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El marxismo de Korsch


Adolfo Sánchez Vázquez

Prólogo a la edición de Marxismo y Filosofía, col. El hombre y su tiempo, Ediciones Era, México, 1971. Este es un aporte externo del compañero brasileño Julio (jpetruckio@yahoo.com.br).

Con el presente volumen los lectores de lengua española podrán conocer directamente los trabajos fundamentales de Korsch de la década del 20. Durante largos años estos trabajos no fueron reeditados y apenas ahora comienzan a traducirse a diferentes lenguas. Las razones de que la obra de Korsch haya permanecido tanto tiempo relegada al olvido son fácilmente comprensibles y lo serán aún más para el lector a medida que se adentre en ella. Se encuentran, sobre todo, en la situación vivida por el pensamiento marxista a partir justamente de los inicios de La década del 30, es decir, de los años en que comienzan a tomar cuerpo las aberraciones teóricas y prácticas del stalinismo. El colapso del vivo y polémico pensamiento marxista de los años 20, su sucesivo envaramiento y, finalmente, su ahogo, sellaron por largo tiempo el destino de la obra de Karl Korsch.

Es comprensible, asimismo, que el cambio operado en los últimos años en la situación del pensamiento marxista hiciera volver los ojos, idealizándolos un tanto, hacia los años en que, bajo el impacto de la Revolución de Octubre y de la subsecuente oleada revolucionaria, el marxismo pugnaba por ajustar las ideas al movimiento impetuoso de lo real. A ese mundo de ideas en ebullición e impregnado de un espíritu crítico que no se prosternaba ante ninguna autoridad, responde el trabajo Marxismo y filosofía, de 1923, al que sigue algunos años después, una Anticrítica en la que Korsch se enfrenta con todo denuedo y pasión a sus críticos.

Ahora bien, ¿qué sentido tiene esta vuelta de Korsch a la escena teórica actual, si desechamos una razón puramente histórica, o cierta nostalgia de una época en que el marxismo se presentaba aún con voces disonantes de la crítica no trataba de acallar (textos como Marxismo y filosofía fueron traducidos precisamente al ruso, lengua en la que se le hacían las más severas críticas)? No se trata de nada de eso. El hecho es que Korsch aparece, en nuestros días, una y otra vez, asociados a nombres y actitudes que, independientemente del valor que les atribuyamos, en modo alguno han perdido su fuerza vital. Si Korsch puede merecer hoy nuestra atención no es como objeto de un piadoso recuerdo, o para recrearnos en una aceptación o un rechazo total de sus soluciones, sino porque sus preocupaciones y sus problemas están vivos de uno u otro modo para nosotros. Ciertamente, al acercarnos a Korsch algunos problemas que para el marxismo son vitales se despliegan ante nosotros en toda su agudeza. Pero, antes de presentar a nuestros lectores en qué reside su problemática fundamental y, mostrar con ella, su significado actual, tracemos un breve esbozo de su vida y su obra.

Karl Korsch nace en 1886 en Tostedt, Alemania, en el seno de una familia de la clase media. Estudia derecho, economía y filosofía en Munich, Berlín, Ginebra y Jena. En 1910 se doctora en Derecho en la Universidad de Jena con la tesis titulada “El paso de la prueba en la calificación de la confesión”. Se casa en 1908 y de su matrimonio tiene dos hijas. En los años inmediatamente anteriores a la primera Guerra Mundial, reside en Inglaterra donde entra en contacto con la Sociedad Fabiana. Respondiendo todavía a su formación jurídica, publica en 1913 una Contribución al conocimiento y compresión del derecho inglés.

Al estallar la Guerra Mundial, es movilizado y, con grado de oficial del ejército alemán, toma parte en ella. Esta experiencia histórica y personal influye decisivamente en su vida como en la de tantos otros: la guerra lo lleva a la política. En 1919, el jurista de los años de paz y el combatiente apenas desmovilizado, se convierten en un activo militante político. Ingresa, primero, en las filas del Partido Socialista Alemán Independiente, de orientación centrista, en el que destacan las figuras de dos colosos de la socialdemocracia: Karl Kautsky y Rudolph Hilferding, que habría de adquirir fama como autor de El capital financiero.

Pronto abandona las tibias filas del partido socialista y se incorpora al Partido Comunista Alemán Unificado (VKPD) que surge de la escisión del Partido Socialista en octubre de 1929 y lleva a la unificación de la mayoría del Partido Socialista y del Partido Comunista en el grupo Espartaco, fundado por Rosa Luxemburgo en diciembre de 1920. Así, después de hacer militado junto a Karl Kautsky, lo encontramos al lado de Rosa Luxemburgo que personifica la tendencia opuesta.

Su militancia política de estos años se conjuga con cierta actividad teórica que da lugar a diversos artículos y ensayos como ¿Qué es la socialización?, 1919; La subversión de la ciencia natural por Albert Einstein, 1921; Puntos nodales de la concepción materialista de la historia, 1922 (dirigido contra Kautsky), y Glosas marginales al programa del Partido Obrero, 1922.

1923 es para Korsch un año de intensa y variada actividad: como profesor de derecho en la Universidad de Jena, como ministro comunista de Justicia en Turingia, durante los meses de octubre y noviembre, al calor de los éxitos efímeros de la Revolución Alemana y como diputado comunista del Parlamento de Turingia. En 1923 aparece su famoso trabajo Marxismo y filosofía que habría de convertirse en el centro de las más agudas y opuestas críticas. Este texto ve la luz en la revista de Leipzig Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung que publica asimismo los trabajos de Georg Lukács sobre Moses Hess y Lassalle. 1923 es, finalmente, el año en que aparece la obra de Lukács Historia y conciencia de clase. Desde entonces, el título de este libro y el de Marxismo y filosofía, así como los nombres de sus autores serán asociados por sus críticos más implacables.

La actividad práctica política de Korsch, desde las filas del Partido Comunista Alemán, se prolongará todavía algunos años en el curso de los cuales figura como director de Die Internationale, órgano teórico del partido, diputado del Reichstag y delegado al V Congreso de la III Internacional, que se celebra en Moscú en 1925. Los ataques de que es objeto su libro por Zinóviev en dicho congreso y, particularmente, su actitud frente a la política exterior soviética, que se manifiesta sobre todo en su condena del tratado germano-ruso, conducen a su exclusión del partido en 1926.

Tras de su expulsión, prosigue su labor como diputado hasta 1928 y desarrolla una actividad política de oposición en torno a las revistas Kommunistiche Politik, primero, Der Gegner (El adversario), después. En la primera publica La lucha de la izquierda por la Internacional Comunista y Diez años de lucha de clases en la Rusia de los Soviets; en la segunda, da a conocer sus Tesis sobre Hegel y la revolución. En dichas revistas mantiene una posición ultraizquierdista que, en el terreno práctico militante, llega a su fin en 1928.

Desde entonces se consagra a una actividad teórica sobre cuestiones diversas; en ella destaca su prólogo a una nueva edición alemana del tomo I de El Capital. La llegada de Hitler al poder, le hace abandonar Alemania y trasladarse primero a Dinamarca y más tarde a Inglaterra hasta que en 1936 se instala definitivamente en los Estados Unidos. Aquí publica en 1938 su libro Karl Marx en el que se ocupa de su doctrina como concepción de la sociedad, de la economía política y de la historia.

Las vicisitudes de su vida y su obra no le han apartado de su visión original, aunque ahora insiste sobre todo en la teoría de Marx no como filosofía sino como ciencia social: “En cuanto ciencia materialista del desarrollo contemporáneo de la sociedad burguesa, la teoría marxista es, al mismo tiempo, una guía práctica para el proletariado en su lucha por realizar la sociedad proletaria.” Korsch afirma su fidelidad al pensamiento de Marx, pero destacando lo que, en su juventud, parecía olvidar: su cientificidad. Ciertamente, el tono fogosamente polémico e incisivo de sus trabajos juveniles, queda atrás, aunque permanece en pie aquella aspiración de años lejanos de dinamizar al marxismo, de ponerlo en consonancia con el movimiento de la realidad. Es lo que reafirma ahora al manifestar, quince años después, que su propósito es exponer a Marx saliendo al paso del procedimiento supuestamente “ortodoxo” de citarlo al margen de su tiempo y de las condiciones históricas que hay que tener presentes para su interpretación materialista.

En estos años de alejamiento de la patria, colabora en Living Marxism y otras revistas norteamericanas de izquierda, reviviendo en cierto modo las preocupaciones de antaño en sus artículos La ideología marxista en Rusia, El marxismo y la tarea actual de la lucha de clase del proletariado, La filosofía de Lenin y otros, pero también se interesa por una problemática que en el pasado le era ajena: la filosofía de la ciencia y la logística. Con este motivo, publica en colaboración con Kurt Lewin el texto Matematical Constructs in Psychology and Sociology.

En 1950, vuelve por breve tiempo a Europa para dar algunas conferencias en Alemania y Suiza que constituyen la última expresión de su actividad teórica, pues la práctica hace muchos años que quedó atrás. Al cerrarse el arco de su pensamiento, ¿qué queda de Karl Korsch? Poco del que todavía doce años antes, proclamaba la vitalidad de la teoría de Marx como ciencia social que guía la práctica; muy poco, casi nada, del Korsch que veía en los años 20 emerger vigorosa la teoría de Marx en medio de una pujante praxis revolucionaria. Conocemos el resumen de la conferencia suya pronunciada en Zurich, publicado por Maximilien Rubel por primera vez en 1959 con el título de 10 tesis sobre el marxismo hoy. Marx queda rebajado en importancia, al igualar con él en estatura a los que fueron sus rivales (Blanqui, Proudhon, Bakunin, etc.); el intento (intento, ciertamente, de su obra capital) de restablecer la función originaria del marxismo como teoría de la revolución social se le revela ahora como una utopía “reaccionaria”, etc. Los años de alejamiento del suelo donde vivió la praxis política, la desvinculación total de su teoría de ésta, la subordinación del marxismo en su aplicación práctica a condiciones económicas y políticas inmaduras han acabado por arruinar en el plano teórico lo que, desde hacía ya largos años, en su vida real ya estaba arruinado. Sus tesis finales sobre el marxismo son el eco de un pensamiento ya en ruinas o las ruinas de un pensamiento.

Los hitos fundamentales de la vida de Korsch presentan analogías sorprendentes con los de Lukács hasta el punto de que en una comparación nada forzada podría hablarse de vidas paralelas. Este paralelismo no sólo se da en su actividad teórica al aparecer en 1923 –año crucial para ambos– sendas obras (Historia y conciencia de clase, Marxismo y filosofía) que responden a preocupaciones comunes: salvar lo que ambos coinciden en considerar como el meollo originario de la doctrina de Marx. Se trata de un paralelismo en la vida real misma. En efecto, sacudidos por el tremendo impacto de la primera matanza mundial que los arranca de un quehacer primordialmente teórico, ambos encuentran la razón de sus vidas en la actividad práctica desde las filas del Partido Comunista. Ambos –como ministros– viven dos efímeras y apasionantes experiencias históricas: las revoluciones alemana y húngara.

Deslumbrados por el empuje de una práctica revolucionaria a la ofensiva, ambos comparten posiciones ultraizquierdistas que se resisten a abandonar incluso cuando baja la marea de la revolución, y entran, por ello, en conflicto con los partidos en que militan. Hasta aquí el paralelismo; después, al acercarse la década del 30, sus vidas se separan: Korsch, combatido por su ultraizquierdismo acaba por ser excluido de las filas del partido; Lukács, criticado primero, por el propio Lenin, por sus posiciones izquierdistas y, más tarde, acusado de oportunista por sus famosas “Tesis de Blum”, logra esquivar la exclusión. Lukács responde a sus detractores con una autocrítica; Korsch, con una “anticrítica”. Sin embargo, al cabo de los años, después de su peregrinación por universidades europeas y norteamericanas, la anticrítica de Korsch desemboca en una crítica casi total, en una verdadera abjuración del marxismo, mientras que Lukács, como un nuevo Galileo, que se autocritica por razones tácticas, llega al final de su existencia, reafirmando –en un rejuvenecimiento de su marxismo crítico, originario– lo que en su juventud fue la razón de su vida. Las vidas paralelas se separan totalmente en el último tramo: Korsch muere calladamente, vacío del sí mismo, como el que muere en un valle olvidado; Lukács, el viejo Lukács golpeado durante tantos años por todos, muere pleno de sí, cargado aún de proyectos; discutido, sí incluso con encono, pero entre el reconocimiento general salvo el de algunos pigmeos que aún empuñan la vara de la ortodoxia stalinista.

Pero volvamos a Korsch, no al Korsch en ruinas de sus últimos años, sino al vivo, deslumbrante e incisivo de Marxismo y filosofía.

El problema central para Korsch es el de fijar la verdadera relación del marxismo como filosofía y la realidad. Concebida originariamente como teoría de la revolución social, la doctrina de Marx se ha convertido, por obra de un marxismo ortodoxo, en una teoría “pura” que no conduce a ningún imperativo práctico, aunque sirva para salvar, en definitiva, una práctica reformista. Esta actitud implica una interpretación negativa de las relaciones entre marxismo y filosofía; es decir, una negación del contenido filosófico propio de la doctrina de Marx. En este terreno se encuentran los intelectuales burgueses y, particularmente, los teóricos marxistas de la II Internacional. El marxismo se reduce así a una teoría de la sociedad burguesa que no desemboca necesariamente en una praxis revolucionaria. El marxismo –en su núcleo originario, es decir, como teoría de la revolución social– mantiene un nexo indisoluble entre la teoría e la práctica, pero los marxistas ortodoxos de la II Internacional, al reducirlo a una crítica científica, destruyen ese nexo. Ahora bien, para Korsch, su carácter filosófico y su naturaleza práctica revolucionaria son inseparables, como lo son la teoría y la práctica. De ahí que, a juicio suyo, el olvido del carácter revolucionario práctico (como lo olvida el reformismo) se exprese, a su vez, en el desprecio de los teóricos socialdemócratas por su contenido filosófico y, en general, en el olvido de los principios de la dialéctica. Así, pues, para Korsch restablecer la relación interna entre la teoría y la praxis significa restablecer la verdadera relación entre el marxismo y la filosofía e, indisolublemente con ello, salvar la dialéctica.

El trabajo de Korsch, de 1923, su crítica de la relación negativa de marxismo y filosofía y de la consecuente separación de teoría y praxis va dirigida fundamentalmente contra los marxistas ortodoxos de la socialdemocracia que mantienen, de acuerdo con esa desvinculación, una concepción científica-positivista en el terreno de la teoría y una posición reformista, no revolucionaria, en la práctica. En cuanto a las posiciones de la III Internacional, de una de cuyas secciones más importantes es todavía militante, Korsch reconoce que Lenin, como teórico y práctico, ha recobrado la conciencia de la relación interna que el marxismo revolucionario establece entre la teoría y la praxis (conciencia visible particularmente en el posfacio a El Estado y la revolución, escrito en vísperas de la experiencia revolucionaria de octubre de 1917).

Sin embargo, aunque cautelosamente, apunta ya una crítica que sólo desplegará a tambor batiente en su Anticrítica, unos años después. La empresa de revivir el marxismo original a que se entrega la III Internacional y, de modo particular, Lenin, exige, después de la toma del poder político por el proletariado, el planteamiento de la cuestión fundamental –la cuestión que los teóricos de la socialdemocracia han resuelto negativamente: ¿cuáles son las relaciones entre la filosofía y la revolución? La llamada de atención de Korsch no es todavía tanto una crítica a una situación teórica y práctica ya existente, como la indicación de un vacío –particularmente en el plano teórico– que hay que llenar, restableciendo la verdadera relación entre marxismo y filosofía lo que equivale asimismo –como hemos tenido ocasión de subrayar– a restablecer la relación interna entre teoría y práctica, la coincidencia de la conciencia y de lo real como característica de la dialéctica materialista.

Lo que en el trabajo de 1923 (Marxismo y filosofía) es sólo la indicación de un vacío o apenas el cauteloso embrión de una crítica soterrada, aflora ya sin velo alguno en su Anticrítica posterior. Korsch insiste en su rechazo de la concepción cientifista-positivista del marxismo, característica de la ortodoxia socialdemócrata, pero ahora su atención se desplaza a los teóricos de la III Internacional. La práctica revolucionaria, desarrollada por el marxismo-leninismo, no se encuentra a la misma altura en el plano teórico. El problema de las relaciones entre marxismo y filosofía se plantea ahora no en la forma negativa de la vieja socialdemocracia, ya que el marxismo aparece ahora con un contenido omnicomprensivo, dialéctico-materialista, en el que se acentúa deliberadamente el materialismo a expensas de la dialéctica. La Materia ocupa el lugar del Espíritu hegeliano y la dialéctica se transfiere unilateralmente al objeto. Al imprimir este contenido filosófico al marxismo se mantiene el dualismo de la conciencia y del ser, así como de la teoría y la práctica. La teoría se separa de la práctica, y deja de ser su expresión aunque vuelve a ella para fijarle sus objetivos. A juicio de Korsch, la concepción que Marx tenía de las relaciones entre teoría y praxis deja paso a la oposición abstracta de una “teoría pura que descubre las verdades y de una praxis pura que aplica en la realidad estas verdades al fin descubiertas.”
Así, pues, Korsch se pronuncia contra dos modos de concebir la relación de la filosofía y la realidad que, pese a su oposición en el plano teórico y práctico, coinciden en mantener el dualismo de teoría y praxis.

No es de extrañar que el doble ataque de Korsch a un marxismo que niega la filosofía y a otro que sólo la restablece a un nivel materialista naturalista, “predialéctico e incluso pretrascendental”, fuera seguida ya en 1924, a raíz de la publicación de Marxismo y filosofía, es decir, antes de que en su Anticrítica rechazara abierta y francamente las dos posiciones antes señaladas, de una doble condena. En un caso es la de Wells, presidente del partido socialdemócrata en un Congreso del partido y en el otro, la de Zinóviev, presidente de la III Internacional en el V Congreso Mundial de ésta, seguidos por los teóricos más importantes de ambas corrientes. Las críticas alcanzan asimismo a Lukács y a otros pensadores de Europa Central de aquel tiempo –como Fogarasi que, teniendo como punto de mira el Manual de Bujarin La teoría del materialismo histórico, se habían enfrentado a una concepción cientifista, objetivista, materialista-vulgar del marxismo. Hay que subrayar que en esta línea de pensamiento, en la que se sitúan Korsch y Lukács se encontrará asimismo un poco más tarde el marxista italiano Gramsci con su crítica del Manual de Bujarin.

Pero en 1924 Lukács y Korsch constituyen el blanco principal de los ataques. El 25 de julio de ese año Pravda los tacha de revisionistas e idealistas y les recuerda como postulados filosóficos fundamentales del marxismo la teoría del reflejo y la dialéctica de la naturaleza.

El intento de Korsch de restablecer las relaciones entre marxismo y filosofía y, con ellas, de la teoría y la praxis, desembocaba así en una oposición irreductible entre su interpretación del marxismo, como unidad indisoluble de teoría y praxis, y el marxismo científico-positivista o materialista predialéctico que negaba esa unidad.

Es en este terreno en el que debemos juzgar el significado de la concepción de Korsch, y el grado de vigencia que pueda tener en nuestros días.

La filosofía de Korsch es, en definitiva, una filosofía de la praxis, entendida ésta como afirmación del momento decisivo de la práctica de la cual la teoría sería su expresión consciente. El nexo entre una y otra no sólo es indisoluble, sino además directo e inmediato. Podemos considerar, en este aspecto, su analogía con el pensamiento de Lukács particularmente por la identificación lukacsiana de sujeto y objeto, de la conciencia del proletariado y del movimiento histórico real. Pero en Lukács la unidad de teoría y práctica que es, ciertamente, indisoluble no se da de un modo inmediato. Requiere de un elemento mediador que es para él, de acuerdo con la teoría leninista de la organización, el partido. Es el partido el que ayuda al proletariado a pasar de clase en sí a clase para sí y, de este modo, le permite alcanzar una visión del todo social y actuar de un modo central para transformarlo. Es, pues, el partido el que asegura, con esta mediación, la unidad entre la teoría y la práctica revolucionarias. En vano buscaremos en Korsch la presencia de este elemento mediador; entre la teoría y la praxis la relación es directa; aquélla es la expresión de ésta.

Las limitaciones del pensamiento de Korsch –dejemos por ahora las de Lukács– se encuentran en su propia concepción de las relaciones entre la teoría y la práctica. Es justa su crítica de las concepciones que hacen de la teoría un saber “puro” que no desemboca en imperativos prácticos o un momento aparte que sólo vuelve a la práctica para guiarla, para fijarle sus objetivos, o presentar verdades que deben ser aplicadas prácticamente. La crítica de Korsch de esta nueva forma de teoricismo exigía otra localización de la teoría: en la praxis misma. Ahora bien, para Korsch, el modo de estar la teoría en la praxis es el de la inmediatez: la expresión directa. La teoría es interior con respecto a la praxis. Así pues, Korsch se sitúa en un punto de vista opuesto al de la “exterioridad” de la conciencia de clase que el partido debe introducir, desde fuera, en el movimiento obrero. Como es sabido, ésta es la concepción que pasa de Kautsky a Lenin, convirtiéndose en un elemento clave de la teoría leninista de la organización.

Podría pensarse que Korsch, al oponerse al dualismo de teoría y praxis, que él encuentra en el marxismo de la III Internacional, lo hace precisamente por negar éste el momento de la interioridad de la teoría y, en consecuencia, por su analogía con la concepción cientifista-positivista de la socialdemocracia. Y tal vez podría juzgarse que no le falta razón si tenemos presente que la teoría leninista de la conciencia de clase –“exterior” al movimiento obrero– procede, como reconoce el propio Lenin, del teórico socialdemócrata Kautsky. Sin embargo, a nuestro modo de ver, simplificaríamos demasiado las cosas si viéramos en el modo leninista de concebir la relación conciencia-movimiento obrero, teoría-praxis, un mero calco de la concepción de Kautsky. En efecto, si bien es cierto que Lenin ha señalado la necesidad de inculcar la conciencia socialista desde fuera, no pretende mantener esta conciencia, una vez que el elemento mediador –el partido– existe, como un saber aparte, sino que aspira a que se nutra de la praxis y se integre como un elemento de ella. Con su propia actividad –como teórico político y como político práctico–, Lenin ha dado vida a esta concepción. De este modo, un doble e indisoluble movimiento de interioridad y exterioridad sería propio de la teoría en su relación con la praxis. Que en la aplicación de la teoría leninista de la organización haya dominado el momento de la exterioridad da cierta vigencia a la crítica de Korsch de una concepción de las relaciones entre teoría y práctica que ya apuntaba en los años de Marxismo y filosofía y que, sobre todo, con el uso aberrante del stalinismo, habría de conducir a la consumación total del dualismo de teoría (como saber del Partido; finalmente, de Stalin) y práctica. Prueba asimismo que en la entrada misma de la teoría leninista de la conciencia de clase y de la organización estaba ya dada la posibilidad (no la inevitabilidad) de dicho dualismo, ya que en ella ambos momentos coexisten; bastaba olvidar uno –olvidando así la propia concepción de Marx– para que el otro (el de la exterioridad) se elevará al plano de lo absoluto.

El recurso de Korsch consiste, como ya hemos mostrado, en negar una doble “pureza” de la teoría (como crítica científica sin consecuencias prácticas, en un caso; como saber aparte y guía en otro) para afirmar en cambio su interioridad, su carácter expresivo. Con ello, la teoría pierde su “pureza” y se integra en la práctica como un elemento interno de ella. Sin embargo, Korsch no logra reivindicar la verdadera función práctica de la teoría (Tesis [IX] sobre Feuerbach, de Marx), ya que ella no sólo expresa o refleja la praxis (aspecto fundamental, subrayado por Korsch) sino que la esclarece y, de este modo contribuye a transformar lo real (aspecto cognoscitivo que palidece en Korsch). La teoría no es sólo lenguaje de la práctica o espejo en el que podemos contemplar su rostro; es asimismo un indicador en medio de la marea que apunta a tierras inexplorables de la unidad de la teoría y la práctica.

Todo el texto de Korsch tiende a rechazar la relación entre marxismo y filosofía, o entre marxismo y realidad, como una relación de teoría y práctica que niegue el momento de la interioridad. De ahí su hincapié en el carácter inmediato, directo o expresivo de esa relación. Pero este carácter expresivo se transparenta sobre todo en una práctica revolucionaria ya constituida o en movimiento y no en una práctica que hay que promover o constituir. Por eso se explica la aparición de Marxismo y filosofía en 1923, es decir, en un momento en que la práctica revolucionaria constituida en octubre de 1917 y puesta en movimiento en Europa central parece avanzar como “prólogo de la Revolución Mundial” (Lenin). Pese a las dificultades asombrosas con que tropiezan los bolcheviques en esos años y a los altibajos de la marea revolucionaria, Korsch –como Lukács y, en general, los ultraizquierdistas europeos– creen que, efectivamente, se está escribiendo el prólogo de la revolución mundial. Pero pronto cae el telón; la perspectiva revolucionaria mundial se aleja para reducirse, en medio de la relativa estabilización del capitalismo, a la “construcción del socialismo en un solo país”.

Marxismo y filosofía responde a este momento de auge revolucionario. La teoría se ve en Korsch como expresión inmediata de la praxis; en una situación de este género el momento de la interioridad oscurece a su opuesto. Es la hora del ultraizquierdismo. Pero esta hora pasa; la propia práctica, con su reflujo, demostrará que las manecillas del reloj no pueden estar paradas en el mismo punto; dicho en otros términos, la teoría no puede aferrarse a su función expresiva. Va a surgir la necesidad –impuesta por la propia realidad– de que vuelva sobre el curso de lo real, lo analice y desentrañe, para insertarse más profundamente en la práctica misma.

Cuando Korsch escribe más tarde su Anticrítica la realidad no es la misma de hace unos años. En la medida en que él se han ido alejando las perspectivas que se acariciaban en los años 20, el precio pagado por la construcción del socialismo incluye la elevación de la teoría como saber “puro” y de la organización como destacamento aparte al plano de lo absoluto. Es entonces cuando el marxismo de Korsch revela su doble faz: su debilidad y su fuerza. Debilidad: porque –contra lo que él sostiene– la teoría no puede ser simplemente expresión directa, sino que tiene que destacarse de la praxis para volver a establecer una relación interna más profunda con ella. Fuerza: porque –de acuerdo con él– la teoría no puede ser, ciertamente, un saber “puro” ni la organización un destacamento aparte, aunque esta concepción de la pura exterioridad de la conciencia y del partido haya predominado teórica y prácticamente, sobre todo después de escribirse la Anticrítica.

Los textos de Korsch no han perdido su validez en nuestros días, justamente porque en ellos se reafirman con trazos no menos vigorosos, su debilidad y su fuerza. Los límites con que tropezó su concepción hace cinco o cuatro décadas son los mismos con que tropieza hoy: hacer de la teoría la expresión directa e inmediata de la práctica revolucionaria. Pero la crítica de Korsch conserva, asimismo, su sentido y su acento, aunque ya estén lejanos los días del reformismo y positivismo de la vieja socialdemocracia, y aunque el stalinismo haya perdido la preeminencia que tuvo hasta hace unos años; su crítica vale como una advertencia constante contra toda tendencia a la exterioridad absoluta en las relaciones entre la teoría y la práctica, ya sea que ésta se presente en forma de una burocratización de las vanguardias que haga del marxismo una ciencia aparte y absoluta que a la práctica sólo toca aplicar.


México, D. F., noviembre de 1971.