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Crisis económica o crisis de una civilización


José Luis Redondo/ Trasversales

Estamos ante una crisis que puede parecerse a una de las habituales cíclicas del sistema capitalista, pero que puede ser sobre todo un mensaje que nos llega desde el futuro.

Una crisis que comienza con el hundimiento de las hipotecas basura en Estados Unidos, con sus efectos sobre los bancos de todo el mundo y la paralización de los préstamos.

Una crisis que comienza en el sistema financiero y que muestra que éste vive al borde del abismo. La gente pide préstamos, los recibe sin garantías y se venden posteriormente en escalada entre diferentes entidades financieras. Nadie controla el proceso y cuando los préstamos dejan de devolverse el sistema entra en colapso.

Además, el sistema es opaco, nadie sabe actualmente cuál es el nivel de endeudamiento de los bancos; en consecuencia, todos desconfían entre sí.

Hay que añadir que la globalización extiende la crisis y deja de haber dinero disponible. Paradójicamente, la crisis se manifiesta como recesión en la Unión Europea y no en el país de origen.

Estamos no sólo ante la hipertrofia del sistema financiero sobre la economía real, sino más bien ante una economía especulativa y delincuente, que tiene que derrumbarse periódicamente.

Las respuestas que se dan son parches atendiendo exclusivamente a la coyuntura, con intervención del Estado norteamericano (¿dónde queda la cantinela liberal?). No se propone el control de la especulación que reina sin medida, aunque es posible que con la salida de la crisis se creen mecanismos de control más adecuados. La reunión de los bancos nacionales más importantes es una señal de que se necesita alguna gobernación de la economía mundial.

Siendo importante la crisis financiera, y, aunque diversa, sintomática de las crisis cíclicas del capitalismo, creo que puede ser mucho más decisiva la crisis ecológica.

La subida de los precios de las materias primas, fundamentalmente del petróleo, es el síntoma del final de una era. Desde el 2006 han subido los alimentos un 65%, con tasas mayores la soja, el trigo y el arroz. El petróleo ha subido un 400% en cuatro años. Pese a factores coyunturales, que pueden hacer bajar al petróleo algo ante las restricciones del consumo, está anunciando los límites que ya se están manifestando a la explotación desenfrenada del planeta. Aquí el petróleo es el factor decisivo, la civilización actual se basa en el consumo de energía y el petróleo es su fuente principal. La incorporación a este consumo de las multitudes de los países en crecimiento como China y la India ha hecho subir los precios a toda velocidad, es el paso de la bicicleta al coche. Esta subida está relacionada con la mayor dificultad de extracción, el aumento del consumo no es compensado por el descubrimiento de nuevos yacimientos, estamos vislumbrando el agotamiento de la fuente de energía de la civilización actual. Sin duda, se intentará retrasar el final, explotando yacimientos a gran profundidad marina, en Alaska o en el mismo círculo polar ártico, pero los expertos piensan que no hay reservas para más de 20 ó 30 años con el consumo energético actual.

La subida del petróleo incide en el de otras materias primas como los cereales, que también se debe a que más gente quiere comer y come más carne, ya es sabido que la producción de carne precisa una cantidad mucho mayor de cereales. Vemos un aspecto malthusiano de la crisis: mayor crecimiento demográfico y del consumo alimenticio que el de la producción de alimentos. En este sentido se cree que la explotación más racional de la tierra puede alimentar de 10.000 a 15.000 millones de personas. Los 6.700 millones actuales pueden convertirse en nueve o diez mil millones hacia 2050, eso está en los límites de lo posible.

Esta crisis alimentaria es más seria que la de las hipotecas basura, la gente no pierde su casa sino que se muere de hambre. Países que han abandonado la agricultura de subsistencia para producir para el mercado mundial, no pueden comprar en éste los alimentos ante la subida de los precios. En esta subida también incide la producción de biocarburantes a partir del maíz y otros alimentos, así como la especulación en las bolsas de alimentos.

La situación nos señala un peligro de fondo. El sistema tecnológico occidental, que se extiende por todo el mundo, no es sostenible. No puede mantenerse un consumo cada vez más ávido de energía, un transporte siempre en aumento y basado en derivados del petróleo, una deslocalización en la producción de mercancías que no tiene en cuenta el coste real de agotamiento del petróleo y de otras materias primas. No puede comerse en todo el mundo la dieta carnívora que se consume en Occidente. Naturalmente, todos las poblaciones quieren consumir como en el modelo que se les propone, el occidental.

Esta crisis debería suponer una gran llamada de alarma para toda la humanidad. Ya se hace tarde para hacer girar la producción y el transporte hacia un menor consumo energético por producto y hacia las energías renovables. Es risible, si no fuera trágico, el empeño en abrir el debate de la energía nuclear, como si el uranio no fuera escaso y los residuos radiactivos no duraran mucho más que la propia existencia de la civilización. Todos los estudios responsables muestran que ni una creación masiva de centrales nucleares puede compensar el hundimiento de la producción petrolífera, y esto sin contar la falta de rentabilidad de éstas si asumen los gastos de seguridad y la conservación de los residuos. Otra solución, como la energía de fusión, se encuentra en un nivel experimental. Se estima que si se llegan a solucionar todos los problemas, no pasarán menos de 50 años hasta que produzca energía eléctrica industrialmente.

Desgraciadamente, la producción de energía a través de las renovables no puede compensar actualmente el declive del petróleo. Estamos ante la evidencia de la imposibilidad de una civilización con un crecimiento continuo del consumo energético.

Se hace necesaria una revisión de lo global y lo local, tanto en la producción de alimentos como en la de otros productos.

Es necesario revisar el dogma del crecimiento económico basado en un aumento continuo del consumo. El objetivo debería ser mayor reparto de trabajo, más consumos cualitativos, culturales y sociales y menos mercancías.

No parece, sin embargo, que se oigan muchas voces en este sentido, no desde luego de los políticos que, como Zapatero, llaman a consumir más, ni de los economistas, ni de los intelectuales. Si lo que se precisa es mucho más que un cambio en la economía, si es un cambio del modelo tecnológico de nuestra civilización, hay que convencer a la opinión pública de la necesidad de este cambio. Hay que diseñar procesos concretos para el cambio antes de que la situación sea catastrófica para la humanidad.

Debemos de tener en cuenta que el sistema capitalista mundial es ciego y el automatismo de su funcionamiento parece conducirnos al desastre. Sólo la actuación consecuente de los ciudadanos puede corregir este camino.