[3] Por ese camino, terminará en la loa a la planificación regida por el Consejo Supremo de Economía de la URSS, «regulador nacional de la producción, guardián celoso de las necesidades del pueblo, de cuánto hay que producir y de qué hay que producir».[4] Sin saberlo, Mella repetía la misma idea que garantizó por décadas dos victorias esenciales para el imaginario capitalista: a) que la organización económica, «racional, científica y eficiente», del capitalismo es un instrumento técnico al servicio de la economía, y no el expediente de la normalización reproducida cotidianamente por el orden de poder capitalista, y b) la tesis de la planificación como «celosa guardiana» de las necesidades del pueblo, que deviene, en ausencia de participación popular, planificación burocrática y garantía del poder burocrático. Aún cuando, en la estela marxiana, Mella produjo análisis más complejos que otros autores de su tiempo sobre las clases medias y el campesinado —más allá de la falsa dicotomía entre «burgueses contra proletarios»—, redujo toda la diversidad social a una estrecha comprensión clasista. Mella visitó la Unión Soviética en 1927, cuando esta vivía ya intensas contradicciones, y graves tragedias, y terminó escribiendo un panegírico culpable de leso candor, como si no hubiese tenido noticias allí más que de un mundo feliz. Tómese en cuenta, solo por el ejemplo, este párrafo: «En la URSS un centenar de nacionalidades libertadas del yugo zarista entran en el pleno desarrollo de todas sus facultades artísticas, a la par que de las económicas y políticas y nos enseñan la contribución que el genio nacional de esos pueblos aporta a la futura y heterogénea civilización internacional socialista».[5] Pero el líder revolucionario cubano murió asesinado por Gerardo Machado sin cumplir los 26 años de vida y apenas pudo dejar, en muchos casos, las intuiciones geniales de quien con bastante probabilidad hubiese alcanzado una síntesis entre José Martí y Antonio Gramsci, entre Rosa Luxemburgo y Augusto César Sandino. Por esto, es importante leer a Mella: para comprender muchas de las «enfermedades infantiles», incluso de lo más avanzado del primer marxismo latinoamericano.
3.- Julio Antonio Mella comprendió lo esencial del marxismo: «la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos». Este es su desideratum: encontrar en la autonomía de la persona, y en la independencia de la organización revolucionaria, el recurso de la libertad. «Si lo producís todo, producid en fin, vuestra liberación y la de todos los oprimidos».[6] Es esencial comprender las magnitud de este aserto de Mella: la tradición preponderante en el socialismo existente hasta hoy ha sido la del «socialismo desde arriba», con el culto permanente al Estado y con la presencia omnisciente de las figuras esclarecidas, y los grandes líderes conductores de masas —lo que fue camuflado por el marxismo soviético con los rótulos del «Estado Popular» y el «papel de la personalidad en la historia». Mella combate la realidad de enajenación política que representa el Estado, en el sentido que tiene en la obra de Marx —estrictamente contrario a la forma en que lo comprendió el Socialismo de Estado— cuando afirma: «¿El Estado? Solamente esos “ciegos” que no pueden ver lo que no les conviene pueden afirmar su libertad, su imparcialidad en la gran guerra social».[7] El joven líder revolucionario comprende que el desarrollo del movimiento socialista, como el «movimiento mismo» de los trabajadores, en paráfrasis de Rosa Luxemburgo, exige al menos tres condiciones: un partido que viabiliza y coordina la lucha, pero que no la «dirige» como una entidad «superior» del movimiento; un aparato estatal que reconozca la asociatividad obrera resultante de la lucha; y el desarrollo expansivo, por independiente, del movimiento socialista. A este socialismo «desde abajo», único factible para sostener la libertad como trama continuada, le es imprescindible defender, siempre, lo que afirma Mella: «proclamar nuestra absoluta independencia de los valores consagrados, de las normas fosilizadas que dan la patente de “revolucionario”, de los maestros que se han atribuido en este siglo veinte, la vanidosa pretensión de ser pastores cuando ya nadie quiere ser rebaño».[8] «En los momentos presentes, quizás mejor que en cualquier otra ocasión, los oprimidos se dan cuenta exacta de esta verdad. Ya están comprendiendo que su emancipación solo podrá ser obra de ellos mismos. No más caudillismo, ora sea militar, civil o intelectual». […]. La masa explotada no se va a liberar ni por las espadas providenciales, ni por los licenciados eruditos, ni por los falsos intelectuales que se dicen profetas…».[9] Mella restituye hoy una pregunta esencial del marxismo: el para quién es la revolución, para quién es el socialismo: entiende que no se trata de liberar a unos para oprimir a otros, sino de liberar a unos como condición para liberar a los demás: a los trabajadores, a los excluidos del trabajo, a los empleados precarios, a los trabajadores informales, pero, en general, para encarar no solo las diferencias producidas por el lugar ocupado en el trabajo, sino todas las diferencias — las desigualdades— producidas por la explotación. Mella recuerda que el marxismo es una filosofía de la justicia: no trata sobre la pobreza, sino sobre las causas de generación de las condiciones de la pobreza: la ausencia de posibilidad de intervenir sobre ellas; como es por igual una filosofía de la libertad: no trata sobre seres más o menos pobres, ni más o menos ricos, sino sobre hombres y mujeres más libres. Por ello, es conveniente leer a Mella: para conservar su vigencia como pensador antimperialista, pero también para estudiarlo como un pensador de la democracia socialista.
4.- La comprensión de Mella sobre el antimperialismo es un núcleo duro de sus hallazgos, pero, en comparación, permanece yacente su pensamiento sobre la práctica democrática de la construcción socialista. Mella apenas usó la expresión «dictadura del proletariado». En ocasiones empleó el término muy contradictorio ideado por Lenin: «dictadura democrática de obreros y campesinos». Mella parece haber preferido la expresión «democracia proletaria», cuyo énfasis en la democracia antes que en la dictadura es evidente. La cuestión de fondo aquí consagrada es esencial: no hay en el marxismo una línea que defienda privar de derechos políticos a las fracciones revolucionarias en pugna —como ni siquiera la hay, en rigor, contra los derechos democráticos de la burguesía: la hegemonía revolucionaria debe resolverse, siempre, en la correlación de fuerzas a través de la construcción política. El diálogo de Mella con el liberalismo democrático es singular: está lejos de condenarlo en masa, y lo califica para distinguir sus usos políticos. En su etapa universitaria, describe al estudiantado de avanzada como «el elemento sano, joven vigoroso y liberal»[10], cuestiona a los «liberales utopistas» que creen en la posibilidad de la libertad en la sociedad actual, pero en abril de 1928, en plena madurez de su pensamiento, se refiere a la subversión que prepara como «necesaria revolución, democrática, liberal y nacionalista»[11]. El programa de la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), organización fundada por los marxistas revolucionarios cubanos en el exilio mexicano y dirigida por Mella, es explícito en su ideario democrático: «abolición del régimen militar despótico hoy existente, y organización de la vida política sobre bases democráticas, garantías para el ejercicio de los derechos de reunión, asociación y libre emisión del pensamiento de palabra y escrito a todos los ciudadanos, sin distinción de clase social, ni credo; abolición de la pena de muerte, reforma del Código Electoral, que facilitase la reorganización de los partidos y la formación de otros nuevos, reforma democrática de la Constitución».[12] En su glosa sobre Martí, Mella explaya su concepción: «¿Qué hubiera dicho y hecho [Martí] ante el avance del imperialismo, ante el control de la vida política y económica por el imperialismo, ante las maniobras de este entre los nacionales, para salvaguardar sus intereses? Hubiera tenido que repetir su segunda estrofa sobre el error, ponerla en práctica: “no hay democracia política donde no hay justicia económica”, hubiera tenido que afirmar».[13] Mella comprende la conquista de un consenso social a favor de las prácticas del socialismo como un proceso que afirma paso a paso en los hechos el contenido de su promesa: «En política y en economía también como “dentro del cascarón de la sociedad actual se va formando la nueva”. Las cooperativas, los sindicatos, los partidos obreros, las escuelas proletarias, los editoriales revolucionarios, etc., son una demostración de la futura democracia proletaria».[14] O sea, deben serlo. Por ello es importante leer a Mella, para rearmar la teoría del socialismo con la necesidad de la «democracia sin fin», esto es, con la democratización permanente de la democracia.
5.- Cuando Mella afirma, con Bakunin y con Marx, que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de sí mismos, entra en conflicto con el marxismo institucionalizado en su época. De esa tesis se desprende la necesidad de la independencia de la organización revolucionaria. Mella fue uno de los dirigentes principales del Partido Comunista de México (PCM) y, enfrentado al ala derecha de ese partido, fue denunciado como joven irresoluto y traidor en materia ideológica —o sea, acusado de trotskista. Sin ser seguidor abierto de Trostky, sostuvo dos grandes focos de tensiones con el PCM: el primero de ellos, alrededor de la cuestión obrera y sindical, y, el segundo, sobre su proyecto de preparar una insurrección armada que desembarcase en Cuba para la lucha armada revolucionaria contra Machado. Junto a Diego Rivera, defendió una política obrera frente al sindicalismo corrupto y entregado de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) que conseguiría de momento triunfar: obtienen de la Internacional Comunista la autorización para el nacimiento de la Confederación Sindical Unitaria de México, auténtica victoria de las bases revolucionarias obreras contra el sindicalismo «amarillo» hegemonizado por Luis N. Morones —a quien el decir popular llamaba Luis «Millones», por su vida de «líder proletario» millonario. No obstante, poco después Mella sería acusado por la derecha del PCM, que pidió su expulsión, del «crimen de trabajar contra la línea del partido» y fue destituido de su puesto en la dirección de ese partido. En esa atmósfera, el PCM negó todo apoyo a la insurrección en Cuba, en el contexto de una política soviética de no fomentar sublevaciones en el patio trasero de los Estados Unidos. Mella suspendió toda colaboración con el Partido y prosiguió con su proyecto, en contra, otra vez, de la teoría tenida por revolucionaria y de la política de la sacrosanta Internacional. En los cientos de páginas escritas por Mella no hay una sola mención a Stalin. Conocía por su viaje a la URSS, y por Andreu Nin durante su estancia en Moscú, y así de primera mano, sobre el conflicto entre Stalin y Trotsky y de los enfoques de la Oposición de Izquierda —que, dentro del bolchevismo y la defensa de la URSS, combatía la política de Stalin. Mella desmintió de modo oficial seguir sus tesis y negó afiliación alguna al trotskismo. Pero la acusación de serlo lo perseguiría tenazmente. Sin embargo, no hace falta rumiar sus textos para reivindicar sus avenencias con el fundador del Ejército Rojo, más allá de las menciones admirativas que le dedica siempre y los guiños a obras de Trostky aparecidos en varios de sus trabajos, pues esa admiración por Trotsky es la que siente, acrecentada, por Lenin: es la militancia en el marxismo revolucionario. De hecho, Mella criticaba con lucidez las deformaciones. Cuando Haya de la Torre intenta un juego malabar: «la emancipación de los latinoamericanos ha de ser obra de los latinoamericanos mismos», el líder cubano comprende que esta parodia cambia el sentido del ideal revolucionario y restituye el sentido: se trata de la emancipación de las naciones y de las personas: de los sujetos oprimidos y de las nacionalidades oprimidas.[15] Ante el colaboracionismo, estrategia y táctica del movimiento sindical mexicano organizado en la CROM, cuya filosofía cabe sintetizar en esta frase de Vicente Lombardo Toledano: «el movimiento obrero debe penetrar hasta en aquellas organizaciones que son instrumentos del capital para conquistar sus mejoras», Mella formula una pregunta que conserva toda vigencia: «¿Quién utiliza a quién?»,[16] para dilucidar el gran dilema de cómo deben relacionarse las organizaciones revolucionarias con el aparato institucional del sistema burgués. El debate sobre este punto alcanza posiciones extremas: desde la solución de desconexión hasta la de integración respecto al stablishment. La postura de Mella parece, en principio, prudente. «Nosotros somos partidarios de trabajar en las organizaciones susceptibles de revolucionarse, en todos los organismos que cuentan con masa obrera y campesina o elementos revolucionarios».[17] Mella recuerda que la estrategia revolucionaria pone condiciones, no férreos límites, que sirve al desarrollo de la práctica y no a la conservación de la «pureza» de la ideología, ese pretexto autoritario. El problema es más grave si el entorno político ofrece ventajas al movimiento sindical, como sucede con el tipo de gobiernos llamados «progresistas», que integran al sistema capitalista las demandas de clase y consiguen con ello desmovilizar las luchas obreras y confundir su perfil. La independencia de clase de la organización es el antídoto de Mella contra el desarme, por cooptación, del movimiento obrero, pero no ha de ser entendido como «sectarismo» de clase. De hecho, Mella se enfrentó a la política de «clase contra clase», preconizada por la Internacional Comunista e imaginó alianzas políticas claves para conseguir éxito en las condiciones del entramado social cubano: «Los comunistas de Cuba, sin fusionarse con el Partido Nacionalista [integrante de la oposición burguesa al dictador Machado], guardando la independencia del movimiento proletario[,] lo apoyarían en una lucha revolucionaria por la emancipación nacional verdadera, si tal lucha se lleva a cabo».[18] Mella no pierde la guía: lo que no se puede hacer es dejar a «la clase obrera aislada o entregada a las otras clases para [que] cuando las condiciones cambien —como ahora está sucediendo en México —, se encuentre huérfana y sin dirección».[19] Por ello, es necesario leer a Mella: para comprender que sin independencia política del Estado, y del sistema institucional, el movimiento socialista se convierte en el mendigo del Rey, sea el rey Sol o el Rey ciudadano.
6.- Mella aporta al marxismo clásico una fortaleza primordial para impugnar el eurocentrismo desde el cual se difundió en las primeras décadas del siglo xx y para permitirle comprender el mundo emergente de la dominación colonial: la idea y la práctica del nacionalismo revolucionario. En época de Mella, aún no se conocían en América Latina todos los textos de Marx sobre Rusia, la India e Irlanda, o de Lenin al abordar el Oriente, que años después permitirían una lectura sobre la interdependencia entre capitalismo y colonialismo y sobre la historia de las formaciones sociales no centrada en el Occidente capitalista como único instrumento del devenir civilizatorio. En tiempos de Mella los obreros «no tenían patria». La patria socialista de los trabajadores, o era el mundo, o era una invención burguesa. Según Mella, esta política se justificaba «por el hecho de que el socialismo es internacionalista y los obreros no tienen por qué luchar por la independencia de su país, sino de su clase nada más. Olvidan que para que la clase obrera se independice hay primero que emanciparse como nación».[20] Mella es quien primero se lanza en Cuba con gran densidad histórica y eficacia política en la reconstrucción, y la recuperación del concepto de patria, dicho con más exactitud del concepto de nación, para el socialismo, cuando para muchos Cuba era un país cuya primera aspiración era convertirse precisamente en nación. Mella recupera la tradición patriótica de las luchas por la independencia nacional del siglo xix y la fusiona con el ideal de la liberación social, en clave de la emancipación de la dominación clasista. Por ello, su lectura sobre Martí es tan original como beligerante: el proyecto no es sustituir «al rico extranjero por el rico nacional».[21] Mella afirma: «Toda Cuba es hoy un Baire. Más, para que el próximo “grito” no pueda ser traicionado, para que sea uno verdaderamente popular y democrático le añadimos el complemento de “Para los trabajadores”. Ya no será ¡Cuba Libre…! para los nuevos tiranos sino para los trabajadores. Quien se diga demócrata, progresista, revolucionario en el verdadero sentido que la respeta: ¡Cuba Libre, para los trabajadores! Esta es la única manera de aplicar los principios del Partido Revolucionario [Cubano, de José Martí] de 1895 a 1928».[22] Con esto, Mella alcanza comprensiones que servirán de base ideológica a las dos revoluciones sociales que Cuba experimentará después de su muerte: la de 1930 y la 1959: «La causa del proletariado es la causa nacional» y «solo la nueva revolución podrá liberar [a Cuba] del colonialismo».[23] Por ello es necesario leer a Mella: por ser un pensador anticolonial, es precursor de los debates de hoy sobre las nacionalidades oprimidas como sujetos de cambio político; por ser un pensador socialista, alcanza la síntesis que explica como cada elemento ha dejado de ser lo que era: el nacionalismo se comunica con el internacionalismo y la patria y la nación dejan de ser un proyecto oligárquico y blanco para convertirse en un proyecto popular y mestizo.
7.- Mella dirigió, desde el movimiento estudiantil, la reforma universitaria en Cuba a partir de 1922 y comprendió que su avance efectivo estaba ligado al devenir de una revolución social. Pasado el primer momento reformista, con reivindicaciones enfocadas hacia el ámbito universitario en particular, Mella afirma: «Lo que caracteriza la Revolución Universitaria es su afán de ser un movimiento social, de compenetrarse con el alma y necesidades de los oprimidos, de salir del lado de la reacción, pasar “la tierra de nadie”, y formar, valiente y noblemente, en las filas de la revolución social, en la vanguardia del proletariado».[24] Su pensamiento sobre la educación tiene una fijación: el monopolio de la cultura usurpa la posibilidad democrática, como su táctica sobre la revolución tiene otra obsesión: impedir que los contenidos de la revolución puedan aislarse unos de otros. Si se aíslan, como cepas de virus, son combatidos con minuciosidad. Si la reforma universitaria no transita hacia la revolución social, termina obteniendo, acaso, algunas ventajas corporativas sin alcanzar lo esencial que buscaba, si la revolución social no pasa por la reforma universitaria, la cultura se incomunica con el futuro. Mella piensa la organización escolar como una dimensión de la democracia y considera imprescindible: a) democratizar el acceso a la escuela, razón desde la cual crea la Universidad Popular José Martí, b) someter la organización escolar a las reglas del funcionamiento democrático que se aspira para la vida del conjunto social, y c) comprender que «la emancipación definitiva de la cultura y de sus instituciones no podrá hacerse sino conjuntamente con la emancipación de los esclavos de la producción moderna»[25], o sea, conjuntamente con la instauración del régimen del trabajo libre. Aquí hay un método para encarar políticas del presente. Mella seguía la costumbre de su época —lo sigue siendo de la nuestra— de valerse de atributos femeninos, como por igual de veladas referencias denigrantes hacia la homosexualidad, cuando polemizaba y buscaba calificar en negativo. Quien quiera reivindicar la dignidad de las diferencias, no encontrará siempre en él a un defensor, pero sí puede percibir una estrategia: la articulación entre las luchas y el flujo entre sus contenidos. Por ello, leer a Mella aporta una clave para enfocar un punto esencial de hoy: el socialismo, sin políticas hacia las diferencias, carece de estrategia para entenderse con la sociedad, pero las políticas de la diferencia, sino se encuentran con el socialismo, carecen de horizonte.
8.- Mella combatió, hasta costarle la vida, contra el sistema, pero también se alzó contra las dominaciones cotidianas —contra el poder del profesor en el sistema escolar, contra su propio padre por pagar salarios bajos a sus empleados—, como vivió también la rebeldía respecto a su propia militancia en organizaciones revolucionarias. Fue uno de los fundadores del Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana, después ocupó su presidencia y a poco se vio forzado a renunciar, acusado de autoritarismo, porque su radicalización y su creciente inmersión en el mundo del sindicalismo revolucionario, encontró fuerte resistencia en el movimiento estudiantil. Por otra parte, fue uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba, y apenas unos meses después de su creación fue separado de él por protagonizar una huelga de hambre de 19 días, que lo llevó al borde de la muerte, sacudió al país, y alcanzó al continente, por la irresponsabilidad de sus actos «individualistas», «inconsultos» y carentes de «solidaridad clasista», según la calificación de su Partido. En ambos casos, Mella supo conservar la dignidad en la derrota. El joven líder consiguió, lejos de negar tres veces su nombre, emerger de esas batallas con las fuerzas de la consecuencia: entender que la disciplina no es sumisión y ser capaz de negociar desde principios sin olvidar que la política es cuestión de millones, como aprendió de Lenin. El revolucionario lo es también frente a las formas de la organización revolucionaria —por ello reconstruye el concepto de disciplina como lealtad—, el revolucionario «negocia» con la realidad, porque comprende el triunfo como la dialéctica entre la construcción de hegemonía y la captura del momento revolucionario: «Lo importante —decía Mella— no es pensar que vamos a realizar la revolución dentro de unos minutos, sino si estamos capacitados para aprovechar el momento histórico cuando éste fatalmente llegue. No es una lotería la revolución: es un pago a plazo fijo aunque ignorado el día exacto. Los rusos bolchevistas (sic), los cubanos del pasado siglo no tenían ninguna organización de masas actuando diariamente. Pero sí las células magníficas de los revolucionarios del momento oportuno».[26] Por eso, es útil leer a Mella: porque se aleja de la tradición blanquista, y de la cultura política del jacobinismo, como grupo conspirador o vanguardia iluminada que hace la revolución y después la distribuye como legado sagrado al pueblo, sino que entiende tanto la necesidad de la acumulación política como la de explotar de modo radical el momento de posibilidad revolucionaria.
9.- Mella comprendió bien la relación entre imperialismo y capitalismo. Usaba la expresión «imperialismo capitalista», para definir el proceso: el imperialismo no califica como un epifenómeno, un hecho secundario que continúa al principal sin influir sobre él, sino de una nueva fase del capitalismo, a la manera de Lenin. Por ello ambos términos son necesarios para explicar cada uno. Así, entrevió con lucidez la subordinación del desarrollo del capitalismo en Cuba al desarrollo del imperialismo en América Latina. Mella afirma: «En toda la América sucede igual. No se sostiene un gobierno sin la voluntad de los Estados Unidos, ya que el apoyo del oro yanqui es más sólido que el voto del pueblo respectivo. Hoy los pueblos no son nada, ya que la sociedad está hecha para ser gobernada por el dólar y no por el ciudadano. Hay que hacer la revolución de los ciudadanos, de los pueblos, contra el dólar»,[27] con palabras de gran resonancia en el discurso latinoamericano contemporáneo, que reivindica la necesidad de revoluciones ciudadanas, enfrentadas a la abolición de la política como cosa pública, a favor de su ejercicio privado —destructivo de la posibilidad de la libertad como hecho individual, social y nacional— a manos de los grandes intereses trasnacionales —o locales trasnacionalizados. Mella localizó los «males de Cuba en la estructura económica» y en la dependencia fatal de «una sola gran industria monopolizada por el capitalismo extranjero».[28] En consecuencia, el programa de Mella, a través de la ANERC, busca diversificar la propiedad y la producción: «el reparto de tierras a los campesinos pobres y a los colonos arruinados con el fin de crear una economía agrícola independiente y nacional».[29] Con este objetivo, patrocinaría «la cooperación en la producción, en la utilización de la maquinaria agrícola y en la venta de los productos» y la creación de un Banco Nacional de Refacción Agrícola, bajo el control de las mismas organizaciones campesinas. En todo momento, Mella refuerza la necesidad del control de los trabajadores sobre el proceso productivo: «participación directa y efectiva de las organizaciones de colonos y obreros en los organismos encargados de regular la producción de azúcar, con el fin de que las medidas que se tomen no se realicen, como ahora, solamente en favor de los grandes intereses azucareros a costa de los intereses del proletariado y del semi-proletariado»,[30] y promueve una legislación adecuada para la formación de una verdadera industria y comercio nacional independiente, a la vez que reclama revisar el Tratado Comercial con los Estados Unidos. La denuncia del imperialismo alcanza así al capitalismo y a la crítica de su visión civilizatoria. Mella se opuso con firmeza a la pena de muerte: «levantemos nuestro grito de protesta ante el terror que se inicia, ante la inútil severidad, ante el crimen cometido en nombre de la ley arcaica y contra los principios de la ciencia nueva».[31] Enfrentó con terquedad la discriminación racial y afirmó el lugar del negro en la sociedad y la historia cubanas, así como prefiguró algunas de las problemáticas que llegaron hasta nuestros días bajo el rótulo del «Quinto Centenario», en lo que respecta al papel de la explotación del indígena en el desarrollo del capitalismo y en lo que alude a la responsabilidad histórica de España con la colonización de América. Mella pensó que la revolución tecnológica por sí misma traería mayores posibilidades para la revolución social —sin analizar de modo más complejo cómo puede servir también para alejarla, como ha sucedido en el mundo capitalista occidental después de la Revolución francesa—, pero con ese criterio también escapa del sostenido desdén, proveniente de una vasta ignorancia y de la regimentación del saber, que mantuvieron muchas izquierdas hacia los desarrollos técnicos de su época. Quería con ello poner al socialismo en el curso de la revolución tecnológica y no a remolque de ella, sabiendo que el socialismo no puede ser la imagen del hombre ignorante del campo que mira embelesado el desarrollo, ajeno e incomprensible, de los seres mitológicos de la ciudad-civilización-capitalismo. Al mismo tiempo, defiende una política socialista del deporte que se opone al criterio de la competición mercantil como aniquilamiento físico del deportista mientras hace culto falsario a la salud del atleta. Por eso es importante leer a Mella, para situar el dominio imperialista en el campo más general, cultural, de la dominación capitalista y entender el mapa de su funcionamiento, y para recolocar los términos de «civilización y barbarie». En contra de la tradición que asocia Occidente y el capitalismo modernizador con la civilización, y a la barbarie con la tradición originaria del continente, Mella afirma que la civilización es el socialismo y su derrota es el triunfo de la barbarie capitalista: «El trabajador comprende cada vez más que entre él y la naturaleza hay un intruso que es preciso quitar de en medio: el capitalista»,[32] escribe con un eco profundo de la estela dejada por José Martí sobre el tema.
11.- Durante mucho tiempo, la responsabilidad por la muerte de Mella se le ha adjudicado al Stalinismo en la figura de Vittorio Vidali, presentado por unos como héroe romántico —el célebre comandante Carlos Contreras en la lucha por la República española—, y por otros como asesino grotesco, implicado, entre otras, en las muertes de Trostky y de Andreu Nin. Según se afirma, Vidali le espetó un día a Mella, fuera de sí: «No lo olvides nunca: de la Internacional se sale de dos maneras, ¡o expulsado o muerto!». Los historiadores Adys Cupull, Froilán González, Rolando Rodríguez, y Cristine Hatzky han aportado las pruebas definitivas sobre el asesinato de Mella. Ellos brindan información exhaustiva sobre la trama implementada por Machado para ejecutarlo después de contratar para el empeño al cubano José Magriñat y tras desembarazarse de varios políticos que, aun en el seno del Machadato, se habían opuesto sucesivamente a negociar la extradición de Mella hacia Cuba, luego a pretender comprarlo por soborno y más aún a asesinarle. Los testigos cubanos de la determinación de Machado de matar a Mella contaron sobre su fría e inflexible resolución para acabar con la vida del líder y acerca de todo el proceso que llevó al desenlace fatal. Sin embargo, ambas versiones explican mejor la vida de Mella que su muerte: lo explican todo sobre su carácter revolucionario. Enemigo de los déspotas de las oligarquías, de los tiranos del capitalismo, y de los fanáticos sepultureros de las revoluciones. Fue asesinado por Machado, pero fue el hijo nunca aceptado por el comunismo soviético. Julio Antonio Mella personifica la imagen del revolucionario verdadero: de quien se ve obligado a ser un rebelde, en palabras de Fernando Martínez Heredia, para poder ser un revolucionario. Pueden citarse muchos errores en su vida, pero es muy difícil encontrar una opción suya que no se situase siempre a la izquierda del espectro tenido por revolucionario. Ser rebelde es la única forma de ser revolucionario. El revolucionario, por serlo, es un hijo bastardo de la cultura oficial de su época, sus ideas son advenedizas para la teoría aceptada, sus tomas de posición resultan siempre incómodas para las burocracias que se proclaman e incluso se imaginan como revolucionarias. Mella fue el hijo «bastardo» que aspiró a un socialismo que, aunque parezca un imposible después de la historia del siglo xx, todavía puede y debe anunciar «con todos y para el bien de todos» como la buena nueva de su triunfo. Su pensamiento nutrió la imaginación de la única revolución socialista triunfante en Occidente, la Revolución cubana de 1959, cuando esta debió ser muy rebelde respecto a la cultura oficial de su tiempo para poder ser una Revolución. Pero Mella no sirve solo para legitimar un pasado glorioso, su pensamiento —y sobre todo su actitud— ha de acompañar la zozobra de los experimentos necesarios a las revoluciones del futuro: estas no lo serán sin hacer naturaleza plena la rebeldía. Por eso, es imprescindible leer a Julio Antonio Mella: por lo mucho que debe andar en América todavía.
La Habana, mayo de 2009
* Introducción a Julio Antonio Mella. Textos escogidos, antología en proceso de edición por Ocean Sur, con selección y prólogo de Julio César Guanche.
[1] «El grito de los mártires». Todos los textos citados pertenecen a Julio Antonio Mella.
[2] «Cuadros de la Unión Soviética».
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] «Mensaje a los compañeros de la Universidad Popular».
[7] «Los estudiantes y la lucha social».
[8] «Nueva ruta a los estudiantes».
[9] Idem.
[10] «Función social de la universidad».
[11] «¿Hacia dónde va Cuba?».
[12] «Nuestro proyecto de programa para unificar al pueblo cubano a una acción inmediata por la restauración de la democracia».
[13] « Glosas al pensamiento de José Martí».
[14] « Los estudiantes y la lucha social».
[15] «¿Qué es el ARPA?».
[16] « Cómo interpreta el laborismo la lucha antiimperialista».
[17] Idem.
[18] «¿Qué es el ARPA?».
[19] A este propósito, Mella también agrega: «El obrero se hace ilusiones creyendo que va a emanciparse dentro de la sociedad capitalista, sin violencias, sin gobierno obrero y campesino, sin socialismo, sin llegar nunca al Comunismo.” «El capitalismo obrero como formula de salvación».
[20] « La V Conferencia Obrera Panamericana».
[21] «Los nuevos libertadores».
[22] « El por qué de nuestro nombre».
[23] «Los nuevos libertadores» y «¿Hacia dónde va Cuba?».
[24] «Los estudiantes y la lucha social».
[25] « El concepto socialista de la reforma universitaria».
[26] «Carta a Sarah Pascual»
[27] «Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre».
[28] «Nuestro proyecto de programa para unificar al pueblo cubano a una acción inmediata por la restauración de la democracia».
[29] Idem.
[30] Idem.
[31] «Los prejuicios del siglo bárbaro. La pena de muerte y los crímenes oficiales».
[32] « El dominio del aire».
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