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La crisis financiera: raíces, razones, perspectivas


Rémy Herrera y Paulo Nakatani www.observatoriocrisis.org

La crisis financiera actual ha sido anunciada desde hace tiempo por muchos economistas marxistas o no, pues las condiciones fueron creadas desde la aceleración del movimiento de desregulación de los mercados monetarios y financieros. No es posible determinar con precisión cuándo comenzó, pero sí estamos seguros de que primero afectó a México en 1994 –en el momento de su integración al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica-, después a los países “emergentes” de Asia (Corea del Sur, Tailandia, Malasia…), Rusia y Brasil en 1997-98, y finalmente a Argentina en el 2001. Si las perturbaciones actualmente observadas en el sector inmobiliario de Estados Unidos tuvieron su propia dinámica de burbuja autónoma, deben ser interpretadas además como la continuación de los problemas no resueltos en el momento de la implosión en el 2001 de la burbuja de la “nueva economía”, cuya repercusión fue múltiple y a escala mundial.

El 9 de agosto de 2007, el Banco Central Europeo decidió conceder nuevos créditos al sistema bancario por un monto de $30 mil millones. La Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) hizo lo mismo con $24 mil millones, seguido por el Banco de Japón con $8,4 mil millones. El objetivo de estas intervenciones que sobrepasarían finalmente los $ 350 mil millones en cinco días – era evitar una penuria de liquidez y detener la caída de los precios bursátiles, significativa después de la suspensión de la actividad de muchos fondos especulativos del BNP Paribas (banco francés) usados en inmobiliarios. Durante el segundo semestre del año, los mercados financieros se mantuvieron muy volátiles en cada anuncio de pérdida registrada por los grandes bancos estadounidenses, como el Citigroup o Morgan and Stanley, al tiempo que el Banco de Inglaterra sacaba a flote al Northern Rock el cual enfrentaba una “avalancha bancaria” –la primera en un país del Norte desde hacía cerca de un año, antes de nacionalizarla en febrero de 2008.

El 21 de enero de 2008, fue otro día de pánico para las finanzas en el mundo, justo después del descubrimiento de un fraude record en la Sociedad General, (otro Banco francés). Las bolsas habían descendido: -7,2% en Frankfort, -6,6% en São Paulo, -6,3% en Paris, -5,5% en Londres, -5,4% en México, -5,1% en Shanghai, -3,9% en Tokyo… El próximo día, la Fed reducía de una manera muy agresiva su tasa de interés (prime rate) de 4,25% a 3,50%, y luego a 3,0%. Los planes de rescate desarrollados por los consejeros del presidente George W. Bush no eran propicios: uno se proponía ayudar a los hogares en dificultades a rembolsar sus créditos inmobiliarios, pero aún así era muy limitado; el otro estaba dirigido a transferir una parte de los impuestos, pero solo concernía por definición las rentas suficientemente elevadas… La crisis inevitablemente se extendía.

Los orígenes profundos de la Crisis: capital ficticio, Estado, empresas y sobre acumulación del capital dinero

La crisis económica es un modo de funcionamiento normal del sistema capitalista, aún cuando, en cada período histórico, sus factores de desarrollo y mecanismos puedan cambiar. Desde el desmantelamiento del cuadro de Bretton Woods, el sistema de crédito a sufrido cambios considerables, con una notable creación de productos financieros derivados, (los cuales pueden derivar otros títulos de créditos o de contratos sobre los precios futuros de activos). La desregulación e integración de bolsas y bancos en el seno del mercado globalizado han desplazado el centro de gravedad del poder hacia las grandes finanzas, cuyos diktats se impusieron sobre la lógica económica. El sistema de crédito que comprende no sólo a los bancos sino también a las bolsas, las compañías de seguros, los fondos de pensión, los fondos de inversión especulativa (hedge funds) y otras instituciones de la misma naturaleza, constituyen el lugar de creación del “capital ficticio” –el Estado y las empresas son los dos extremos de la cadena. Marx, en el volumen III del Capital, identificó en el capital bancario, las acciones de la bolsa y las deudas públicas como principales formas adquiridas por el capital ficticio. Hoy, conviene adicionar los productos derivados y contratos sobre la tasa de cambio, tasa de interés, precios bursátiles… Estos títulos tienen como origen la sobre acumulación de capital de dinero de los años 1960-70, y por supuesto los eurodólares y petrodólares sobre el mercado interbancario. Después del “golpe” de la Fed en octubre de 1979 (aumento brutal de las tasas de interés), que marca el regreso del poder de las finanzas, la expansión de ese capital provocó la crisis de la deuda externa de los años ‘80, en parte de México en 1982.

Las tentativas de la salida de la crisis tomaron la forma de desregulación financiera y de titrisación de los créditos. Las deudas externas (públicas y privadas) consolidadas en el conjunto de países del mundo estuvieron estimadas en $5 260 millones al cierre del 2004. A finales del 2007, las reservas –incluyendo aquellas financiadas por las deudas internas- acumuladas por el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), Japón, Corea del Sur y México, sobrepasaban los $3 600 millones. La mayoría de las deudas en cuestión están transformadas en capital ficticio y mercantilizado, mientras que las reservas son convertidas en préstamos, sobretodo para que el gobierno de los EE.UU. cubra sus déficits gemelos (finanzas públicas y pagos exteriores).

Pero para lo que es de solo compartimiento, divisas de mercados de productos derivados, por ejemplo, los importes promedios cambiados eran del orden de los $3 200 millones por día. Según el Banco de Reglamento Internacional, las ventas cotidianas de contratos derivados llamados “over-the-counter” (OTC, i.e. negociados directamente entre agentes privados, sin intermediario) eran de $4 200 millones en el 2007. Al comparar, para ese año 2007, el producto interno bruto agregado, calculado en paridades de poderes de compra, alcanzaba los $65 820 millones, las exportaciones y las importaciones totales respectivamente de $13 720 millones y $13 640 millones.

Es lógico entonces constatar que una parte creciente del capital ficticio deviene parasitario, porque su importe sobrepasa en gran medida aquel destinado a la reproducción del capital industrial. A pesar de que no contribuye, ese capital se beneficia de una redistribución de plus-valor y alimenta la creación del capital ficticio como medio de su propia remuneración. En consecuencia, la crisis financiera deberá lógicamente desvalorizar un importe absolutamente gigantesco de ese capital ficticio parasitario para llegar a reactivar un nuevo ciclo de acumulación del capital. Sin embargo, las contradicciones del sistema mundial capitalista son tan fuertes en el presente que tal desvalorización tiene el riesgo de empujar hacia un hundimiento, cuyas consecuencias económicas, sociales y políticas no podrían ser medidas por ningún experto.

Las manifestaciones actuales de la crisis: razones legítimamente financieras

1) La crisis inmobiliaria actual es el resultado de años de acumulación de capital ficticio. Comenzó en EE.UU. por la concesión de préstamos a hogares endeudados para devenir propietarios de sus alojamientos. Los Bancos comerciales o instituciones especializadas en el financiamiento inmobiliario acordaron créditos con hipotecas que transformaron en títulos para la creación de nuevos productos derivados vendidos en el mercado financiero. Al hacer esto, atenuaban los riesgos de defecto de pago, inflaban la capacidad de préstamo de hogares, dopaban los créditos y orientaban artificialmente los precios de inmobiliario hacia el aumento. Entre finales del 2004 y principios de 2006, de forma creciente se concedieron préstamos a familias pobres, que solo disponían de pequeñas rentas y que no tenían plazos favorables de reembolsos (“subprime”), en forma de contrato que previeran tiempo de resistencia a las tasas de interés muy bajas (de 1 a 2%) al principio y brutalmente altas después de dos años (casi siempre a más del 15%).

Los productos derivados afectados eran mucho más aceptados y atractivos para los mercados financieros de los cuales ciertas instituciones financieras (compañías de seguro) se servían para crear otros instrumentos compuestos, los cuales eran mercantilizados en aras de asegurar a la vez una refinanciación y participación en los intereses, y que las agencias privadas de anotación de las instituciones financieras capitalistas, supuestas a evaluar y clasificar los riesgos, les decretaran las “mejores notas” –a vece superiores a las atribuidas a los bonos del Tesoro francés. En EE.UU., esos productos eran comprados por los colectivos locales e incluso las escuelas, en las que los tesoreros pensaron que era posible hacer fructificar sus remanentes…

2) La crisis estalló cuando una masa crítica de deudores comenzó a enfrentar serias dificultades para rembolsar sus préstamos, a causa del efecto de la subida de las tasas de interés determinadas por la Fed –para financiar los gastos enormes relacionados con las guerras de Irak y Afganistán. En un contexto donde el precio de los títulos compuestos y los riesgos efectivos son mal evaluados, los problemas se desplazan rápidamente del sector de las “subprimes” hacia el de inmobiliarios y luego al de créditos solventes (“primes”). La explosión de la burbuja de productos adosados a las hipotecas inmobiliarias contamina así lógicamente otros segmentos de mercados financieros, y desde aquí, el mercado monetario propiamente dicho. Las razones de la crisis son sin embargo totalmente financieras: las dificultades de defecto de pago encontradas por muchas familias son también y sobretodo debido a políticas neoliberales que provocan el rigor salarial, prolongación del tiempo de trabajo, precarización de empleos y la inseguridad de condiciones de vida, en la esfera productiva real.

3) El sistema monetario y financiero hoy presenta tres profundas paradojas. Una de ellas es la ilusión según la cual es posible encontrar solución siguiendo la gestión neoliberal de la crisis de la expansión del capital. Sin embargo una burbuja (nueva economía fundada sobre la base de las tecnologías de la comunicación) estalla solo para formar otra (inmobiliaria), aún más peligrosa. Las soluciones –por supuesto en el marco de las reglamentaciones de Bâle II– permanecen “endógenas” y confiables en el mercado, sin imponerle límites por mecanismos externos a la lógica de maximización de la ganancia. Una segunda paradoja es la aparición de una crisis de liquidez financiera, como durante el verano de 2007, en una economía mundial que experimenta una sobre liquidación financiera. La sustitución de una división negociada del valor agregado entre salarios y ganancias por una espiral de sobre consumo y sobre endeudamiento de hogares, imposibilita una resorción de los desequilibrios estructurales sin romper el motor del crecimiento y evitar el estancamiento. La tercera paradoja: los Bancos centrales “independientes” rechazan todo intervencionismo del estado, pero intervienen, masivamente desde que el sistema es amenazado. Además la medida de la inflación continúa ignorando los precios exorbitantes de los activos…

Movimientos de relaciones sociales y perspectivas en término de lucha de clases

Como siempre en las crisis capitalistas, la burguesía no acepta, por necesidad sistémica, la desvalorización de una parte del capital acumulado –tratando de no registrar pérdidas pesadas. Las crisis son entonces momentos en el curso en los cuales fracciones del capital, generalmente menos productivas y/o innovadoras y presentando los créditos más riesgosos, quiebran para ser incorporadas a una estructura de propiedad más concreta. De esta forma, las clases dominantes capitalistas salen de ella más fuertes que nunca -aún si una parte de la burguesía se convierte en clase media. En cada reorganización de la dominación del capital en el siglo XX, el mejoramiento de políticas macro económicas le permiten al sistema dotarse de instituciones e instrumentos más eficaces, a fin de atenuar los efectos devastadores de su propia crisis, pero sin evitar la exacerbación de sus contradicciones internas y una convergencia hacia el estancamiento, incluyendo la depresión.

Los peores efectos de la crisis actual en EE.UU. serán sufridos por los más pobres. Muchas familias suplementarias perderán sus viviendas (ya existen 2,5 millones registrados hasta el momento). La tasa de explotación de la fuerza de trabajo, el desempleo y la pobreza van a aumentar, mientras que el poder de compra de los salarios tendrá tendencia a disminuir. Sin la universalización de los sistemas de salud y asignación de empleo, las condiciones de vida serán aún más difíciles. La desvalorización del capital ficticio corre el riesgo de agravar los problemas financieros de muchas colectividades locales y ciertos estados federales, y arruinar hogares que hayan conservado sus ahorros de fondos de pensiones o seguros de salud quebrados (como Enron). A través de las cadenas de transferencias de excedentes del Sur hacia el Norte, la crisis golpeará por repercusión a los países pobres y las fuerzas de trabajo de la periferia.

La situación actual es más compleja por el hecho de que un cierto número des gobiernos de países del Sur, los cuales poseen importantes reservas de cambio, ayudan de facto a aquellos de EE.UU. a evitar un hundimiento general. Una depreciación del dólar implicaría la desvalorización de sus propias reservas oficiales. Varios países por otra parte ya ayudaron a grandes bancos en dificultades por intermedio de sus fondos soberanos.

¿La profundización de la crisis en los Estados Unidos, combinada con su próxima derrota en Irak, podría erosionar su hegemonía planetaria - en beneficio de China?

En términos de lucha de clases, una crisis sistémica abre teóricamente la oportunidad de lanzar la revolución y de que la burguesía tome el poder político y económico. Pero en la práctica, las organizaciones de trabajadores, partidos, sindicatos, o incluso, movimientos sociales, siguen siendo desprovistos de las estructuras, direcciones y programas indispensables para reactivar la lucha por el socialismo. Quizás solo América Latina ofrece hoy espacios para proyecciones revolucionarias y transiciones socialistas del siglo XXI. El hecho de que los pobres sean los que más sufran los efectos de la crisis capitalista implica el riesgo de que acepten someterse a la ideología dominante y apoyen medidas anticrisis pero pro sistema, lo que implica, lógicamente, la subida de la tasa de explotación.

Por ejemplo, el pensamiento único del capital substituyó a la lucha por la emancipación total de los trabajadores, la del derecho al empleo, en el estricto marco del sistema capitalista, por la del derecho a ser explotado. Las crisis es un momento en el que es posible empujar las contradicciones del sistema al máximo, hasta el final de la dominación del capital y las clases dirigentes - es decir, hasta la destrucción, no de los medios de producción, sino de las relaciones capitalistas de producción. Por consiguiente, es urgente reconstruir procesos de pensamiento y acción sobre las transiciones socialistas, contra la explotación del trabajo y a favor del fin del capitalismo.