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El ejercicio de pensar



x Yailin Orta Rivera La Haine

Entrevista a Fernando Martínez Heredia

«Todos los días hay que volver a ganar, probablemente, las batallas que creímos haber ganado. No podemos retroceder frente a la colonización mental que ejerce el capitalismo. Hay que participar en la aventura del pensamiento desde el ejercicio de la militancia revolucionaria y el pensar con cabeza propia, y servir al cambio de las personas y las relaciones sociales con un sentido liberador».

Quien lo sostiene es Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional cubano de Ciencias Sociales, un intelectual que ha volcado todo su conocimiento en los procesos históricos, los problemas de la sociedad y la política y el pensamiento revolucionario; que ha investigado una y otra vez frente a cada uno de los desafíos de su país, buscando más allá de lo contingente.

Con la complicidad de varios amigos llegamos a este diálogo una tarde aún cercana, en el Instituto Cubano de Investigaciones Culturales Juan Marinello, donde se desempeña, a propósito de la reciente publicación de El ejercicio de pensar, que resume la profundidad y riqueza de su pensamiento.

El título del volumen lo tomó del último de los textos —en orden de compilación— y coincide en ser el primero de los artículos que publicó, inspirado en el discurso que Fidel pronunció en septiembre de 1966 en el Congreso de la CTC y en cierto número de dificultades que existían en ese momento.

Después de rebasar las primeras líneas se comienza a experimentar una sensación poco común. Y todo porque los capítulos que le dan cuerpo y sentido a esta obra, no solo justifican con su contenido el título, sino que conducen a un recorrido ajustado al pasado, presente y futuro de la nación.

—En este libro usted aborda varios rasgos del dogmatismo. ¿De cuáles tendría que liberarse siempre el pensamiento en la creación del proyecto socialista?

—En realidad lo que me propuse fue hacer una síntesis y ofrecer alguna ayuda a los estudiosos. Lo hice no solo con la intención de que se combata mejor el dogmatismo, sino para que se comprenda y liquide a fondo, y no renazca una y otra vez.

«La pretensión de poseer todas las preguntas permitidas y todas las respuestas infalibles es el primer rasgo del que tienen que liberarse los aquejados por estos prejuicios. Si lo mantenemos como regla no es posible el ejercicio de pensar. Cuando solo las preguntas permitidas son las preguntas, y tiene que haber ausencia de sospecha de error en las respuestas, se liquida o suicida el pensamiento.

«El segundo aspecto es creer que lo existente no es solo lo que existe, sino lo legítimo. No hay alternativas y es lo mejor. Esta mirada en un proyecto como el nuestro nos privaría de capacidad para resolver los problemas, cuando la riqueza mayor que tiene la Isla es su gente. A lo mejor nuestro país no ha sido capaz de tener una siderurgia estupenda o hacer complementarias las ramas de la producción agrícola e industrial, pero lo que sí ha conseguido es desarrollar las potencialidades de su población a escala mundial.

«Otro matiz que se debe evadir es ser inútil dentro del mundo del pensamiento y crear confusión y resignación»

«Cuba ha hecho una enorme y sistemática inversión económica en la preparación de su potencial humano. Eso es lo que nos permite, por increíble que resulte, concebir una campaña de salud y cinco minutos después desarrollarla, porque nuestra población es capaz de asimilarla. Por esta razón también tenemos la posibilidad de que decenas de miles de cubanos presten un servicio internacionalista como profesionales de altísimo nivel. A esa fortuna verdadera no le podemos quitar la maravilla de pensar, porque nos privaríamos de su riqueza mayor.

«Otro matiz que se debe evadir es ser inútil dentro del mundo del pensamiento y crear confusión y resignación. Hay quienes prefieren mantener el desconcierto, o evitar las iniciativas y validar el conformismo. Esto es ajeno y opuesto a la actitud revolucionaria.

«Si se afirma que a eso se reduce el verdadero pensamiento revolucionario, se impone una norma funesta: lo más valorado es la palabra estéril y el páramo».

«El alcance de nuestras ideas y acciones no puede ser pequeño ni mezquino, porque estamos obligados a enfrentar y vencer a la cultura del capitalismo»

—¿Con qué otros preceptos estaríamos coronando el dogmatismo?

—Si atribuimos a todo pensamiento corrección o maldad. En este caso desaparece la posibilidad de pensar, porque lo normal es que se llegue a aciertos o errores; es el camino que hace avanzar.


«Esta conducta atenta contra el centro espiritual de nuestro proyecto, la creación de actitudes y valores diferentes y superiores a los del capitalismo, que concurran en la formación de personas nuevas.

«El dogmatismo se caracteriza también por atribuir significados previos y denominaciones fijas a todo lo que considera de interés.

«Satanizar el conocimiento de todo lo que se considere perjudicial o maligno es otra de las expresiones del dogmatismo.

«Hay que abolir dos posiciones erróneas: negar el derecho a otros a expresar sus criterios y creerse dueños de las ideas.

—¿Cuáles otras posturas del pensamiento favorecen la permanencia de las relaciones sociales y la moral de la sociedad que nosotros queremos abolir y superar?

—Si aherrojamos las capacidades superiores de los seres humanos, los estamos condenando a permanecer dentro de la cultura de la sociedad del capitalismo, y en parte dentro de la de sociedades de dominación previas a él. Solo las personas que aprenden a ejercer la libertad y la justicia pueden cambiarse a sí mismos y a la sociedad. Sin sentimientos y pensamientos que sean superiores a las condiciones de existencia, no habrá socialismo.

«Las estructuras dogmáticas del pensamiento fomentan conductas esquizofrénicas. Las personas condenan en la vida pública lo que se espera que condenen, mientras en la vida privada piensan y actúan de manera contraria.

«El alcance de nuestras ideas y acciones no puede ser pequeño ni mezquino, porque estamos obligados a enfrentar y vencer a la cultura del capitalismo, la más abarcadora, fuerte y capaz de atraer o confundir que ha existido a escala mundial.

Frente a la situación crítica a la que lo lleva su naturaleza actual —parasitaria y cobradora de tributos, excluyente de gran parte de la población mundial, criminal y destructora del planeta—, el capitalismo saca un inmenso provecho a esa cultura y a su capacidad de reformular su hegemonía. Con estas le hace una formidable guerra cultural a todos los pueblos —incluido el nuestro—, con el objetivo de lograr un control efectivo sobre nuestros horizontes de vida cotidiana, de realización personal y de convivencia ciudadana.

«El capitalismo busca y encuentra los modos de rearticularse. En la época en que yo nací, en los Estados Unidos los negros no podían subir al mismo ómnibus que los blancos. Cuando yo era un joven, en plena guerra de Vietnam y de un poderoso movimiento por los derechos civiles de los negros, ellos comenzaron a aceptar que aparecieran dos negros y cinco blancos en los anuncios de camisas. Hoy nos podemos encontrar en la trama de muchas películas que el negro es oficial de la Policía y nunca es corrupto. El mensaje cultural de los imperialistas se modifica una y otra vez, incluso para convertir lo que un día fue símbolo de rebeldía en uno de los elementos que aseguren la dominación.

«Es una pelea muy compleja la nuestra, con el capitalismo a pocos pasos, en la que necesitamos mucha inteligencia, creatividad, conciencia política, audacia, junto a una extremada firmeza y defensa de los principios socialistas. Pero no puede ser una pelea de riposta: lo central es lo que seamos capaces de construir aquí, con las fuerzas que sí tenemos y con nuestro proyecto de liberación».

—¿Qué precisamos para enfrentar esa guerra cultural que se nos hace?

—Hay un conjunto de cuestiones que se escapan de nuestras posibilidades, como ciertos desarrollos tecnológicos o el control del mercado internacional. Pero sobre el terreno del cual estamos hablando, los objetivos fundamentales son alcanzables. Está clara la urgencia y la necesidad de producir más alimentos y otros rubros principales, fortalecer las estructuras económicas y las relaciones sociales a través de las cuales se construyen. Pero sería un error creer que el socialismo vencerá y estará asegurado si nuestra productividad trata de ser mayor que la de los capitalistas desarrollados. Ese triunfo dependerá del desarrollo de una cultura socialista, que tiene que ser superior y diferente, y no solamente opuesta al capitalismo.

«Solo las personas que aprenden a ejercer la libertad y la justicia pueden cambiarse a sí mismos y a la sociedad»

«Fidel insistía en noviembre de 2005 en algo que había dicho mucho antes, en un discurso hace como 15 años durante una inauguración de la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuando sostuvo que en este país nunca volverá a mandar una nueva clase de ricos. El reto está planteado de mil modos. Uno es el de comprender que la sociedad cubana, que ha hecho una apuesta tan colosal hacia el futuro, que ha logrado resistir y avanzar tanto, no puede repetir la separación entre las élites y la mayoría de la población en el consumo de los productos culturales e intelectuales, que caracteriza a las sociedades capitalistas.

«En los primeros 30 años de Revolución, Cuba logró modificar la actitud de las personas entre sí y disminuir mucho los niveles de violencia. La tristeza de saber que los niños lloraban de hambre y morían de cualquier cosa también se abolió. Y a pesar de la terrible crisis económica y deterioro del socialismo, no perdimos esos ni otros muchos logros ¿Por qué? Porque los ganamos entre todos y los sembramos bien.

«Todos los días hay que volver a ganar, probablemente, las batallas que creímos haber ganado»

«También había cambiado profundamente la actitud de los cubanos ante el consumo durante aquellas décadas, siendo Cuba un país tan occidental como el que más; lo último en música en Estados Unidos aquí se conoce una semana después. El cubano asumió que en el mundo había muchísimos objetos que podían ser hermosos y muy apetecibles, pero que no eran para él, sencillamente porque aspiraba a otras cosas y a otro tipo de bienestar, porque otras eran sus motivaciones. Esa maravilla la hemos perdido de cierta manera en esta última etapa, y es preciso reconquistarla de un modo nuevo.

«El socialismo tiene que acumular fuerzas culturales suficientes a su favor, eficaces y atractivas en la lucha contra el capitalismo, y sobre todo en el combate por la transformación de las personas, las relaciones interpersonales y sociales, y la naturaleza y las funciones de sus propias instituciones.

«Debemos también apoderarnos de nuestra historia, investigar sus logros, sus errores, sus aciertos y sus caídas, y convertir el conjunto en fuerza para desafiar los problemas actuales y hacer más ambicioso nuestro proyecto de emancipación nacional».

—Cuba está superando la tremenda crisis de los años 90. Desde su percepción, ¿cuánto pueden afectar su rumbo actual las secuelas que deja esa etapa?

—Creo que los grandes riesgos que corrió la Revolución en sus primeros cinco años de vida fueron mayores que los sufridos en la primera mitad de los 90, pero el momento era otro. Estaba todo comenzando y quedaba casi todo por hacer, por defender y por satisfacer.
«Cuando sobrevino la crisis, la mayoría de aquellas cuestiones estaban resueltas. La Revolución había pensado, creado y reorganizado su propio mundo. Diría que estábamos en un estado de bienestar socialista, aunque lo cierto es que se estaban acumulando también nuevos problemas y deficiencias. Pero llegó la última década del siglo, y se desplomaron la economía, los servicios, la calidad de la vida y el prestigio mundial del socialismo, con la caída de su supuesto baluarte, la Unión Soviética y los regímenes europeos que se llamaban socialistas.

«En esos años se derrumbó la seguridad de que había un punto de llegada factible y que incluso no estaba lejos. Se desmoronó un grupo de certezas. Fue tanto el estrago, que restaurar todo hubiera sido demasiado difícil. Una variante fructífera fue recuperar unas cosas y cambiar otras. Así se comenzó a rebasar la crisis, pero aparecieron nuevas complejidades.

«Las tensiones aumentaron, porque junto a las carencias y escaseces crecían las expectativas de la población. El salto descomunal de la educación en el curso de una sola generación propició ese auge de necesidades y deseos. Fue imprescindible apelar a otros instrumentos, motivaciones, tipos de actividad, metas...

«El socialismo tiene que acumular fuerzas culturales suficientes a su favor, eficaces y atractivas en la lucha contra el capitalismo»

«El país se vio obligado a replegarse sobre sí mismo y echar mano a sus recursos y fortalezas, posponiendo más de una vez la valoración de los medios y arbitrios que se utilizaban. Pero Cuba pasó la gran prueba y sobrevivió, y en la segunda mitad de los 90 organizó la viabilidad de su vida material y su reproducción económica. La vida social experimentó profundos cambios. La política social de la Revolución fue priorizada y salvada, como la soberanía nacional y las instituciones y relaciones fundamentales. Pero muchos rasgos de la manera de vivir que habíamos tenido se deterioraron en mayor o menor grado, crecieron las desigualdades entre grupos de la población, descendió el peso del trabajo asalariado y la doble moneda distorsionó innumerables campos.

«Es imprescindible organizar cada vez mejor la producción, darle al trabajo un papel central y perseguir la autosuficiencia alimentaria, entre otras tareas»
«No es posible detallar en este espacio los elementos que estimo principales de los últimos 16 años —lo he tratado de hacer en un conjunto de escritos—, pero entiendo que el peso negativo acumulado sigue en pie, al mismo tiempo que el país ha seguido fortaleciendo su sistema y su capacidad de responder a las diversas coyunturas de su transición socialista desde una posición revolucionaria. Por lo demás, se libra una sorda lucha entre los valores del socialismo y los que solo encontrarían satisfacción en un regreso al capitalismo.

«También tenemos muy buenas variables externas a nuestro favor, sobre todo una América Latina, que ha echado a andar, con varios poderes populares que tratan de construir nuevas sociedades con vocación de creación del socialismo. El campo se amplía velozmente en la región, a través de alianzas y de órganos de integración, que tienen un signo común de inmenso valor: la autonomía frente a los Estados Unidos, la defensa de los recursos naturales y de la soberanía nacional, y la disposición a que las políticas públicas tengan como horizonte un real compromiso con el bienestar de las mayorías. Cuba está participando en ese proceso, con aportes sumamente importantes y su inmenso prestigio, y los nexos que contrae y desarrolla favorecen su capacidad de defender y profundizar el rumbo socialista.

«Pero aún queda un camino inmenso por recorrer internamente. Hay que seguir movilizando recursos humanos y materiales en acciones sistémicas dirigidas contra las desigualdades que se crearon y a favor de aumentar las oportunidades de los grupos sociales más afectados. Es imprescindible organizar cada vez mejor la producción, darle al trabajo un papel central y perseguir la autosuficiencia alimentaria, entre otras tareas. Y poner en el orden del día formas efectivas de participación que multipliquen la acción política de la población y la fuerza del proceso. Sin olvidar nunca que rige para esas tareas la constante de medio siglo: el bloqueo imperialista, la pugna entre capitalismo y socialismo, y el férreo peso del subdesarrollo».

—¿Cuán imprescindible deberá seguir siendo el ejercicio de pensar en una Revolución que, desde hace 50 años, lanzó a los cubanos al centro de la aventura de la liberación de las personas y las relaciones humanas?

—Muy bien lo de aventura; de eso se trata. Los que creían saber mucho le negaron a la insurrección de los años 50 la posibilidad de ser y de vencer. Hace 45 años, el Che tuvo que rebatir la idea de algunos expertos, de que Cuba no podría ser socialista, porque sus fuerzas productivas no tenían suficiente desarrollo. Hace 15 años, gente sabia llegó a la conclusión de que Cuba socialista no tenía ningún futuro, al faltarle la URSS; los buenos lo dijeron con dolor, los otros con entusiasmo.

«No me parece acertado sacar de mis ejemplos la conclusión apresurada de que no vale la pena el pensamiento, si se equivoca tanto en cuestiones tan importantes. Pensemos por un momento en el pensamiento que se les opuso en cada caso, en la soledad, en desventaja o a contracorriente. Esos pensamientos salvaron al ejercicio de pensar, porque no tuvieron temor a su debilidad, sus circunstancias y sus adversarios, a no saber si la historia les daría o no la razón. Cada uno tuvo que ser crítico y ser creativo; no pudo copiar. Cada uno prefiguró a la actuación revolucionaria, y a la vez fue hijo de ella.

«La aventura no termina, continúa, le falta bastante camino por recorrer. Y al pensamiento en ella, prefigurando a la actuación, al mismo tiempo que hijo de ella».

Juventud Rebelde